Un hombre bueno no es lo mismo que un buen hombre, pues en el primer supuesto hablamos de calidad de la persona, de su nobleza, mientras que en el segundo destacamos más bien la ingenuidad y, hasta cierto punto, su corta inteligencia, su confusión con el común sin cualidades que le destaquen. Lo mismo podríamos decir de un ministro sencillo frente a un sencillo ministro.
Se marca, de este modo, una diferencia entre lo relevante que debe permanecer y lo anodino que es saludable obviar. De ahí que muchos nombres de sencillos ministros y cargos estén bien olvidados, y que sea bueno recordar a un ministro sencillo como el doctor Marçal Grilo de Portugal.
En mi estancia en Lisboa, destinado como funcionario de carrera, tras superar el concurso convocado al efecto con carácter nacional, para la provisión de plazas en el exterior, durante seis años, desde 1994 a 2000, aprendí muchas lecciones y una de ellas la tengo muy grabada en mi mente, porque la recuerdo, además, asociada a dos anécdotas curiosas, que, de alguna manera, retratan personas de un pueblo diferente, aunque esté tan próximo y tenga muchos lazos comunes.
Recorrí todo el país, desde El Algarve a Coímbra y Braga, parando en los pueblitos, saboreando sus abundantes platos y observando sus costumbres. Disfruté de sus “pousadas”, medité en Tomar, y me identifiqué tanto con aquella tierra, que me hubiera quedado a vivir allí toda la vida, de no haber existido razones familiares para volver a Tenerife. Muy pocas cosas mejores se pueden decir de un lugar, que la frase que repito cuando hay ocasión: “ni un solo día me arrepentí de haber vivido en Portugal durante seis años”.
No es frecuente que un ministro de Educación portugués se desplace a un centro extranjero en Lisboa para inaugurar el curso escolar, y es normal que así sea, por eso tiene relevancia que al principio del curso académico 1997/98, el excelentísimo señor don Eduardo Carrega Marçal Grilo fuese a la sede del Instituto Español de Lisboa, en “Rua Direita do Dafundo” e inaugurase el curso escolar, aunque la sensibilidad de las autoridades portuguesas con el centro docente ya se había manifestado en ocasiones anteriores, como en la inauguración del curso 1991/92, que contó con la presencia de Mário Soares, presidente de la República Portuguesa.
Eduardo Marçal Grilo une a su sencillez un amplio currículo, además de sus diferentes cargos ministeriales y de diversas entidades en su país, como fue el de administrador ejecutivo de la Fundación Calouste Gulbenkian, y cuenta con una amplia experiencia en el plano internacional, en el Consejo de Europa, programa ERASMUS MUNDUS, etc., todo ello precedido por una sólida formación académica: licenciado en Ingeniería Mecánica en 1966 y doctor en 1973.
En estos días de pandemia no solo he recordado a Portugal, tratando de ordenar papeles, sino que más bien lo he tenido presente por distintas noticias sobre el grave problema que nos asola y he pensado mucho en el querido país luso, sintiendo cada vez más admiración por su primer ministro António da Costa, entre otras grandes figuras portuguesas. Me ha venido a la mente hechos del pasado que no conviene olvidar y lecciones del presente que es necesario aprender. Una y otra vez he reflexionado, estos días, sobre la conveniencia de aunar fuerzas ante un mal tan grande en nuestro país, sin que pueda dejar de pensar y mirar a Portugal, para llegar a una misma expresión con gran desconsuelo: ¡Qué Gobierno… y qué oposición!
Me parece que no resulta baladí destacar que Eduardo Marçal Grilo tuviera la valentía, a finales de la década de los noventa, de aceptar la propuesta de la OCDE, para que Portugal participase en el informe PISA, dado el temor a los resultados negativos previsibles, pero aceptó el reto que supuso un nuevo camino en la educación, logrando “la mayor historia de éxito del informe PISA en Europa”, en palabras de Andreas Schleicher, director de educación de la OCDE en 2017. Un ministro sencillo y un ministro valiente es un buen ejemplo para nuestros lares.
Con el afán propio de un director del centro organicé, con la colaboración del equipo directivo, el acto académico de inauguración del curso 1997/98, jugando un papel destacado el vicedirector José Luis Baquero Lastanao, hombre curtido en la realización de actos y actividades con larga experiencia en el País Vasco y en la propia Lisboa, dada su anterior estancia hacía años, al haber superado el correspondiente concurso de plazas en el exterior. Baquero fue la pieza fundamental de la proyección de actos y actividades que dieron tanta relevancia al centro aquellos años. Impagable colaboración del amigo entrañable. Indudablemente, un hecho de estas características supondría realzar la importancia del centro y mejorar su proyección exterior.
El protocolo previsto contaba con la presencia del embajador de España, Raúl Morodo, que debería llegar primero, y luego el ministro de Educación. El equipo directivo le esperaría en el edificio noble, monumento histórico artístico portugués, donde estaban las oficinas, despachos y otras dependencias, incluida una casa vivienda para el director que no se utilizaba en esos momentos y otra para el conserje. La construcción originaria esta datada a mediados del siglo XVII, según lápida de la entrada que dice: “Reinando el Rei Nosso Snor do Joao 4 se fes esta obra por mandato do conde de Cantanhede dos seus conºs do estado e guerra e veedor de sua fzda no anno 1649”. Utilizada en su momento como palacete de recreo por estar a las afueras de Lisboa, perteneció, a principios del siglo XVIII, a Dom Marco António de Azevedo Coutinho, secretario de Estado del rey Joâo V, siendo posteriormente ocupada por nobles y embajadores.
En esta casa, Quinta de Sâo Joâo do Rio, se haría la recepción y habíamos pensado que después de un breve intercambio de palabras en el despacho de dirección y la firma en el libro de oro, nos dirigiríamos al salón de actos en el edificio de enfrente. Curiosamente un centro de tanta relevancia e historia no contaba con un “Libro de Honor”, y creo que fue un gran acierto la decisión adoptada a este respecto, poco después de tomar posesión como director, para contar con uno y así dejar constancia de la visita de las diferentes personalidades que visitaran el instituto, respondiendo a un brillante pasado que contó entre sus profesores con Fidelino de Figueiredo y Eugenio Asensio, con conferenciantes como Gerardo Diego o Américo Castro y con alumnos de renombre en los amplios campos de las Ciencias y las Letras.
Aquí ocurre la primera anécdota que yo transformé en una gran lección. La sencillez y la cercanía personal son cualidades que, con cierta frecuencia, desgraciadamente, desaparecen en nuestro país, en las personas que ocupan cargos políticos. A muchos les entusiasma la pompa y no dan dos pasos sin girar la cabeza para ver quienes le miran o creen que le admiran.
La zona estaba habilitada para aparcamientos, pero en estos casos quedaba despejada, de modo que pudieran llegar hasta la misma puerta principal los coches oficiales del embajador de España, del ministro y de otras autoridades.
Yo estaba un tanto nervioso, deseando que todo saliera bien, y con antelación suficiente permanecía en la zona, entrando y saliendo, pues, aunque había dado las instrucciones precisas a los conserjes, tengo la manía de supervisar y contrastar que todo va bien, quizá por mi demasiado afán de control.
Unos minutos antes de la hora prevista para la llegada del embajador, se acercó un coche pequeño, sin ninguna señal diferenciadora, paró delante del edificio, y sin fijarme bien, un tanto nervioso, me dirigí a la conductora para decirle que por favor moviera el coche a la zona superior, habilitada para los vehículos, ya que allí no se podía aparcar; y al comprobar su sorpresa, sin ver bien que por el otro lado estaba saliendo un señor, añadí: mire, perdone, es que estamos esperando al ministro de Educación de Portugal y no puede dejar el coche aquí. Entonces ella me respondió: yo soy la secretaria, el ministro es ese señor. En ese momento estaba solo, tragué saliva, y pensé: ¡vaya confusión! Pedí disculpas y traté de compensar la incidencia con amabilidad. Me quedé un poco perplejo. No le había reconocido a pesar de haber repasado la prensa con fotografías suyas, además se había adelantado unos minutos y no venía en coche oficial. Al llegar poco después el embajador, respire un poco más tranquilo.
Aprendí entonces otra lección: además de planificar, organizar y estar atento, no descartes que en un pequeño coche pueda venir una gran persona o una personalidad.
¡Qué ejemplo de sencillez y normalidad en un ministro! Austeridad y cercanía son cualidades frecuentes en los gobernantes, fuera de España.
El acto se desarrolló según lo previsto y creo que el Instituto Español ganó mucho con su presencia y yo le estaré siempre agradecido por el acto y por su sencillez y amabilidad. Entonces y ahora sigo pensando que estos hechos deben llevarnos a la reflexión en España y en Canarias, en particular, por la cantidad de coches oficiales que se usan incluso por directores generales y secretarios generales técnicos para cualquier desplazamiento, sin descartar los de carácter privado, en algunos casos para trayectos de doscientos metros. Gracias ministro Eduardo Marçal Grilo.
Poco más de dos años después se celebra en Lisboa la cumbre europea en el edificio del “Centro de Exposiçôes e Congressos de Lisboa”, frente al estuario de su querido Tejo, nuestro largo Tajo, que nace en los montes Universales en la Sierra de Albarracín y que va hermanando pueblos para entregarse en manos de la mar océano que un día fuera el fin de la Tierra y otro día la propiedad de España y Portugal, tras los tratados de Alcaçovas en 1479 y de Tordesillas en 1494, con la bendición, por medio, del papa Alejandro VI, bula Inter caetera, en 1493, que motivara la protesta del rey de Francia, Francisco I, preguntando en qué parte del testamento de Adán se había establecido tal distribución de propiedad.
Yo había pasado ciertas tensiones con el consejero de la embajada respecto al funcionamiento del instituto, pero las mismas quedaron resueltas ante el cambio operado en la sede central del Ministerio de Educación de España y la grata atención prestada por el nuevo Subdirector de Educación en el Exterior, Luis Buñuel Salcedo. La relación directa y menos protocolaria fue un enorme aliciente para el equipo directivo que había contado con un cambio en la jefatura de estudios, de modo que ahora junto a los queridos compañeros José Luis Baquero, Lastanao, José Eliseo Fuentes González, figuraría como jefe de estudios de enseñanza media, Miguel Ángel Fresno Martínez.
El equipo ministerial de educación se desplaza para el Consejo Europeo de Lisboa y entre ellos, el subdirector de Educación en el Exterior, con una agenda apretada, de modo que me cita en las afueras de la sede, del edificio de Congresos de Lisboa, para vernos al menos un rato y comentar los problemas y demás asuntos del Instituto Español de Lisboa, para el que habíamos recuperado discretamente el nombre de Hermenegildo Giner de Los Ríos, puesto poco después de su creación durante la Segunda República, resistiendo las instrucciones para acordar otro nombre. En la actualidad la denominación oficial es Instituto Español “Giner de Los Ríos”.
Para que me acompañaran a la entrevista había hablado con el vicedirector y con el administrador-secretario, afín de poder tratar todos los temas con mayor amplitud. Nosotros no estábamos invitados al Consejo Europeo de Lisboa, solo teníamos una cita del subdirector general para, aprovechando un descanso de su actividad, vernos en cualquier lugar próximo o paseando por aquella preciosa avenida.
El día 23 de marzo de 2000, el vicedirector del Instituto español de Lisboa, José Luis Baquero Lastanao, el administrador y secretario Ramón Nieto López y yo, como director del centro, nos dirigimos, desde la sede del instituto en Rua do Dafundo en Algés, hacia el edificio donde se celebraba la Cumbre de Lisboa, para la concertada cita.
Con traje y corbata, los tres salimos de la sede del Instituto Español de Lisboa, en Rua Direita do Dafundo, número 40, en Algés, andando con tiempo suficiente, dada mi mentalidad germana en este aspecto, al que añado un margen de diez minutos para imprevistos, y lo hicimos a pie desde la sede del instituto, dado que no hay demasiada distancia, aunque sí un buen paseo. Caminamos disfrutando de la vista del estuario a nuestra derecha, el “Mar da Palha” con la desafiante Torre de Belém, más bella cuanto más se mira, y a pocos minutos pasamos delante del “Mosteiro dos Jerónimos” y de la “Igreja de Santa María de Belém” muestra del estilo manuelino, expresión de un gótico tardío tan particular y tan especial, que obliga a un paso más lento, aunque sean muchas las veces que se haya contemplado. No era el momento para saborear el buen café o los “pastéis de Belém” en una de las más célebres cafetería-pastelerías de Lisboa, que entonces visitaba con frecuencia y en la que llegamos a celebrar algunas reuniones informales del equipo directivo. Por ello, seguimos avanzando entre nobles edificios históricos para comenzar y casi no acabar el largo recorrido exterior del centro de la “Cordearia Nacional”.
La obsesión por la puntualidad y el margen de los diez minutos de los “inconveniente” de última hora, hizo que llegáramos con cierta antelación respecto a la hora fijada y que caminaremos los últimos metros más despacio con un andar casi ceremonioso, para llegar a la hora prevista. Los tres marchamos con trajes a medidas y entretenida conversa, y debimos ser de los primeros en acercarnos a una cumbre en la que nada teníamos que hacer salvo la señalada entrevista.
De este modo nos aproximamos a la sede de la Cumbre, con unos minutos de adelanto, por lo que aminoramos, más aún, el ritmo de nuestro caminar en la Avenida da India, paralela a la Avenida Brasilia, para doblar a la “Praça das Industrias”, lo que indudablemente le dio una mayor solemnidad a nuestro andar, y no tengo dudas, por lo que pasó respecto al control de entradas, que tuvo un efecto inhibidor en la policía y demás agentes de seguridad, que, digo yo, estarían pensando en no molestar a tan altas “magistraturas”. Al llegar delante del edificio con las múltiples banderas nos encontramos un cordón policial en el exterior y, de forma un tanto impulsiva, al no ver a Buñuel Salcedo, seguimos caminando y entramos sin que la policía nos dijera nada. Muy campantes y con la seguridad que da desconocer el protocolo y control que se exigía en tan importante reunión, pasamos el primer cordón policial en el exterior.
Dentro pudimos ver varias mesas con miembros de seguridad, junto a más policías, pero nadie se dirigió a nosotros para hacer observación alguna. Haciendo tiempo, seguimos caminando por los amplios espacios libres y nos fuimos hasta el fondo. Allí subimos, por la escalera, un piso, y al terminar la misma, llegamos a la sala de conferencias y nos detuvimos en una de las antesalas en las que estaban las mesas con café y otras bebidas, canapés y bollería variada. Hasta cierto punto vimos normal que el primer ministro, Antonio Gutérres se dirigiera solo a la sala y le saludamos atentamente.
Como seguíamos esperando, nos tomamos unas cervezas y luego unos vinos, acompañados de los ricos manjares. Nos asomamos a la sala principal, pero vimos pocas personas, pues en ese momento no había intervenciones, y volvimos al “lugar de hacer tiempo”. Allí continuamos conversando sobre la sencillez mostrada por relevantes personas de la política portuguesas, tal cual habíamos constatado en diversos lugares y concretamente en las recepciones de la embajada de España en el palacio de Palhavá, al que acudíamos con cierta frecuencia. No dejamos de contrastar el hecho de que un primer ministro no fuera acompañado por su séquito tal cual cabe esperar con mentalidad española.
En un momento dado, al seguir sin encontrar al subdirector general, les digo a mis dos colegas que mejor vayamos fuera por, si al no vernos, no se le haya ocurrido entrar, y esté allí pendiente de nosotros.
Cuando ya estábamos próximo a la puerta de salida un policía nos para en el mismo momento que yo veo al ministro, Grilo, que asistía a la cumbre, aunque ya había cesado, al formarse el XIV Gobierno de la República, con la continuidad de António Gutérres como primer ministro, VIII legislatura. José Luis y Ramón se quedan hablando con el policía mientras yo saludo al ministro al que tenía tanto agradecimiento, estrechando efusivamente su mano. Entonces me dice que iba a salir, porque se había olvidado los documentos y que no le daban la acreditación. Yo que había entrado y que no tenía seña de identidad ninguna, ni tan siquiera me había fijado que éramos los únicos que no llevábamos “pegatina”, con la naturalidad y seguridad que no tuve dos años antes cuando le conocí, me dirijo a los policías y les digo con cierta firmeza: ¡hombre no saben que este señor es el ministro de Educación de Portugal! Y surge lo inexplicable. El policía se queda parado, ve que yo no tengo tarjeta de identidad en el pecho, y luego contesta: vale, vale. ¡Si no lo veo, no lo creo!
Nos despedimos y el ministro volvió hacia la sala principal, mientras yo me fui con los dos compañeros que seguían con otro policía y que les interrogaba que como podían estar allí sin acreditación. Solo en ese momento me di cuenta que todo el mundo estaba con los “escapularios” identificativos colgando del cuello.
En una especie de interrogatorio, la policía y los responsables de seguridad no dejaban de preguntar que por dónde habíamos entrado, que cómo era posible, etc., hasta que llegó un superior al que le dije que nosotros habíamos accedido por la puerta principal y que nadie nos requirió ningún documento. Yo creo que el jefe se dio cuenta del enorme fallo de seguridad habido y nos facilitó la salida, pues el problema era más de ellos que de nosotros.
Total, que no vimos a Buñuel Salcedo, que saludamos a un primer ministro y a un ministro de educación, que nos tomamos unas cervezas, unos canapés y unos vinos y que nos fuimos comentando que nadie se creería estos hechos si los contáramos, dado que con total seguridad no figurarían en la Agenda 2000 de Lisboa.
Por eso, cuando al día siguiente, el 24 de marzo, en el mismo lugar, dos pro-etarras arrojaron unos huevos rellenos de tinta roja al presidente del Gobierno de España, José María Aznar, cuando abandonaba la sala de la rueda de prensa en la Cumbre de Lisboa, a todos causó asombro, menos a los tres compañeros que habíamos vivido la anécdota del día anterior.
Quizá la sencillez, el sentimiento de unidad nacional, la seguridad lograda años después del 25 de abril con el asentamiento del sistema democrático y la ausencia de movimientos terroristas expliquen la confianza que reina en el cercano país y algún fallo de seguridad de este tipo. No está de más mirar a Portugal y sus gentes y reflexionar sobre sus fallos y sus aciertos en lo que han hecho y lo que hacen, pero también es necesario que estemos dispuesto a aprender sus buenas lecciones en educación, en sanidad y, especialmente, en seguridad, en seguridad nacional, como han demostrado respecto a la actual pandemia. ¡Quién lo iba a decir!
Aquí estoy ahora, recordando a un ministro sencillo, unos amigos entrañables, un fallo de seguridad, un paisaje de encanto junto al estuario del río Tejo, nuestro Tajo, con gente portuguesa, en una inolvidable y señorial Lisboa, con tanta morriña, y tanta “saudade”, que parecen hacer real lo que rememoro, deseando, también, por un momento, que los sueños se hagan verdad para no quedar con la tristeza reflejada en los versos que hablan de la bella Inés en “Os Lusiadas” de Camoens: “de noite em doces sonhos que mentíâ, de día em pensamentos que voavam”.
En Tenerife, encerrado, reordenando papeles, pero libre para recorrer aquellas tierras lusas con presto pensamiento, un 30 de abril de 2020.
Se marca, de este modo, una diferencia entre lo relevante que debe permanecer y lo anodino que es saludable obviar. De ahí que muchos nombres de sencillos ministros y cargos estén bien olvidados, y que sea bueno recordar a un ministro sencillo como el doctor Marçal Grilo de Portugal.
En mi estancia en Lisboa, destinado como funcionario de carrera, tras superar el concurso convocado al efecto con carácter nacional, para la provisión de plazas en el exterior, durante seis años, desde 1994 a 2000, aprendí muchas lecciones y una de ellas la tengo muy grabada en mi mente, porque la recuerdo, además, asociada a dos anécdotas curiosas, que, de alguna manera, retratan personas de un pueblo diferente, aunque esté tan próximo y tenga muchos lazos comunes.
Recorrí todo el país, desde El Algarve a Coímbra y Braga, parando en los pueblitos, saboreando sus abundantes platos y observando sus costumbres. Disfruté de sus “pousadas”, medité en Tomar, y me identifiqué tanto con aquella tierra, que me hubiera quedado a vivir allí toda la vida, de no haber existido razones familiares para volver a Tenerife. Muy pocas cosas mejores se pueden decir de un lugar, que la frase que repito cuando hay ocasión: “ni un solo día me arrepentí de haber vivido en Portugal durante seis años”.
No es frecuente que un ministro de Educación portugués se desplace a un centro extranjero en Lisboa para inaugurar el curso escolar, y es normal que así sea, por eso tiene relevancia que al principio del curso académico 1997/98, el excelentísimo señor don Eduardo Carrega Marçal Grilo fuese a la sede del Instituto Español de Lisboa, en “Rua Direita do Dafundo” e inaugurase el curso escolar, aunque la sensibilidad de las autoridades portuguesas con el centro docente ya se había manifestado en ocasiones anteriores, como en la inauguración del curso 1991/92, que contó con la presencia de Mário Soares, presidente de la República Portuguesa.
Eduardo Marçal Grilo une a su sencillez un amplio currículo, además de sus diferentes cargos ministeriales y de diversas entidades en su país, como fue el de administrador ejecutivo de la Fundación Calouste Gulbenkian, y cuenta con una amplia experiencia en el plano internacional, en el Consejo de Europa, programa ERASMUS MUNDUS, etc., todo ello precedido por una sólida formación académica: licenciado en Ingeniería Mecánica en 1966 y doctor en 1973.
En estos días de pandemia no solo he recordado a Portugal, tratando de ordenar papeles, sino que más bien lo he tenido presente por distintas noticias sobre el grave problema que nos asola y he pensado mucho en el querido país luso, sintiendo cada vez más admiración por su primer ministro António da Costa, entre otras grandes figuras portuguesas. Me ha venido a la mente hechos del pasado que no conviene olvidar y lecciones del presente que es necesario aprender. Una y otra vez he reflexionado, estos días, sobre la conveniencia de aunar fuerzas ante un mal tan grande en nuestro país, sin que pueda dejar de pensar y mirar a Portugal, para llegar a una misma expresión con gran desconsuelo: ¡Qué Gobierno… y qué oposición!
Me parece que no resulta baladí destacar que Eduardo Marçal Grilo tuviera la valentía, a finales de la década de los noventa, de aceptar la propuesta de la OCDE, para que Portugal participase en el informe PISA, dado el temor a los resultados negativos previsibles, pero aceptó el reto que supuso un nuevo camino en la educación, logrando “la mayor historia de éxito del informe PISA en Europa”, en palabras de Andreas Schleicher, director de educación de la OCDE en 2017. Un ministro sencillo y un ministro valiente es un buen ejemplo para nuestros lares.
Con el afán propio de un director del centro organicé, con la colaboración del equipo directivo, el acto académico de inauguración del curso 1997/98, jugando un papel destacado el vicedirector José Luis Baquero Lastanao, hombre curtido en la realización de actos y actividades con larga experiencia en el País Vasco y en la propia Lisboa, dada su anterior estancia hacía años, al haber superado el correspondiente concurso de plazas en el exterior. Baquero fue la pieza fundamental de la proyección de actos y actividades que dieron tanta relevancia al centro aquellos años. Impagable colaboración del amigo entrañable. Indudablemente, un hecho de estas características supondría realzar la importancia del centro y mejorar su proyección exterior.
El protocolo previsto contaba con la presencia del embajador de España, Raúl Morodo, que debería llegar primero, y luego el ministro de Educación. El equipo directivo le esperaría en el edificio noble, monumento histórico artístico portugués, donde estaban las oficinas, despachos y otras dependencias, incluida una casa vivienda para el director que no se utilizaba en esos momentos y otra para el conserje. La construcción originaria esta datada a mediados del siglo XVII, según lápida de la entrada que dice: “Reinando el Rei Nosso Snor do Joao 4 se fes esta obra por mandato do conde de Cantanhede dos seus conºs do estado e guerra e veedor de sua fzda no anno 1649”. Utilizada en su momento como palacete de recreo por estar a las afueras de Lisboa, perteneció, a principios del siglo XVIII, a Dom Marco António de Azevedo Coutinho, secretario de Estado del rey Joâo V, siendo posteriormente ocupada por nobles y embajadores.
En esta casa, Quinta de Sâo Joâo do Rio, se haría la recepción y habíamos pensado que después de un breve intercambio de palabras en el despacho de dirección y la firma en el libro de oro, nos dirigiríamos al salón de actos en el edificio de enfrente. Curiosamente un centro de tanta relevancia e historia no contaba con un “Libro de Honor”, y creo que fue un gran acierto la decisión adoptada a este respecto, poco después de tomar posesión como director, para contar con uno y así dejar constancia de la visita de las diferentes personalidades que visitaran el instituto, respondiendo a un brillante pasado que contó entre sus profesores con Fidelino de Figueiredo y Eugenio Asensio, con conferenciantes como Gerardo Diego o Américo Castro y con alumnos de renombre en los amplios campos de las Ciencias y las Letras.
Aquí ocurre la primera anécdota que yo transformé en una gran lección. La sencillez y la cercanía personal son cualidades que, con cierta frecuencia, desgraciadamente, desaparecen en nuestro país, en las personas que ocupan cargos políticos. A muchos les entusiasma la pompa y no dan dos pasos sin girar la cabeza para ver quienes le miran o creen que le admiran.
La zona estaba habilitada para aparcamientos, pero en estos casos quedaba despejada, de modo que pudieran llegar hasta la misma puerta principal los coches oficiales del embajador de España, del ministro y de otras autoridades.
Yo estaba un tanto nervioso, deseando que todo saliera bien, y con antelación suficiente permanecía en la zona, entrando y saliendo, pues, aunque había dado las instrucciones precisas a los conserjes, tengo la manía de supervisar y contrastar que todo va bien, quizá por mi demasiado afán de control.
Unos minutos antes de la hora prevista para la llegada del embajador, se acercó un coche pequeño, sin ninguna señal diferenciadora, paró delante del edificio, y sin fijarme bien, un tanto nervioso, me dirigí a la conductora para decirle que por favor moviera el coche a la zona superior, habilitada para los vehículos, ya que allí no se podía aparcar; y al comprobar su sorpresa, sin ver bien que por el otro lado estaba saliendo un señor, añadí: mire, perdone, es que estamos esperando al ministro de Educación de Portugal y no puede dejar el coche aquí. Entonces ella me respondió: yo soy la secretaria, el ministro es ese señor. En ese momento estaba solo, tragué saliva, y pensé: ¡vaya confusión! Pedí disculpas y traté de compensar la incidencia con amabilidad. Me quedé un poco perplejo. No le había reconocido a pesar de haber repasado la prensa con fotografías suyas, además se había adelantado unos minutos y no venía en coche oficial. Al llegar poco después el embajador, respire un poco más tranquilo.
Aprendí entonces otra lección: además de planificar, organizar y estar atento, no descartes que en un pequeño coche pueda venir una gran persona o una personalidad.
¡Qué ejemplo de sencillez y normalidad en un ministro! Austeridad y cercanía son cualidades frecuentes en los gobernantes, fuera de España.
El acto se desarrolló según lo previsto y creo que el Instituto Español ganó mucho con su presencia y yo le estaré siempre agradecido por el acto y por su sencillez y amabilidad. Entonces y ahora sigo pensando que estos hechos deben llevarnos a la reflexión en España y en Canarias, en particular, por la cantidad de coches oficiales que se usan incluso por directores generales y secretarios generales técnicos para cualquier desplazamiento, sin descartar los de carácter privado, en algunos casos para trayectos de doscientos metros. Gracias ministro Eduardo Marçal Grilo.
Poco más de dos años después se celebra en Lisboa la cumbre europea en el edificio del “Centro de Exposiçôes e Congressos de Lisboa”, frente al estuario de su querido Tejo, nuestro largo Tajo, que nace en los montes Universales en la Sierra de Albarracín y que va hermanando pueblos para entregarse en manos de la mar océano que un día fuera el fin de la Tierra y otro día la propiedad de España y Portugal, tras los tratados de Alcaçovas en 1479 y de Tordesillas en 1494, con la bendición, por medio, del papa Alejandro VI, bula Inter caetera, en 1493, que motivara la protesta del rey de Francia, Francisco I, preguntando en qué parte del testamento de Adán se había establecido tal distribución de propiedad.
Yo había pasado ciertas tensiones con el consejero de la embajada respecto al funcionamiento del instituto, pero las mismas quedaron resueltas ante el cambio operado en la sede central del Ministerio de Educación de España y la grata atención prestada por el nuevo Subdirector de Educación en el Exterior, Luis Buñuel Salcedo. La relación directa y menos protocolaria fue un enorme aliciente para el equipo directivo que había contado con un cambio en la jefatura de estudios, de modo que ahora junto a los queridos compañeros José Luis Baquero, Lastanao, José Eliseo Fuentes González, figuraría como jefe de estudios de enseñanza media, Miguel Ángel Fresno Martínez.
El equipo ministerial de educación se desplaza para el Consejo Europeo de Lisboa y entre ellos, el subdirector de Educación en el Exterior, con una agenda apretada, de modo que me cita en las afueras de la sede, del edificio de Congresos de Lisboa, para vernos al menos un rato y comentar los problemas y demás asuntos del Instituto Español de Lisboa, para el que habíamos recuperado discretamente el nombre de Hermenegildo Giner de Los Ríos, puesto poco después de su creación durante la Segunda República, resistiendo las instrucciones para acordar otro nombre. En la actualidad la denominación oficial es Instituto Español “Giner de Los Ríos”.
Para que me acompañaran a la entrevista había hablado con el vicedirector y con el administrador-secretario, afín de poder tratar todos los temas con mayor amplitud. Nosotros no estábamos invitados al Consejo Europeo de Lisboa, solo teníamos una cita del subdirector general para, aprovechando un descanso de su actividad, vernos en cualquier lugar próximo o paseando por aquella preciosa avenida.
El día 23 de marzo de 2000, el vicedirector del Instituto español de Lisboa, José Luis Baquero Lastanao, el administrador y secretario Ramón Nieto López y yo, como director del centro, nos dirigimos, desde la sede del instituto en Rua do Dafundo en Algés, hacia el edificio donde se celebraba la Cumbre de Lisboa, para la concertada cita.
Con traje y corbata, los tres salimos de la sede del Instituto Español de Lisboa, en Rua Direita do Dafundo, número 40, en Algés, andando con tiempo suficiente, dada mi mentalidad germana en este aspecto, al que añado un margen de diez minutos para imprevistos, y lo hicimos a pie desde la sede del instituto, dado que no hay demasiada distancia, aunque sí un buen paseo. Caminamos disfrutando de la vista del estuario a nuestra derecha, el “Mar da Palha” con la desafiante Torre de Belém, más bella cuanto más se mira, y a pocos minutos pasamos delante del “Mosteiro dos Jerónimos” y de la “Igreja de Santa María de Belém” muestra del estilo manuelino, expresión de un gótico tardío tan particular y tan especial, que obliga a un paso más lento, aunque sean muchas las veces que se haya contemplado. No era el momento para saborear el buen café o los “pastéis de Belém” en una de las más célebres cafetería-pastelerías de Lisboa, que entonces visitaba con frecuencia y en la que llegamos a celebrar algunas reuniones informales del equipo directivo. Por ello, seguimos avanzando entre nobles edificios históricos para comenzar y casi no acabar el largo recorrido exterior del centro de la “Cordearia Nacional”.
La obsesión por la puntualidad y el margen de los diez minutos de los “inconveniente” de última hora, hizo que llegáramos con cierta antelación respecto a la hora fijada y que caminaremos los últimos metros más despacio con un andar casi ceremonioso, para llegar a la hora prevista. Los tres marchamos con trajes a medidas y entretenida conversa, y debimos ser de los primeros en acercarnos a una cumbre en la que nada teníamos que hacer salvo la señalada entrevista.
De este modo nos aproximamos a la sede de la Cumbre, con unos minutos de adelanto, por lo que aminoramos, más aún, el ritmo de nuestro caminar en la Avenida da India, paralela a la Avenida Brasilia, para doblar a la “Praça das Industrias”, lo que indudablemente le dio una mayor solemnidad a nuestro andar, y no tengo dudas, por lo que pasó respecto al control de entradas, que tuvo un efecto inhibidor en la policía y demás agentes de seguridad, que, digo yo, estarían pensando en no molestar a tan altas “magistraturas”. Al llegar delante del edificio con las múltiples banderas nos encontramos un cordón policial en el exterior y, de forma un tanto impulsiva, al no ver a Buñuel Salcedo, seguimos caminando y entramos sin que la policía nos dijera nada. Muy campantes y con la seguridad que da desconocer el protocolo y control que se exigía en tan importante reunión, pasamos el primer cordón policial en el exterior.
Dentro pudimos ver varias mesas con miembros de seguridad, junto a más policías, pero nadie se dirigió a nosotros para hacer observación alguna. Haciendo tiempo, seguimos caminando por los amplios espacios libres y nos fuimos hasta el fondo. Allí subimos, por la escalera, un piso, y al terminar la misma, llegamos a la sala de conferencias y nos detuvimos en una de las antesalas en las que estaban las mesas con café y otras bebidas, canapés y bollería variada. Hasta cierto punto vimos normal que el primer ministro, Antonio Gutérres se dirigiera solo a la sala y le saludamos atentamente.
Como seguíamos esperando, nos tomamos unas cervezas y luego unos vinos, acompañados de los ricos manjares. Nos asomamos a la sala principal, pero vimos pocas personas, pues en ese momento no había intervenciones, y volvimos al “lugar de hacer tiempo”. Allí continuamos conversando sobre la sencillez mostrada por relevantes personas de la política portuguesas, tal cual habíamos constatado en diversos lugares y concretamente en las recepciones de la embajada de España en el palacio de Palhavá, al que acudíamos con cierta frecuencia. No dejamos de contrastar el hecho de que un primer ministro no fuera acompañado por su séquito tal cual cabe esperar con mentalidad española.
En un momento dado, al seguir sin encontrar al subdirector general, les digo a mis dos colegas que mejor vayamos fuera por, si al no vernos, no se le haya ocurrido entrar, y esté allí pendiente de nosotros.
Cuando ya estábamos próximo a la puerta de salida un policía nos para en el mismo momento que yo veo al ministro, Grilo, que asistía a la cumbre, aunque ya había cesado, al formarse el XIV Gobierno de la República, con la continuidad de António Gutérres como primer ministro, VIII legislatura. José Luis y Ramón se quedan hablando con el policía mientras yo saludo al ministro al que tenía tanto agradecimiento, estrechando efusivamente su mano. Entonces me dice que iba a salir, porque se había olvidado los documentos y que no le daban la acreditación. Yo que había entrado y que no tenía seña de identidad ninguna, ni tan siquiera me había fijado que éramos los únicos que no llevábamos “pegatina”, con la naturalidad y seguridad que no tuve dos años antes cuando le conocí, me dirijo a los policías y les digo con cierta firmeza: ¡hombre no saben que este señor es el ministro de Educación de Portugal! Y surge lo inexplicable. El policía se queda parado, ve que yo no tengo tarjeta de identidad en el pecho, y luego contesta: vale, vale. ¡Si no lo veo, no lo creo!
Nos despedimos y el ministro volvió hacia la sala principal, mientras yo me fui con los dos compañeros que seguían con otro policía y que les interrogaba que como podían estar allí sin acreditación. Solo en ese momento me di cuenta que todo el mundo estaba con los “escapularios” identificativos colgando del cuello.
En una especie de interrogatorio, la policía y los responsables de seguridad no dejaban de preguntar que por dónde habíamos entrado, que cómo era posible, etc., hasta que llegó un superior al que le dije que nosotros habíamos accedido por la puerta principal y que nadie nos requirió ningún documento. Yo creo que el jefe se dio cuenta del enorme fallo de seguridad habido y nos facilitó la salida, pues el problema era más de ellos que de nosotros.
Total, que no vimos a Buñuel Salcedo, que saludamos a un primer ministro y a un ministro de educación, que nos tomamos unas cervezas, unos canapés y unos vinos y que nos fuimos comentando que nadie se creería estos hechos si los contáramos, dado que con total seguridad no figurarían en la Agenda 2000 de Lisboa.
Por eso, cuando al día siguiente, el 24 de marzo, en el mismo lugar, dos pro-etarras arrojaron unos huevos rellenos de tinta roja al presidente del Gobierno de España, José María Aznar, cuando abandonaba la sala de la rueda de prensa en la Cumbre de Lisboa, a todos causó asombro, menos a los tres compañeros que habíamos vivido la anécdota del día anterior.
Quizá la sencillez, el sentimiento de unidad nacional, la seguridad lograda años después del 25 de abril con el asentamiento del sistema democrático y la ausencia de movimientos terroristas expliquen la confianza que reina en el cercano país y algún fallo de seguridad de este tipo. No está de más mirar a Portugal y sus gentes y reflexionar sobre sus fallos y sus aciertos en lo que han hecho y lo que hacen, pero también es necesario que estemos dispuesto a aprender sus buenas lecciones en educación, en sanidad y, especialmente, en seguridad, en seguridad nacional, como han demostrado respecto a la actual pandemia. ¡Quién lo iba a decir!
Aquí estoy ahora, recordando a un ministro sencillo, unos amigos entrañables, un fallo de seguridad, un paisaje de encanto junto al estuario del río Tejo, nuestro Tajo, con gente portuguesa, en una inolvidable y señorial Lisboa, con tanta morriña, y tanta “saudade”, que parecen hacer real lo que rememoro, deseando, también, por un momento, que los sueños se hagan verdad para no quedar con la tristeza reflejada en los versos que hablan de la bella Inés en “Os Lusiadas” de Camoens: “de noite em doces sonhos que mentíâ, de día em pensamentos que voavam”.
En Tenerife, encerrado, reordenando papeles, pero libre para recorrer aquellas tierras lusas con presto pensamiento, un 30 de abril de 2020.