Sobre los pueblos se establecen perfiles y se dibujan características sin estudios rigurosos que, sin embargo, están presentes en las conversaciones informales, en las bromas, y, en ocasiones, en el primer saludo.
¿Es el palmero más cauteloso que el resto de los canarios? Nuestros magos tienen fama de hombres prudentes, de medir las palabras, de no definirse innecesariamente, y eso ocurre en La Palma y en toda Canarias, porque el campesino ha jugado casi siempre a la defensiva. Hoy he recordado una anécdota de esa prudencia, de la elocuencia del silencio, del hablar poco, evitando que se deriven responsabilidades de lo que se dice. No está mal considerar esta forma de actuación una virtud y aprender de nuestra gente del campo, en un mundo en el que se habla demasiado irresponsablemente. Llegar a la isla de La Palma, por barco o por avión, siempre ha venido significando para mí un grato sentimiento, al que se une mi mente, cargada de recuerdos que, cada vez, se acumulan más. Probablemente sea el sentir común de los palmeros siempre que regresan a su isla. El destino de mis viajes a La Palma, generalmente, se fija en Garafía, la tierra lejana y alejada, incomprensiblemente, cuando las comunicaciones se han desarrollado en toda Canarias desde hace algunas décadas. Parar en Santa Cruz de La Palma, visitar la ciudad del Apurón y recorrer algunas de sus calles es casi etapa obligatoria. Aunque algunos amigos se despidieron hace tiempo, no han dejado de estar presente en los últimos viajes, cuando doy los primeros pasos por la calle Real, O´Daly, y continúo, por Pérez de Brito, vía rotulada en honor del prócer garafiano. La ciudad ha querido honrar, con sus nombres, a dos grandes luchadores de los derechos del pueblo. Al pasar delante del ayuntamiento, el mejor ejemplo de la arquitectura civil renacentista de Canarias, recuerdo el trabajo monográfico que realicé sobre el mismo, guiado por el profesor de Arte, Alfonso Trujillo, en mis cursos del doctorado. Sentado en un banco de la plaza de España, miro con detenimiento la fachada del templo de El Salvador, y me parece que no han pasado tantos años desde cuando bajé las escalinatas tras realizar el examen de ingreso de bachillerato en 1960. Al regreso a la zona del puerto, vuelvo a contemplar la Casa Salazar, de recio continente arquitectónico y de gran contenido cultural por sus continuas actividades. Bella y noble ciudad, heredera del espíritu liberal, de los hermanos Ferraz, de Faustino Méndez Cabezola y de Adolfo Cabrera Pinto, donde viví cuatro años, estudiando bachillerato, y en la que, para mí, fue una gran urbe, cuando proveniente de mi pueblo, entonces sin comunicación por carreteras, la visité hacia 1955, por primera vez. Toca dejar la capital de la isla y seguir la ruta hasta Garafía. Entonces dudo, una y otra vez, si ir por la carretera del norte o por la del sur. En algunas ocasiones he tomado la dirección de la cumbre hacia el Roque de Los Muchachos, el camino más parecido al que hacían a pie los garafianos para ir a la ciudad. Mi madre siempre recordaba aquel viaje de mi abuelo, Antonio Sánchez Pérez, en el mes de julio de 1936, subiendo a la cumbre, pasando junto a la Pared de Roberto y bajando el lomo de la ciudad, con más caminantes de lo habitual. Al elegir la ruta norte, según la hora de partida, se puede hacer una primera estación en “casa Asterio”, para entrar con los chicharrones y saborear la carne de cabra; bien es verdad que, si es demasiado temprano, se impone seguir de largo, recordando las viejas curvas de San Juanito, y almorzar el potaje de trigo en Roque del Faro. Un café en la plaza de Los Sauces permite un pequeño descanso para continuar luego a Barlovento, y aquí encontramos una carretera alternativa, más corta en distancia, con recorrido de no mucho menor tiempo, pero más peligrosa en invierno por los desprendimientos y mayor posibilidad de neblina. Al ser una pista estrecha, cada coche que se ve en dirección contraria se traduce en un susto, que va marcando todo el trayecto de la carretera, que conocemos por “Las Mimbreras”. La exuberante vegetación de esta pista que, en algunas partes, forma túneles, además de los excavados en las rocas, con las ramas de los árboles, helechos y desarrollados arbustos, no deja de ser una buena elección si el tiempo está despejado, pues llena de gozo el cuerpo con la singular belleza de la laurisilva, aunque de susto en susto se frene y de exclamación en exclamación se avance. Eligiendo la carretera general, con la prisa bien guardada en la maleta, y con el respeto debido a las curvas, tras el profundo barranco de Gallegos, nos encontramos un letrero en el barranco de Franceses con la palabra “Garafía”, que levanta el ánimo, porque parece que estás en casa, aunque a casa no has llegado. Quedan vueltas y más vueltas donde la recta huyó para siempre, pero el tiempo pasa sin darte cuenta, hablando con los pinos, los brezos y las fayas o saludando a algunos viñátigos, acebiños y loros que se asoman más tímidos. Luego, si no paras en El Roque del Faro, de forma placentera, se sigue a La Mata, cerca de la Zarza y la Zarcita, donde los guanches hablan todavía por medio de sus petroglifos, y pronto se llega a Llano del Negro, dejando a San Antonio a la derecha, para dirigirte a Santo Domingo o a Cueva del Agua. Con el “cochecito” arrendado al amigo Damián, pequeño empresario del sector, que me lo dejaba a buen precio, un día cogí la pista que se dirige a Cueva de Agua, pero se me ocurrió desviarme antes de llegar a la Raíz del Pino, por un camino de tierras y piedras que, con más atrevimiento del común, le llamaban allí la carretera de Catela. Avanzaba con aquel pequeño coche, todavía entero, y cada vez se ponía las cosas más feas, pero seguí la marcha, dejando a El Colmenero a la derecha, y pronto comencé a pensar que era mejor dar la vuelta en algún lugar que fuera posible; no obstante tenía también mis dudas y no sabía si el tramo que faltaba para llegar a Catela estaba en buen estado y era mejor opción. Seguí, porque creo que se impuso en mí esa inclinación de avanzar, de descubrir, y de no volver para atrás. Iba tan despacio que yo creo que él cuenta kilómetros se había puesto en negativo. Pensé en preguntar, pero no veía a nadie. De repente me pareció que se movía una especie de arbusto y al fijarme bien descubrí que aquel bulto era en realidad un hombre, doblado por el feje de tagasastes que llevaba. Entonces me dije: aquí está la salvación. Era la salvación y no solo la solución en aquella preocupante situación de no saber si seguir o dar la vuelta. Cuando lentamente el hombre se acercó le hablé: buenas, señor; el me respondió con el muy buenas que el campesino siempre da, a lo que yo añadí: ¿Por aquí podré subir bien a Catela con este cochito? El paisano quedó reflexionando y por un momento pensé que no me iba a responder. Con voz pausada y firme me contestó al fin: Por ahí han subido otros. Me quedé en silencio, medité y me enfadé conmigo mismo, diciéndome: ¿Cómo es posible que siendo natural de Garafía, hayas hecho una pregunta de este tipo a un prudente y cauteloso campesino palmero? Manuel de Los Reyes Hernández Sánchez, 7 de julio de 2020, año de la pandemia.
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Rompe el siglo XVI con portugueses y otra gente que llegan ante los extrañados aborígenes auaritas que vivían en las numerosas cuevas del barranco de El Atajo. Desde los primeros momentos históricos la gran cueva de la ladera se convertirá, también, en el centro de los nuevos moradores de la zona, bien en el citado barranco, bien en la parte llana, en Los Hondos, donde deducimos que se construyeron las primeras y sencillas casas de la localidad que llevará el nombre de Cueva del Agua en justo honor a la siempre apreciada fuente de vida.
Nada mejor que reproducir el texto del querido profesor, compañero y amigo, Leoncio Afonso Pérez, en su “Miscelánea de temas canarios”, para situar al barrio garafiano de Cueva de Agua en el mapa. “Entre los barrancos de Fernando Porto y El Atajo se encuentra Cueva de Agua. La cueva que da nombre al tablado está situada en la ladera del barranco de El Atajo, a unos 400 metros de altura. En su zona alta, ya fuera del tablado, en las proximidades de Hoya Grande, hay una serie de lomas y barrancos, con población dispersa: Raíz del Pino, Fuente Grande, Colmenero, etc., y con campos de cultivo entre rodales de pinos en una topografía complicada, como consecuencia de la diversa estructura del suelo. El tablado propiamente dicho se inicia en La Calzadilla, nombre del camino empedrado…”. Los Hondos están en el tramo inferior de Cueva de Agua, entre los señalados barrancos de El Atajo y Fernando Oporto, con forma de rellano hasta el borde costero del acantilado, desde hace años atravesado por la carretera que iniciada en Las Tricias llega hasta Santo Domingo. Entre 1563 y 1564 Gaspar de Frutuoso, recorriendo Canarias, describirá la fuente o manantial, al hablar de Cueva del Agua con las siguientes palabras: “Cueva del Agua toma su nombre de una gran cueva que hay allí, toda de piedra en torno y suelo, como un pozo, lleno al fondo con mucha agua, que cae en gotas de la bóveda y de los lados, de la cual se proveen los vecinos del término, que nunca les falta, y algunos de ellos viven en otras cuevas o furnias, o cavernas de tierra o piedra…”. He tenido la suerte de haber podido comentar estas notas históricas con el profesor Juan Régulo Pérez, hijo ilustre de Garafía, paseando por la calle Díaz y Suárez en Santo Domingo o en la plaza que hoy lleva su nombre en La Laguna. El doctor Régulo Pérez participó activamente en la traducción y edición de la obra del gran sacerdote portugués, cuyo texto es fundamental para conocer la Historia de la Isla de La Palma. La suerte a la suerte acompaña cuando ahora comento los temas con el compañero y amigo Pedro Nolasco Leal Cruz, uno de los mejores conocedores de la influencia portuguesa en La Palma, que ha impulsado la difusión del gran historiador y de su obra “Saudades da terra”, en fechas recientes. No podemos olvidar otra aportación de gran interés para conocer el pasado de Garafía, en general, y aspectos específicos de Cueva del Agua, en particular: “Del lugar de Tagalguen”, escrito por los compañeros y paisanos Néstor Rodríguez Martín y Tomás Orribo Rodríguez. Hoy por suerte contamos con más libros que facilitan los documentos y las referencias históricas para corroborar testimonios orales y datos aislados de modo que las conclusiones queden bien fundamentadas. En esta línea tenemos las obras de Pilar Pombrol, sobrina de la gran maestra de Cueva del Agua, Araceli Pombrol, tan querida por mi familia, “El gofio y el pan en Garafía”, “El Sistema Ortega” de Manuel Poggio Capote y Antonio Lorenzo Tena, y el reciente “Garafía. Antroponimia y génesis de su poblamiento”. Viene a cuento reseñar este aspecto bibliográfico para poner de relieve los lugares y la gente de Garafía desde hace quinientos años, y para llamar la atención de un pasado del que debemos estar orgullosos los garafianos, y cobrar fuerzas para que estas tierras dejen de ser las más abandonadas de Canarias, recabando la ayuda solidaria de todas las islas con el fin de salvar el rico patrimonio de este pueblo. Cueva del Agua, definida localidad desde comienzos del siglo XVI, experimentará un lento crecimiento de su población, desde los aproximados 40 vecinos que cabe deducir de los diferentes documentos, probablemente no más de 150 personas, hasta alcanzar su máximo en los años cincuenta del pasado siglo, 673 habitantes según el censo de 1950, con mínimas variaciones en sus formas de vida hasta el siglo XIX, al igual que el resto de Garafía. La descripción de B. Carballo Wangüemert, hablado de Garafía, resalta las señales de pobreza en ese siglo XIX, en el que la mayoría de la población vivía en las cuevas y como indica el profesor Régulo andaban descalzos, pues pocos disponían de alpargatas o zapatos y si lo tenían su uso solía ser limitado a determinadas ocasiones. No obstante, hay constancia, en dicho siglo, de la existencia de bastantes casitas terreras a dos aguas, generalmente, cuyos restos podemos observar aún hoy, como sucede con la casa de Celedonia, cerca de la Fuente de las Piletas, la casita de Encarnación, las casas de María Pepa y de Cándida, las casitas de Sinforosa y Jesús “Tarabeca”, las casas de Pancho Lidia, conocidas por "Las casas viejas", las casas de “Las Cumplidas”, de “Los Britas” y de “Las Pepas”, casitas de la Meliana, algunas colmadas de madera y otras ya con teja. En el homenaje al historiador José Pérez Vidal, el profesor Afonso Pérez analiza las casas con cubierta de madera en la vivienda rural del NW de La Palma. La abundancia de pino en todo el término municipal y el que la tea no se pudriera ni en contacto con el agua de las lluvias explica esta solución constructiva hasta la llegada de la teja. El aislamiento y el abandono les dejaron “vivir” más tiempo que en otros lugares, hasta que la maltrecha economía de muchas familias obligara a la venta de la preciada madera para su uso en las zonas urbanas, como bien argumentó el profesor Leoncio Afonso Pérez. La mayoría de estas casas están en la Montañeta, que, en ocasiones, figura con la denominación de Las Cabezadas, lugar un poco más alto y que va ganando la relevancia en el barrio, aunque Los Hondos conserve su importancia con las casitas de Josefa "Mora", de Paulino, de José María Fuentes, de Juan Valentín, de Patricio, de Delfina "Husa" y de “Los Gabrielitos” o “Las Grabelitas”, más próximas a la Cueva del Agua, generalmente no superiores a los 50 metros cuadrados, las cuales van ganando terreno frente a las cuevas que poco a poco pierden su condición de casa habitación. Cueva de Agua transformará su fisonomía con la llegada de las remesas de dinero cubano y el regreso de los emigrantes a principios del siglo XX que permite la construcción de casas mayores, algunas de dos pisos, gran parte de las cuales, bien conservadas están ubican en la Montañeta, a lo largo de la actual carretera en la proximidad de la ermita de Nuestra Señora de los Dolores y del estanque de agua. Aún recuerdo aquellas imágenes de la familiar Fidela, una de las últimas personas que vivió en cuevas, como la había hecho su madre María y su abuela Antonia “Rosadera”, cuando me fui del pueblo para continuar mis estudios de bachillerato, en los años sesenta del pasado siglo. En su general economía de subsistencia, “el monte” va ganando terreno y se produce un desplazamiento diario o estacional de las familias, dado el complemento que significan los árboles frutales, los pastos, etc., que al ser zonas más húmedas cobran especial importancia en los veranos. Aislados dentro del aislamiento, Cueva del Agua apenas tiene contacto exterior, salvo con las zonas aledañas de Lomada Grande y Santo Domingo. La mirada religiosa se fija en San Antonio del Monte con su camino definido y transitado por todos los vecinos que allí se acercan varias veces al año. La dependencia de la parroquia nuestra Señora de la Luz marca la otra mirada, pues en Santo Domingo está también el cementerio. Allí se localizan tres molinos de viento y un cuarto en Llano del Negro que van siendo frecuentados cada vez más, sustituyendo a los antiguos molinos caseros de piedra que en el siglo XX pasan a utilizarse solo alguna vez, como sucede con la matazón del cochino, para moler el grano para las morcillas, porque no importa que salga poco triturado. Hemos constatado con referencias orales estos hechos, por lo que podemos remontarnos hasta principios del siglo XIX en los diferentes relatos, que son totalmente coherentes con las limitadas notas históricas que existen sobre Cueva del Agua. La relevancia de un manantial en la zona de costa, donde se cultivaba de secano el trigo y algunas viñas, es una evidencia, dado que permitía agua para consumo de las personas, para abrevar el ganado y para lavar las ropas, según los testimonios orales llegados a nuestros días que describen un tipo de vida que apenas varió durante siglos, como hemos dicho. Allí encuentran vida mujeres, hombres y niños, allí va el ganado y allí las mujeres lavan en las piletas, lavan, conversan y cantan, porque la dureza del trabajo se acompaña con un vitalismo que acerca a la felicidad, en un mundo de creencias que acomoda la persona al medio, sin más interrogantes que los imprescindibles, pues hay que sobrevivir y no queda tiempo para la amargura y la depresión. Al trajín de la Cueva del Agua, vecinos que van y vienen, con sus cabras, ovejas o, alguna vaca o bestia, y sus cestas de ropa, hay que añadir ese recurso inmaterial que es la cultura. No nos deja de causar asombro que más allá de los negocios y contratos, del intercambio de saludos y relatos, tan propios de los lugares de encuentro, hayamos podido constatar la celebración de fiestas, bailes y comidas de hermandad en el interior de la cueva, pero especialmente las representaciones teatrales. Nuestros relatores ríen cuando recuerdan las comedias y no olvidan aquel caso en que doña Juana se levantó airada, diciendo: "vaya poca vergüenza" en el momento en que el actor con un violín se bajó la bragueta y extrajo del interior del pantalón la vara con la cinta para tocar, mientras declamaba bien alto: “aquí está el mejor violinista del mundo". No hubo forma de calmar a la madre de las tres jóvenes, Celedonia, Amparo y Eduviges, que marchó a casa, mientras Braulio seguía representando su personaje. Eran los años cuarenta y cincuenta del pasado siglo cuando nadie percibía el final de un periodo brillante de una Cueva llena de Historia con ricas historias de sus gentes. En mi estancia en Venezuela en 1990, tuve como guía a Braulio en mi recorrido por diversas tierras del país hermano. Nos despedimos en Mérida con el calor de la acogida y el recuerdo de su Cueva de Agua. Probablemente nunca olvidó su papel como actor en sus recorridos por pueblos y ciudades trasladando su feria de fiesta en fiesta para divertir a niños y mayores. La sangría de la emigración a Cuba tuvo más beneficios que perjuicios para Cueva de Agua, pero a finales de los años cincuenta, el encantador pago no pudo resistir el traslado de sus numerosos hijos a Venezuela, primero, y, luego, a Los Llanos de Aridane, Tenerife y Gran Canaria, la emigración dejo de ser un valor añadido para el pueblo. Al llegar los años setenta del siglo XX, la cueva alegre y benefactora pierde su encanto; primero, la cultura y, luego la natura. Hay agua corriente en las casas y ya nadie acude a la fuente, apenas queda gente para conversar y la cultura se ha ido por mucho tiempo. Solo se acerca por allí Aniceto, tratando de romper el silencio y consolar a las mudas piedras. Cada vez con mayor frecuencia regreso a Garafía, atraído por su naturaleza y su gente, y por esa vuelta a los orígenes tan común, que impulsan los años ganados. Allí el tiempo es otro y las horas no están marcadas por el reloj. Pensativo recorro los caminos y me acerco a tierras cultivadas por mis antepasados, un poco más abajo de la “ermita de Fátima”, a solo treinta metros de la Cueva del Agua, en el sitio llamado “El Cercado” para recorrer otra vez los dos nateros, tantos años olvidados de las papas y el trigo. Entonces vienen a mi mente recuerdos de una infancia cada vez más presente en los que las rocas cobran vida para confundirse con la vida de la gente, con la dinamizadora Basilisa, fallecida hace años en Venezuela, con el primo Honorio que tantas veces me llevó a caballotas, y, con tantos otros, como Antonio “Amalia”, con sus casi cien años, Orestes o Julián, siempre atentos, para precisar los datos, cada vez que les pregunto. Hoy te he recordado con Luciano Orestes García Hernández que fue uno de tus últimos amigos en los años setenta del pasado siglo. Ya sabes que por aquellos lares o te conocen por el nombrete o apodo, por el nombre del padre madre o antepasado más conocido, o por el segundo nombre o por otro nombre, es como si se llevara la contra para evitar el primer nombre con que se fue bautizado, de ahí que Aniceto sea Víctor Pérez García el hijo de Emilia o que hoy sepa que Orestes es Luciano Orestes. ¡Oh gran cueva!, ¡Cueva que regalaste tu nombre al pueblo, ayer con tanta fuerza, hoy tan pobre y abandonada! Ya hace tiempo que Dolores dejó de mirarte día tras día, mientras atenta evitaba que sus hijos pudieran caer por aquellos riscos, y que su esposo Domingo se despidiera de ti para ir al pueblo a dar el nombre del cementerio. Entrañable familia de los “Tatajolas” que vivían en la cueva de arriba. Son muchos los años que han pasado, pero seguro que recuerdas el ajetreo de las manos expertas "ripiando" las piteras para transformarlas en las necesarias sogas en aquella lucha de las plantas para ver quién era más útil en el gran barranco del Atajo, hermanado con barranco de Briesta cuando llega al océano en el Callejoncito. Cuevas para vivir y cuevas para el ganado o para trabajar como la cueva de la brea, no tan importante como la famosa cueva de la brea en el “puerto” de Santo Domingo, cuevas tan cercana a la Cueva del Agua y tan lejana en el tiempo que fueron progresivamente sustituidas por las casitas terreras. Llevas tiempo sola, recordando el diario bullicio de la gente que te visitaba o que te saludaba de lejos. Ya no está el pastor que lanzaba con precisión la piedra a los cornicales para que las cabras no abusaran de su dosis proporcionada y se pusieran tontorronas, ni las manos expertas de las bordadoras moviendo la aguja para convertir las telas en obras de arte, mientras vigilaban las cabras o las ovejas en número mayor o menor, según fuera la economía familiar. Ya nadie recoge las amapolas que emborrachan para que los cochinos se alegren un poco y las vinagreras hace tiempo que no ven a los del otro reino por allí. Las tuneras, los cardones, y algunas tederas quieren hablar y no pueden al quedar mudas por el abandono, mientras los pinos “arrumbados” a poniente han dejado de llorar. Pero todavía hay un hilo de esperanza que te puede hacer sonreír de nuevo. Con un poco de cuidado y mimo volverás a tus fueros y ello es posible ahora. Hoy ha llegado una nueva generación con mayor sensibilidad respecto a la naturaleza, que sin duda alguna empujará las actuaciones que permitan vencer tu soledad. Nuevos moradores naturistas llegan a las cuevas abandonadas sin conexión con el vecindario. Ahora es el momento de lograr esa conjunción de natura y cultura que te dio la vida que tú, al mismo tiempo, regalabas con el agua siempre manando. Ahora es la hora de aunar esfuerzos, primero, de limpiar la Cueva y de acondicionar su interior con la mínima alteración posible, y, en segundo lugar, de facilitar su acceso reparando el corto camino desde la pista que llega a pocos metros, colocando paneles informativos que permitan conocer al visitante tu naturaleza y la cultura que encierras. Este es un buen momento para que los distintos responsables públicos adopten medidas que permitan pasar de los deseos a la realidad, en el marco de acertadas iniciativas que vienen realizándose en Garafía en los últimos años. Pero Garafía sola no puede y por eso debe solicitar la ayuda solidaria de toda Canarias que permita conservar un patrimonio, y unos valores etnográficos, desgraciadamente perdidos en otras partes. Este es un momento de encuentro de garafianos y de foráneos que llegan atraídos por el embrujo de la “más quebrada áspera tierra del mundo” en palabras del obispo Cámara Murga, recogidas por Régulo, para sumar los esfuerzos que revitalicen la Cueva del Agua en Cueva del Agua o Cueva de Agua. Manuel de Los Reyes Hernández Sánchez, 7 de julio de 2020, año de la pandemia. En las grandes empresas necesitamos al profesional competente, al hombre prudente de la palabra medida y precisa, al analista de rigor. Cuando de repente la vida cambia y descubrimos más claramente la debilidad de la existencia por la enfermedad grave que aparece sigilosa, pocas cosas deben ser más confortables para la persona madura que escuchar las palabras certeras del buen hematólogo, que no ocultan la realidad, pero que fijan las posibilidades de éxito en el enfrentamiento a la misma con el duro tratamiento de vanguardia. Es una dicha encontrar el centro apropiado, el eficiente equipo y la persona justa en el momento clave, y esa es la suerte que, una vez más, tuve cuando acudí al centro médico oncológico Clara Campal, Hospital Universitario Sanchinarro, y me entrevisté con el doctor Pérez de Oteyza, aquel 29 de septiembre de 2008. Hombre de pocas palabras, serio y preciso, Jaime Pérez de Oteyza, es el ejemplo del buen hacer que puede manifestarse, cuando el mundo en que vivimos cambia de repente, porque la posibilidad de padecer un cáncer acelera su camino y se acerca a la certeza de sufrir el mismo, para alcanzar el momento en que la palabra del médico especialista rompe los buenos deseos de la familia y los amigos. El lenguaje almibarado que se justificaría en la tierna infancia o en la senectud no es el apropiado para la mujer o el hombre que debe enfrentarse a la dura batalla que le espera, de confirmarse la impresión de las primeras consultas. Se impone la verdad del diagnóstico y la necesidad de acertar en la comunicación lacónica y diáfana. La imprescindible claridad no impide la elocuencia del silencio en el instante en que se confirma lo peor de los confusos y confundidos pensamientos. Jaime Pérez de Oteyza añade, a su doctorado en el saber hematológico, la maestría en el trato con su sencillez y cercanía. Personalmente agradezco esa manera de hablar, aunque el momento sea impactante, porque lo que importa, a partir de ese instante y del buen diagnóstico, es la lucha personal, por un lado, y científica y profesional, por otro, para vencer a la enfermedad. Es indudable que un hombre solo no es suficiente, pero tampoco basta que exista un buen centro y un gran equipo si no contamos con el hombre. Es en esta conjunción de centro, equipo y hombre donde yo tuve la gran ventura de caer. Centro de excelencia Clara Campal, denominado así en honor de la madre del fundador Juan Abarca Campal, y acondicionado para los fines oncológicos perseguidos, de la mano de la familia Abarca, insertado en HM Hospitales, cuyo presidente en la actualidad es el doctor Juan Abarca Cidón. Hospital de reconocimiento general, premiado como “Hospital privado con mejor gestión” el año 2017. Equipo eficiente desde el primer contacto telefónico y la recepción hasta la salida, con un gran plan organizativo, y con una atención destacable, en la que los nombres propios cansarían al lector, por lo que me atrevo a compendiar en las dos enfermeras que marcaron la excelencia en mis estancias, Sandra y Ana. La organización y el trabajo en equipo se tornan esenciales, generalmente, en los complejos cometidos de cualquier entidad. En este caso, la grata impresión recibida el primer día que ingresé para el tratamiento de la enfermedad, nada más traspasar la puerta general por parte de todo el personal, con la carpeta de información entregada, los exámenes médicos, las intervenciones e incluso la visita de un coordinador o inspector, comprobando que todo funcionaba bien, con explicaciones detalladas de todo el proceso, me dio fuerza y seguridad en la batalla que se iniciaba. Pensé un momento que querían enviarme al espacio, pues no esperaba que en un solo día pudiera conocer y ser tratado por nueve médicos y numerosos sanitarios y personal del servicio que hoy siguen grabados en mi memoria. El buen equipo hace más grande al centro y eso ocurrió en esa fecha y durante una década en la que he mantenido contacto con el citado hospital. Hombre excepcional en su saber y en su trato, Pérez de Oteyza es una pieza clave en esa conjunción de la que hemos hablado, centro, equipo, hombre. Es indudable que él encierra el nombre de otros, de su compañero, el doctor Cubillo, de su ayudante, el doctor Belmonte, de sus alumnos acompañantes, en ocasiones, y tantos otros que no es necesario enumerar. Sin Pérez de Oteyza, probablemente estas líneas no se podrían escribir, diez años después de la recidiva, y doce del dramático momento personal del primer diagnóstico; y su acción no hubiera tenido éxito, sin todo el gran equipo, como hemos dicho, y sin el excelente centro oncológico donde realiza su labor. Me gustaría que este escrito, en primer lugar, sea expresión de gratitud, y, en segundo término, un mensaje de aliento que alimente la esperanza de quienes hayan sido alcanzado por la enfermedad. Los grandes médicos suelen serlo, cuando además de saber tratar al paciente dedican la mitad de su tiempo a la investigación. Premio extraordinario del doctorado con ampliación de estudios en el extranjero, especialmente en Boston, y con largo ejercicio profesional en el hospital “Ramón y Cajal”, Jaime Pérez de Oteyza cumple esta condición, de médico e investigador. Actualmente es el director del departamento de Hematología y Oncohematología del Grupo HM Hospitales en Madrid, dirige el programa de trasplante hematopoyético y los programas de docencia, formación e investigación en Hematología. Su formación académica con su tesis “Autotrasplante de Médula ósea en la Leucemia linfoblástica aguda” y su excelente carrera profesional desde el primer momento en que colaboró en el primer trasplante de médula que se realizó en España no han sido ajenas a los continuos éxitos logrados todos estos años en uno de los mejores centros sanitarios de España y de Europa. La conjunción de dos profesiones en una, y el enorme esfuerzo personal que requiere su eficiente ejercicio médico deben figurar en el más alto rango de consideración social y valoración económica de todo país que se considere avanzado. Si en cierto momento parecía que España había dejado de la mano la unamuniana frase “que inventen ellos” y que se daba un gran salto en la investigación en general, el nivel de la misma y su valoración real, en nuestros días, no se corresponde con la posición económica internacional que ocupa el país. Hoy no podemos contentarnos con que no estén mal consideradas estas profesiones, con unos sueldos y salarios iguales y, a veces, menores a los correspondientes de los demás campos profesionales. Es necesario romper ese nudo que atenaza la investigación y retribuir lo mejor posible a quien se entrega a ella, en general, y, particularmente en la sanidad, a quien dedica su vida a salvar la vida de los demás. Esta sociedad y cada uno de nosotros estamos en deuda con las personas que prácticamente entregan su vida a la Ciencia. Los limitados descuentos de mi nómina durante años no alcanzarían para dar la entrada de un servicio de tan alta calidad. Nunca podré pagar las horas dedicadas por un cualificado profesional, porque no hay paga posible para quien, un viernes por la tarde, en pleno verano, con la celebración del mundial de futbol, el año 2010, de tan buen recuerdo para los españoles, en los últimos encuentros de las selecciones nacionales, en el mes de julio, se sea o no deportista, dedica cinco horas a un paciente al que se realiza un trasplante de médula, hablando de sanidad y educación. El buen médico también descubre el tema de interés en la larga conversación con el paciente. Inolvidable viernes del mes de julio de 2010, por la tarde, cuando la gente sale a la calle y pasea con el calor que va cediendo en el transcurso de las horas, en medio del mayor bullicio, impuesto por el campeonato mundial de futbol, conforme a la traducción que hace la televisión que yo veo a temperatura constante, mientras mis células madre salen de mi cuerpo para ser llevadas al lugar del frío, y ser sumergidas en nitrógeno líquido a menos 196 grados centígrados. Pero no salen solas ni se van por su cuenta. La ciencia con el esfuerzo investigador acumulado por quienes restan horas al paseo lucha para que la vida continúe en quien quiere vivir, con resultado incierto, pues el cáncer es doblegado unas veces y se resiste otras. Ese día un hombre, el doctor Pérez de Oteyza conjugó en su persona el saber acumulado, la larga investigación, la maestría y el arte en el oficio, añadiendo la atención personal con su presencia durante las horas que duró el proceso, transmitiendo la seguridad fundamental para el paciente. Nunca he olvidado ni olvidaré al médico, al investigador, que con esa conjunción logra la excelencia. Esas horas no tienen precio, ni se pueden pagar, como he dicho, son las horas de la vida, son las horas en que el alma se escapa en una bolsa para regresar después, si hay una mano que guía. Este fue mi caso y así otros muchos. No es suficiente reconocerlo y dar las gracias, es necesario que quienes hemos estado en el frente difundamos los hechos, y contribuyamos en el tiempo de prórroga, en los años regalados, para que se ponga, en primer lugar, el desarrollo científico, empujando con fuerza a fin de que aumente la inversión pública en investigación para que se premie la excelencia, para que la sanidad cuento con más medios. Será un grano o unos granos de conciencia, pero podemos hacer que se multipliquen, de modo que no solo las autoridades adopten medidas al respeto, sino también que los ciudadanos alteremos el campo de valores reinante para que el nombre de nuestros investigadores, de los expertos, de los trabajadores eficientes sean más conocidos, más considerados y mejor pagados. Pérez de Oteyza, además de médico e investigador, es profesor, y yo toda la vida he sido un profesor que con él se convirtió en un atento alumno ocasional, además de un fiel paciente que siguió las directrices dadas, con plena confianza en su persona. Pronto pensé que esa impresión y esa experiencia no debería quedar encerrada en mí y que un día, más temprano o más tarde, debería ser compartida en justo homenaje a la alta cualificación del médico investigador y ejemplar profesor. Aquí está la razón de la publicación de esta página y de que tanta alabanza verbal quede ahora por escrito, haciendo caso al adagio latino “verba volant, scripta manent”. En términos comerciales no es rentable, generalmente, dar el salto de la calidad a la excelencia, pues el incremento de lo bueno se puede conseguir con cierta facilidad sin que repercuta demasiado en el precio, mientras que lograr la excelencia requiere un gran salto en el esfuerzo y por tanto en el costo. Cada vez más contamos con buenos servicios y bienes en las sociedades avanzadas, pero a pocos podemos dar la calificación de excelencia. No obstante, el desarrollo tecnológico y la precisión lograda por medios electrónicos y de inteligencia artificial puede variar la relación entre la calidad y la excelencia. En el campo de la sanidad el logro de la excelencia se traduce en vidas y la vida no tiene precio. Es necesario dedicar enormes recursos para contar con médicos y hospitales excelentes que permitan dar un salto cualitativo en el sistema sanitario de un país, si queremos hacer la apuesta por la vida a la que la enfermedad quiere cerrar la puerta. La búsqueda del camino de la excelencia, en general, y, en particular, en la sanidad implica un gran desarrollo de la investigación, la formación de los especialistas médicos, la docencia, y la inversión material en centros y productos con la adecuada coordinación, y en ese reto no es posible obviar iniciativas ni excluir sectores sin empobrecer el sistema y por tanto perder la excelencia. Luchar por la excelencia del sistema sanitario público, que en el Estado del bienestar europeo ha sido una constante, requiere, al mismo tiempo, el acogimiento de las iniciativas privadas que luchen en la misma línea como complemento del sistema público. Cuando en un momento de la vida, el cáncer se acerca sigilosamente, y con sorpresa compruebas que todo puede acabarse en muy poco tiempo, encontrar al médico de la excelencia, puede permitir que se dé el gran salto que separa la muerte segura de la vida. Un cúmulo de desaciertos en un hospital, difícilmente justificables, que ahora no es el momento de analizar, me inclinaron a buscar otro centro, animado por el mensaje de la amistad y el aprecio de una gran compañera, que me facilitó la referencia del Centro Oncológico Clara Campal. Hoy ella me mira desde la otra orilla mientras recibe mi abrazo de la eterna gratitud. Viajé a Madrid y llegué al señalado hospital para encontrar a aquel doctor de la palabra medida, de la información precisa, que con la claridad imprescindible produjo el efecto de seguridad tan necesario para iniciar la dura lucha que se avecinaba contra el linfoma folicular, no Hodking. Estas semanas me han hecho recordar, con mayor intensidad, aquel día de 2008 en el que la innombrable enfermedad tocó a mi puerta, y la lucha emprendida entonces con la legión de aliados que empujaron con fuerza para vencer al indomable enemigo: la familia, los entrañables e inolvidables compañeros, el hospital de vanguardia, Centro Oncológico Clara Campal de Madrid, el equipo médico, sanitario y de asistencia y la aportación esencial, básica y fundamental del doctor Jaime Pérez de Oteyza. De esa lucha se pueden y deben olvidar diferentes episodios para despejar las salas del recuerdo, pero no es posible omitir en el relato el aliento de aquellos nombres que llegaron cuando estaba internado en el señalado centro, como ocurrió el 4 de octubre de 2008, cuando el amigo al amigo trajo. Hoy sigo agradeciendo a José María Brito Pérez, médico cirujano vascular de prestigio internacional aquella visita. Como ya he dicho en otra ocasión, en la brega saqué fuerza de flaqueza y luché enconadamente con la guía de dos pensamientos fijos: "¿por qué no me iba a tocar a mí?" y "menos mal que fui yo el golpeado y no mis hijos". La primera frase citada no es original, se la había oído al campeón olímpico en Sapporo, Paquito Fernández Ochoa, fallecido más tarde, poco después de su última entrevista en televisión, víctima de un cáncer linfático. Para que me realizaran la tomografía por emisión de positrones, PET, y otras pruebas e intervenciones, tuve que desplazarme a Madrid en varias ocasiones. La carencia de medios en Tenerife no facilitaba la labor de los buenos especialistas de nuestra tierra. Hoy las cosas han cambiado en las Islas Canarias y se cuenta con una mejor dotación de instrumentos, pero siguen faltando recursos básicos para los tratamientos que nuestros médicos especialistas pueden hacer en este archipiélago, tan cerca y tan alejado de la capital de España. No es de extrañar que se levantaran voces airadas de pacientes, reclamando, el año 2019, la instalación del ciclotrón, el acelerador de partículas, que evite la dependencia diaria del radiofármaco, FDG, que tiene que llegar en el primer vuelo de Madrid a Tenerife, sobre las diez horas, si el tiempo no lo impide, la empresa transportista lo gestiona bien y el piloto lo permite, para su rápida utilización dada su caducidad en horas. El duro oído de los responsables no permite escuchar demasiadas veces el lamento del ciudadano paciente que no puede comprender el lento caminar de la máquina administrativa para no depender de Madrid, cuando se tiene que recibir un tratamiento oncológico complejo. La autoridad pública no puede ser tan lenta ni permitir interés bastardo alguno que entorpezca medidas de beneficio general. No es admisible la doble lucha, contra la enfermedad y contra la burocracia, cuando el enemigo es el cáncer. La carabela que trae el ciclotrón a Canarias salió el año 2010 del puerto prometedor, batida por los vientos favorables de nuestros médicos especialistas, pero no tenemos la menor duda de que los huracanes del mal, de la desidia y de la incompetencia la han alejado de su cambiado destino, evitando su atraque en el inicialmente previsto muelle canario, diez años después. Por ello es necesario que la sensibilidad con la buena Sanidad crezca y que los recursos destinados a la misma sean cada vez mayores, incluso en estos momentos de la gran crisis, priorizando este destino sobre otros. En esta brega es necesario sumar fuerzas, acogiendo las más diversas iniciativas, cuando vienen marcadas por la calidad o la excelencia, indudablemente controlando el erario cuando de lo público se trate. Sigamos el ejemplo de la buena gestión, del coordinado trabajo en equipo y descubramos a los hombres que como Pérez de Oteyza marcan la razón del camino, pues también aquí y en otros lugares será posible dar el paso de la calidad a la excelencia en diversos centros de nuestro sistema sanitario. A este país le hace más falta la confluencia de voluntades inteligentes dispares que el cainita enfrentamiento de los mediocres y de los demagogos. Este duro momento de la pandemia puede ser la ocasión en que se imponga la voluntad colectiva, que se aparten las fuerzas de la dispersión, que cada grupo busque el encuentro con sus contrincantes, al menos en el tema de interés general de la Sanidad, de una sanidad pública y privada frente al mal común. No se puede perder energías más allá del debate necesario para mejorar el sistema, porque uno de los temas que más importa, en general, y en España, concretamente ahora, es la sanidad de calidad, en un andar sin pausa hacia la excelencia. Este puede ser el momento. Manuel de Los Reyes Hernández Sánchez, 4 de junio de 2020, año de la pandemia. |
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