Recuerdo Guía de Isora, el querido pueblo del Almácigo, y, de forma especial, a su gente, con una frecuencia fuera de lo normal. Una de las explicaciones puede estar en la compenetración que, como profesor, logré en aquel lugar, con los compañeros, los alumnos, sus madres y padres, y, también, con los amigos que tuve la suerte de forjar. Deduzco que otro motivo se debe a la firme grabación en mi mente de aquellos cinco años, allí intensamente vividos, operando como un dulce rejuvenecer que mantiene la fuerza e ilusión de entonces. Siempre doy gracias por ello. Como muestra de esa gratitud me gustaría seguir publicando historias, anécdotas y cualquier nota de interés sobre tan entrañable lugar con sus moradores y, al mismo tiempo, reivindicar el justo reconocimiento a aquellas personas que lucharon y prestaron un gran servicio al pueblo, especialmente en el campo educativo, como ocurrió con José Manuel Barrios Dorta. Testigo de algunos hechos que no se han publicado con detalle, siento como un deber reflejarlos por escrito, para evitar el fácil olvido al pasar los años, y contribuir al mejor conocimiento que deben tener las nuevas generaciones de su pasado, y del relevante papel jugado por determinadas personas. Conocí pronto la historia local y el papel relevante de la llamada “Academia” en la que había ejercido su labor un destacado catedrático de Matemáticas, José Manuel Barrios Dorta, muy conocido en el ámbito docente canario. Dicho centro de enseñanzas medias estuvo ubicado en la “Casa de la Virgen”, en la parte baja de las Casas Consistoriales, pero luego se trasladó a otro edificio acondicionado, a la salida del pueblo, en la carretera que va a Chío y Playa de San Juan, entrados los años sesenta del pasado siglo. Desarrollé mi ejercicio profesional de 1972 a 1977, con la prudencia y discreción que imponía la época, pero al mismo tiempo con un claro compromiso democrático, en el que estaba implicado también el compañero Federico Roldán Pérez, que luego sería destacado líder sindical. En ese marco local y temporal los dos trabajamos en el fomento de las asociaciones de padres de alumnos y en la lucha reivindicativa de la extensión y mejora de la enseñanza, con el objetivo principal de lograr la creación de un instituto de enseñanzas medias y la construcción del correspondiente edificio. Logramos el compromiso de muchos padres de alumnos como José Barrios González, hombre de gran inteligencia y firmeza, que había sido alcalde del municipio, antes de la dictadura. Él me facilitó el contacto y la amistad con su hijo, José Manuel Barrios Dorta, al que yo apenas conocía personalmente. Desde nuestra primera conversación, la coincidencia en los temas de educación y la preocupación política facilitó la relación que mantuvimos durante años, mostrando un constante apoyo a las actuaciones reivindicativas que crecían cada día. Tuve mucha suerte al poder vivir una época brillante en aquella comarca, junto al gran Mariano López Arias, jefe de Extensión Agraria, y más tarde el polifacético Zenaido Hernández Cabrera, uno de los máximos conocedores de nuestra cultura canaria, que tanto contribuyeron al desarrollo cultural de la zona, con la cooperación de grandes directores y amigos como Secundino Yanes, Amalia González y, luego, Marcos Pascual. Eran los tiempos del bar “Central” como lugar de asueto y tertulia, sito al lado de la plaza principal del pueblo, atendido por la infatigable y diligente doña Juana y su familia. Sin duda alguna la prudencia, el respeto a los alumnos y sus familias, las actuaciones discretas, y las palabras medidas, obviando el partidismo e incidiendo en los valores de libertad y democracia fueron el cauce acertado al final del régimen en una tranquila zona rural. Distante de la cerrada política local, José Manuel Barrios Dorta se comprometió con nuestras reivindicaciones en la enseñanza y con la lucha por el nuevo sistema constitucional que pronto llegaría. Nuestra convicciones, aunadas con el ímpetu propia de la juventud y cierto atrevimiento, hicieron posible que la lucha, discreta al principio, fuera abierta y explosiva al final, de modo que las tranquilas aguas sociales se alteraron con reuniones que llegaron a alcanzar las doscientas personas, tanto en el casco de Guía de Isora, el 15 de febrero de 1976, como en La Cumbrita, en Alcalá, el 7 de marzo del mismo año, con la sentida, vibrante y elocuente intervención de don José Barrios que arrancó el prolongado aplauso general. En solo tres años se había producido un importante cambio reivindicativo, iniciado tímidamente el 22 de marzo de 1973, con el éxito de la reunión de padres, que despejó las dudas y el temor al fracaso, especialmente de Federico Roldán y de mí, como principales promotores, y con la decisión de José Barrios de presentarse a presidente de la asociación, momento que marca también esa relación más intensa con su hijo, José Manuel Barrios Dorta, arriba señalada. El testimonio del periodista José Díaz Herrera que dedicó dos páginas del periódico de “El Día”, el 26 de febrero de 1976, con un artículo bajo el título “La Asociaciones de padres de Alumnos ganaron la batalla”, resume bien aquella lucha que iba más allá de la enseñanza, en la que se inscribía el afán de participación, de libre asociación y opinión con el norte de los principios democráticos que pronto se impondrían con carácter general. El ayuntamiento de aquella época incumplía su obligación de mantener las instalaciones y aportar las dotaciones mínimas del centro docente y el alcalde logró engañarnos casi medio año con buenas palabras y el “mañana eso estará arreglado”, para lo que hacía comparecer a Morocho, el trabajador “todoterreno” del ayuntamiento, al que preguntaba, simulando asombro, —¿cómo es posible que esto no se haya hecho? —y al instante, cuando se iba— ¡Morocho!, busca una solución urgente, no te olvides. Daba lo mismo lo que fuera, palabras que volaban, problemas sin resolver. Vencida la desidia del ayuntamiento, ante el cariz de los acontecimientos y la fuerza popular demostrada, varios concejales se sumaron a la lucha por la Enseñanza Media, colaborando en la cuestación para el solar del centro educativo, dando la mayor bofetada posible a la alcaldía. La idea de recaudar dinero “Pro Instituto” puso en evidencia al ayuntamiento que decía que había cumplido todos los trámites y fue esencial en la agitación popular que se produjo, como prueba el que se lograran más de ochocientas mil pesetas en tan solo un mes, aportadas por más de trescientos ochenta vecinos, que respondieron al llamamiento de la comisión encabezada por los entrañables y respetados amigos, Francisco Rodríguez Martín (Paquito) y José Barrios González, y de la que formaron parte, entre otros, José Manuel Domínguez González, José María Morales Fuentes, Ángel Palmero Borges e Isidoro González Expósito. Hablábamos y hablábamos sobre nuestra realidad inmediata y los problemas del país, conscientes de que vivíamos un periodo singular de la Historia de España. Eran frecuentes los largos almuerzos como los inolvidables de "El Rancho" de Alfred y Rosa María, a la salida de la carretera de Chío hacia Las Cañadas, cuando no bajábamos a Playa de San Juan al bar “Brisas del Mar”, en realidad un restaurante, a Alcalá en “Casa Elvira” o “Casa Juana la Negra”, los dos lugares más célebres para degustar el pescado. Bodegas particulares complementaban tales sitios como espacios de libertad para el intercambio de opiniones y crítica al poder establecido, ¡inolvidable día de Chirche! En la Vera tocamos un día en la casa de don José Morales para visitar su bodega, acompañados del tribunal examinador que había llegado como todos los meses de junio y septiembre desde La Laguna, una vez finalizada la jornada de exámenes, y allí, con el debate y la mezcla de temas, afloraron ciertas divergencias que desembocaron en el punto común, no discutido, del buen vino. En una ocasión fijamos un encuentro en el ayuntamiento con el delegado de educación, Juan Salinero, que se desplazaba con Barrios desde Santa Cruz de Tenerife. El presidente de la asociación de padres de familia, José Barrios González, su padre, el profesor Federico Roldán, secretario del Colegio Libre Adoptado (CLA) Nuestra Señora de la Luz y yo nos incorporaríamos a su llegada. Un retraso en el cargo político, nada raro en los diferentes gobernantes, motivó la anulación de la cita. La comida ya había sido encargada en “El Rancho”, y ellos estaban en ruta. Después de alguna duda sobre el retorno o no, mientras conversábamos por teléfono, decidieron seguir hasta Guía de Isora. Llamamos al restaurante, confirmando el almuerzo, pero rogando que se aplazara una hora. Don José Barrios estaba en la plaza esperando y no fue avisado de la suspensión del encuentro en la alcaldía al darse una confusión entre su hijo y nosotros y olvidarnos de él. Allí esperó largo rato hasta que con fuerte enfadó se marchó a su casa. Nosotros en “El Rancho”, comimos, hablamos y prolongamos la sobremesa. Antes de regresar a Santa Cruz de Tenerife, José Manuel Barrios quiso visitar a su padre en Batanca, lugar donde vivía, a la salida de Guía de Isora por la carretera a Tejina, y presentarle al delegado de educación. Nos desplazamos allí y comprobamos el fuerte enfado de don José Barrios, momento en que nos dimos cuenta del imperdonable fallo. Mi disgusto fue enorme ante tal hecho y las consecuencias que tuvo, pues quiso dimitir como presidente de la asociación y no saber más de nuestro CLA, Colegio Homologado o Academia como se le conocía en el lugar. Pasado el día del disgusto me propuse recobrar la amistad con aquella persona que tanto había contribuido para mover la enseñanza en Guía de Isora. Nunca pagaré la labor realizada por su mujer Julia García a mi favor como también hizo su hijo, logrando lo que parecía imposible. Antes de un mes se restablecieron totalmente nuestra amistad y las relaciones cordiales con su hijo José Manuel Barrios Dorta que se había mantenido en todo momento a nuestro lado, confiado en que las aguas volvieran a su cauce, a pesar del fuerte carácter de su padre. Barrios era entonces director del instituto de enseñanza media masculino de S/C de Tenerife, más tarde denominado instituto de educación secundaria "Andrés Bello", y conocido catedrático de Matemáticas. Había sido profesor de la Universidad Central en Madrid y vicepresidente de la asociación nacional de profesores de Matemáticas y su apoyo tuvo también otras muestras, coordinando con habilidad diversas instancias, como ocurrió en las gestiones para impartir el Curso de Orientación Universitaria (COU), el año académico 1976/77, con la complicidad del director del instituto de Icod de los Vinos, José Manuel de Taoro Martín, el inspector jefe de Canarias, Sebastián Sosa Barroso y del rector de la Universidad de La Laguna, Antonio Bethencourt Massieu. Hoy resulta incomprensible que fuera necesaria la autorización de tan variadas entidades y órganos y que tuviéramos que sortear las rígidas disposiciones, utilizando la vía del Instituto Nacional de Bachillerato a Distancia. Con la mediación de Barrios Dorta, que también era director de la delegación de tal centro en S/C de Tenerife, estas personalidades hicieron posible que, por primera vez se pudiera estudiar el COU en la amplia zona que iba desde Granadilla hasta Icod de Los Vinos. Guía de Isora, claramente, se había convertido en el centro cultural y de enseñanza de tan amplia comarca. El 6 de marzo de 1976, ante las deficientes infraestructuras y la carencia de material escolar, con la firma del acuerdo entre José Manuel Barrios Dorta como director del Instituto Nacional de Bachillerato número 1 de S/C de Tenerife y yo, como director del CLA, por el que se cedía con determinadas condiciones mobiliario y material, con el visto bueno de la inspección de educación, se dio una lección más a la alcaldía cuyas promesas habían dejado de ser creídas hacía tiempo. Barrios se había ido implicando cada vez más desde aquel 22 de marzo de 1973 y su apoyo se había tornado en una de las más importantes basas para la consecución del instituto, que indudablemente caminaba, y ello fue lo más relevante, con el empuje popular. Hombre recio, tajante y claro, profesor muy exigente en los exámenes, con una imagen frecuentemente brusca y distante, antes del trato personal, ofrecía, tras la puerta de entrada, la cordialidad abierta, la palabra espontánea, el carácter alegre y la fidelidad del amigo. La preocupación por su pueblo saltó en la primera conversación que mantuve con él. La enseñanza, en primer lugar. El desarrollo económico fue otro tema de largo debate y, no tengo dudas en afirmar que fue la persona por mí tratada que con mayor claridad en aquella época vio las posibilidades turísticas de Guía de Isora. La inquietud política acompañaba al campo social y económico en sus reflexiones, aumentando nuestra sintonía. Frente al dominio agrícola del poder político y fáctico de los años setenta, en los que los tomates y el plátano marcaban la pauta general, razonaba con firmeza que no se podía perder el tren del desarrollo y entregar el mando total a Adeje y Arona, teniendo una de las costas con más posibilidades de Tenerife y el mejor clima de la isla. No era un visionario, era una persona realista y pragmática, ajeno a las componendas municipales de aquellos momentos. No tardaron muchos años, en los que, con la llegada de la democracia en el ayuntamiento, se experimentó el cambio que favoreció el desarrollo turístico y Playa de San Juan y Alcalá, entre otros lugares, siguiendo el impulso de Playa de la Arena, relanzaron su desarrollo, logrando el alto nivel que afortunadamente se puede comprobar en nuestros días. Hombre más de fondo que de forma, de resultado más que de procedimiento, era un puntal en los encuentros de amigos, poniendo sobre la mesa múltiples anécdotas y vivencias. “El Rancho” fue testigo de ello. Era uno de los lugares preferidos por el equipo docente para los tenderetes o para invitar a la autoridad académica, a nuestros profesores del “instituto madre” de La Laguna, y allí, después de las comidas bien regadas con variados vinos, se trataba de convencer a la superioridad de la necesidad de un instituto, mientras un vaso de güisqui vacío iba y otro lleno venía, y los chistes y las anécdotas olvidadas se repetían, cuando la gracia era grande o la relevancia del hecho lo reclamaba. Una y otra vez salía a relucir la noche que conduciendo por la avenida Tres de Mayo en Santa Cruz de Tenerife, que entonces no tenía túnel, y era de doble circulación, Checa el amigo de Barrios, jefe de la unidad de becas en la delegación de educación, se saltó el semáforo en rojo, en una época en la que con carácter general no se era tan riguroso con el “si bebes no conduzcas”, y se veía normal salir de la bodega y seguir conduciendo. El agente de tráfico ordenó parar el coche e interrogó con cierto enfado: —¿No visteis el semáforo en rojo? —A lo que el hombre de la sonrisa, el chiste rápido y la palabra precisa contestó—: El semáforo, sí lo vimos, al que no vimos fue al policía. La espontánea y sincera respuesta provocó una reacción inesperada en quien se disponía ya a multar, y levantando el brazo dijo: —Venga, venga, largo, “iros” rápido de aquí, —perdonando la sanción. Cada vez que se contaba la anécdota, reíamos y, entre carcajadas, otro trago, y otra copa. La noble causa justificaba el medio alegre que ayudaba a la consecución del objetivo. “El Rancho” debe conservar en sus paredes el eco de numerosos debates y discusiones en la animada y alegre conversa en la que nunca faltaba el báquico elemento. Federico Roldán y yo, y más tarde Jorge Luis Méndez Méndez, que, luego, sería, también, director del instituto, y otros profesores apenas interveníamos, cuando Jorge Coderch Santonja, catedrático, y Melquiades Álvarez, profesores del tribunal examinador, venidos de La Laguna, elevaban el tono. Discreción que imponía nuestra condición de profesores interinos entonces, y el claro objetivo que no era otro que flexibilizar los criterios de corrección de los exámenes a favor de nuestros alumnos, a los que impartíamos clases de bachillerato, durante el curso completo, y que, en dos días, tenían que realizar todos los ejercicios finales ante un tribunal, formado mayoritariamente por profesores del Instituto masculino de La Laguna que decidía su calificación. Algo inconcebible en nuestros días para una enseñanza impartida por funcionarios y personal contratado a lo largo de todo el año académico. Aquellas paredes conservan nuestras comedidas palabras y, en otras ocasiones, las más claras y firmes de José Manuel Barrios Dorta, reivindicando el instituto ante la autoridad, utilizando el substantivo apropiado y el verbo preciso, en el momento oportuno, cuando la nueva copa ablandaba la posición del representante ministerial, logrando el compromiso político que surgía con la naturalidad propia de esos momentos. Casi nunca la comida y la bebida han sido ajenas a los acuerdos, pactos y concesiones. Siguiendo las enseñanzas de los más experimentados, como el catedrático Leoncio Afonso Pérez, que había sido mi profesor de Geografía, y luego compañero de equipo directivo y amigo, presidente varios años del tribunal que se desplazaba a Guía de Isora, pusimos en práctica la eficiente vía diplomática. En el célebre restaurante con el instituto como objetivo, Barrios fue un maestro, y el beneficio se hacía evidente, porque el fruto de la uva, cuando va con paso lento, apoyado en el brazo de la moderación, no solo no hace daño, sino que con sus compuestos fenólicos rejuvenece el organismo y facilita los acuerdos, al tiempo que fortalece la amistad. Como dice, nuestro Eclesiastés, el libro Qohéleth de la Biblia, "nihil novum sub sole", nada nuevo bajo el Sol. Las gestiones hechas por José Manuel Barrios Dorta a favor del logro de un instituto de enseñanza media para el lugar no fue algo accidental ni su preocupación por su gente se limitó al campo de la docencia. Orgulloso de su pueblo, Guía de Isora era como su apellido y casi nadie que conociera a Barrios desconocía que fuera de Guía de Isora. No siempre se asocia el nombre de una persona destacada a su localidad natal, cuando ello se logra en vida, no suele ocurrir de forma gratuita. Es indudable que él ponía delante siempre el nombre de Guía de Isora, antes de entrar en otros detalles, cuando conocía nuevas personas. Esa asociación de nombres le hacen más grande si cabe. José Manuel Barrios Dorta y Guía de Isora, dos nombres inseparables al recordar al destacado Catedrático de Matemáticas, profesor de la Universidad de La Laguna, fundador del partido socialdemócrata canario en 1977, y senador, secretario segundo de la comisión especial de asuntos iberoamericanos, nacido el 6 de junio de 1926 y fallecido el 23 de mayo de 2002. Manuel de Los Reyes Hernández Sánchez, el profesor, a 29 de septiembre de 2020.
2 Comentarios
Gratitud es la primera palabra que, cuando llega la generosa ayuda, debe brotar de quienes con enorme sentimiento ven como el fuego descontrolado quema lo propio y lo común, agradecimiento a cuantos amantes de la naturaleza, en los más diferenciados campos, con la voz entrecortada, se han movilizado prestos para combatir el incendio declarado el 21 de agosto en Garafía; y reconocimiento a la noble emoción que ha aflorado en los amigos y la gente de bien. Destacar el buen hacer desde el peón hasta el técnico, la disponibilidad de medios y la colaboración de diversas entidades no debe impedir el análisis crítico que permita, en el futuro, mejorar la respuesta en los casos de fuegos descontrolados. Si somos capaces de adoptar conjuntamente medidas de prevención, habremos ganado la primera batalla en la lucha contra el hijo de Vulcano. No es deseable que Garafía sea noticia por un incendio, pero este lamentable suceso ha acercado el lejano y olvidado pueblo al corazón de los canarios que ha palpitado con fuerza en la medida que las llamas avanzaban por montes y caseríos, permitiendo con ello su mejor conocimiento del cantón palmero. No podremos evitar el inicio de otra quema, un día indeterminado, que, con fenómenos atmosféricos adversos, podría causar graves daños, una vez más, pero sí está en nuestras manos dejar de alimentar el triángulo del fuego en sus tres elementos. Es imprescindible impedir que se una a ese triángulo equilátero otro, isósceles o escaleno, de estupidez humana, formado por el combustible de bombonas entre el follaje o guaguas y otros carros más o menos ocultos entre las ramas, por el comburente de la desidia y del abandono, y por la mano imprudente o alocada que juega con la energía de activación. Logremos que el combustible de los desperdicios, unidos al comburente del escaso sentido común de algunos, desaparezca para siempre, de modo que el punto de ignición del necio no pueda desencadenar el nuevo siniestro que destruya un pueblo. Formemos el triángulo equilátero del amor a la naturaleza, de la identidad de la tierra de las Hespérides y de la solidaridad de todos los canarios, para transmitir a las nuevas generaciones el patrimonio de natura y cultura que hemos recibido de nuestros ancestros desde las Tricias con Buracas hasta Roque del Faro, en la “más quebrada áspera tierra del mundo”. Los garafianos, orgullosos de su pueblo, el municipio de las estrellas, saben que la masa forestal que contiene y que los valores etnográficos que se conservan no son de su propiedad, pues ellos son meros administradores, porque Garafía pertenece a todos los canarios, con una de las más ricas y variadas vegetaciones del Archipiélago. Los nombres de Catela, Briesta, Hoya Grande, Lomo del Fraile, El Colmenero, Llano del Negro, Santo Domingo, Cueva del Agua, Los Lomitos, El Castillo, regados con el agua generosa de tanta gente, estos días de fuego, estarán deseosos de devolver tan importante contribución, con su famoso vino de tea, su sabrosa gastronomía con el potaje de trigo y la carne de cabra, cabrito o cordero, el trigo rabón, las más variadas papas de la mejor calidad, el ajo de Raíz del Pino, y el sosiego de sus casas rurales, a quienes busquen el aislamiento y contacto con lo natural, en cortas o largas estancias, o visiten sus más llamativos lugares un día de excursión por la zona. No sin razón los garafianos, auaritas del pueblo lejano, nos hemos sentido olvidados. Carencias de todo tipo han hecho retroceder el número de habitantes al de hace dos siglos. Probablemente ningún pueblo de Canarias ha sufrido el abandono de Garafía. Esta puede ser la ocasión para impulsar una serie de medidas que ayuden a su gente y que permitan luchar con mayor eficiencia contra el fuego destructor de nuestra masa forestal y nuestros campos. 1.- Actualización del proyecto de carretera general desde Puntagorda a Barlovento por las medianías que permita una rápida conexión como vía principal para el desplazamiento, con carácter general, y de máxima importancia también para el control rápido del fuego, logrando al fin completar la circunvalación de la isla de La Palma. 2.- Mejora de determinados puntos de la carretera de Briesta, en la zona alta, y la de Las Tricias a Santo Domingo, por la costa, para evitar determinadas curvas muy pronunciadas, y asfaltado de las pistas de tierra que permitan el desplazamiento urgente de personas y medios a puntos concretos con mayor seguridad. Todavía, por ejemplo, la pista a El Colmenero es de tierra, y el asfaltado de la carretera de Llano del Negro a Cueva de Agua se encuentra en tan lamentable estado que los "parches" de cemento le están ganando la batalla al "piche". 3.- Medidas de apoyo a agricultores y ganaderos que permitan aumentar la roturación de tierras y el impulso de la producción de uno de los mejores quesos de Canarias, al tiempo que, con una ganadería sostenible, las laderas dejan de ser propagadoras del fuego. Todo ello en el marco de ese equilibrio imprescindible que permita el mejor cuidado del medio ambiente. 4.- Fomento de acciones de conservación del patrimonio como el acceso a la "Cueva del Agua", estaciones de petroglifos como la de El Callejoncito, molinos de viento, etc., con espacios circundantes seguros al fuego. 5.- Impulso de la restauración de las casas rurales, con asesoramiento gratuito, para canalizar las iniciativas particulares, lo que no solo permitiría su salvación, sino que también serían barreras al fuego. 6.- Protección del medioambiente, con un dominio público libre de cualquier ocupación no autorizada, y exigencia a los foráneos del cumplimiento de las mismas reglas que a los naturales en la recuperación de cuevas u otros espacios, con medidas de integración y, en su defecto, de coexistencia, en el marco del respeto mutuo, siempre que los modos de vida alternativa no signifiquen un riesgo propio o para los demás habitantes, y, al mismo tiempo impulso de la participación ciudadana de modo que los garafianos, con experiencia y preparación, tengan mayor protagonismo en la lucha contra el fuego, asesorando y formando parte de los equipos de intervención. 7.- Recuperación de centros educativos en la enseñanza obligatoria que alcance a los objetores escolares, evitando en todo caso el desplazamiento de alumnos a otros municipios. Esta tierra generosa, tan bien descrita por Gaspar Frutuoso, en “Saudades da terra” no debe impedir la entrada de quienes desean vivir en lugares apartados conformes a la naturaleza, sin deseo de integración, en muchos casos, con los vecinos que aquí quedan, pero sí exigir con firmeza la mínima asunción de reglas en el respeto a la fecunda naturaleza de Tagalguen. Sepa la autoridad que tendrá el respaldo de toda persona de bien para adoptar, con convicción, cualquier medida que haga falta, evitando que haya bombonas bajo cualquier matorral o guaguas y todo tipo de “carruchas” de desguace en los campos y montes, que insulten a la faya, el brezo, el pino o la más humilde planta. Este pueblo no debe perder su identidad. La firmeza es compatible con la persuasión y el asesoramiento, pero sin dejar de considerar que el bien común debe prevalecer a comportamientos alocados de quienes piensan que ésta es una tierra de nadie donde cabe todo. Un pueblo abierto, pero no una tierra sin regla y basura a capricho. Corren malos tiempos para la disposición de medios económicos que permitan avanzar en el camino de unas obras de larga espera, pero nada impide dar el primer paso. Es un tremendo error dar fuelle al “enemigo” y por ello facilitar el camino al fuego, ni en la Montaña de Fernando Oporto o en el barranco de El Atajo, ni en El Mudo o Don Pedro, o cualquier otro lugar con abundante maleza, apartando la mano campesina. Luchemos contra el fuego con inteligencia, con la rápida comunicación, con las viviendas cuidadas y protegidas, con los campos roturados, con los montes limpios y con educación, con mucha educación, respetuosa con el medio ambiente. Fomentemos la convivencia, la apertura de miras, la tolerancia con quienes buscan formas naturistas, veganas o de cualquier otro tipo, pero no despreciemos al campesino, no arrinconemos al “mago”, porque no es bueno. Aquí están siete medidas, buscando la sensibilidad de las autoridades de diferentes ámbitos, siete acciones comedidas y necesarias, reconociendo los pasos acertados recientemente como la disposición del centro de promoción agraria de Garafía en San Antonio del Monte. Garafía pide ayuda, porque sola no puede, para que, en el próximo futuro, evitemos la paradoja de contar con el Observatorio del Roque de Los Muchachos, uno de los tres mejores del mundo, en un espacio geográfico de malas comunicaciones e infraestructuras deficientes; ayuda para que este pueblo sea noticia por su “San Antonio del Monte” con su famosa feria de ganado, por sus senderos, por sus molinos de viento recuperados, por las visitas a sus estaciones de petroglifos, por la Zarza y la Zarcita, por las casas de El Tablado, por La Fajana en Franceses, o Buracas y sus dragos en Las Tricias, por Santo Domingo con su plaza de Baltasar Martín y su calle Anselmo Pérez de Brito, en honor de los próceres palmeros, aquí nacidos, por su paisaje y paisanaje, y no por el fuego. El llamamiento a la solidaridad de toda Canarias, en el marco de austeridad general impuesto por la pandemia del coronavirus, no solo es la petición de un pueblo con escasos recursos, sino también la de la isla de La Palma que seguro le acompañará en estas circunstancias, de modo que la realidad se haga presente, desplazando los sueños de demasiados años. Los garafianos debemos trabajar sin descanso para que los demás canarios vengan a saborear un recuperado lugar de alto valor natural y etnográfico del que serán partícipes. Este pueblo les espera con un cielo único que no se puede dejar de ver. Salvemos a Garafía de nuevos incendios que pueden causar mayores destrozos, con medidas que están a nuestro alcance. Salvemos y apoyemos a Garafía. Manuel de Los Reyes Hernández Sánchez ... Cerca de El Colmenero, y no lejos de Catela, está Lomo del Fraile, paraje siempre visitado por la faya, el brezo y el pino canario, que hacen más bello el sitio con su presencia, pero que no han dejado de despertar los celos de los árboles frutales, allí instalados, desde hace muchos años, temerosos de perder su espacio, con el ánimo de permanencia mantenido, a pesar de la despedida de sus cuidadores, que, en los años cincuenta y sesenta del pasado siglo, decidieron marchar a otras tierras.
Allí la almendra casi nunca ve a la castaña, que no llega hasta noviembre, cuando los tunos tardíos se preparan para ofrecer su mejor sabor, y prefiere la compañía de las más variadas ciruelas, bien sean las agustinas, las blancas, las claudias ovaladas, de color morado, o las pequeñas japonesas salvajes que ganan calidad en los terrenos más altos por la humedad que conserva el suelo. Los caminos y veredas, entonces transitados, separaban a los tagasastes y las tederas para confundirse en las huertas y nateros donde el trigo, la cebada o el centeno hacían acto de presencia, mientras en uno de sus cantos la viña se preparaba para el gran festival de otoño. Las papas no querían abandonar el sitio y se conformaban con algunos celemines que les permitieran atender a su gente y no perder la semilla. No protestan los perales arrinconados y la higuera se conforma con la zona no labrada. Allí un buen día del año 1963 acude Juliana para colaborar en las tareas agrícolas con la familia Candelario Rocha. Pocos eran los vecinos que vivían fijo en la zona, esperando la llegada del verano para verse más acompañados con la gente que subía de la costa, trayendo sus enseres y sus animales. La crónica oral nunca fallaba, pues Sabás daba el más mínimo detalle, y con su prodigiosa memoria registraba las fechas de nacimiento de todos los conocidos y cualquier otro suceso relevante. Aunque la situación económica de las Islas Canarias estaba dando el salto de desarrollo, impulsado por el Plan de Estabilización de 1959, y el incipiente cambio social avanzaba con la llegada de algunos turistas, Garafía en la década de los sesenta del pasado siglo retrocede en casi todos los planos por ese tributo de sangre, en palabras de mi hermano Gonzalo, que pagó a la Isla, especialmente en Los Llanos de Aridane, al Archipiélago, particularmente, en Gran Canaria y Tenerife, y a América, en su casi totalidad en Venezuela. No fue ajena a su decadencia la desacertada política municipal, y el abandono de los gobiernos central e insular que aplicaron la bíblica maldición cainita a los agricultores, con elevadas cuantías en las frecuentes multas, impuestas por cortar un gajo de faya u otra rama o recoger pinillo para los animales, como techo o como lecho, en una desacertada política de protección de los montes que impedía su aprovechamiento agrícola y ganadero, como se venía haciendo desde siglos antes, sin perjuicio alguno para el medio ambiente. Recuerdo oír el lamento y la rabia de los multados y en un caso el razonamiento del campesino afectado con el papel de pago en la mano: “me deberían sancionar por no atender a los animales, no por cortar unas ramas”. A la inexplicable gestión municipal se unió la insensibilidad de las autoridades insulares de la época, con frases como “La isla termina en Barlovento”, “no hay nada más allá”, alterando en los años setenta las prioridades en los planes y programas del Gobierno central y la coordinación de la Mancomunidad Provincial Interinsular de Santa Cruz de Tenerife, en los que se contemplaban las acciones necesarias para la continuidad de la carretera nacional desde Puntagorda hasta Barlovento. Garafía, efectivamente quedó en tierra de nadie. Tocaron a sus puertas por el este y por el oeste, pero los dineros no llegaron a pesar de la protesta del ayuntamiento entonces regido por Manolo Paz. Los intereses económicos de la clase dirigente insular, de la “Suidad y de la Banda”, ajenos a la “Suiza palmera”, se impusieron una vez más, y las Curvas de San Juanito y la Carretera de Argual ganaron la partida, al alterarse el orden de prioridades en las medidas de fomento que el Gobierno del Estado había fijado, con mayor sensibilidad para Garafía que la autoridad local. No dejaba de tener razón el querido profesor, compañero y amigo Leoncio Afonso Pérez cuando me decía: “del amo y el mulo cuanto más lejos más seguro”. Garafía, comarca de acción especial, estaba lejos y más alejada quedó. Unos nos fuimos y otros quedaron, mientras el campo se abandonaba gradualmente. Es en este marco continuador de las tareas agrícolas de antaño, aunque con menor intensidad, en el que Juliana de "Llano Negro" cuidaba su casa y, en ocasiones, trabajaba de peona, ayudando a otra gente, como sucedió en los terrenitos que tenía la familia Candelario en el “Lomo Fraile”. A la sombra de un pino, después de la dura labor, llegaba la hora de yantar o almorzar. No podían faltar el excelente queso de la zona ni el gofio amasado en el zurrón, bien regado con el vino de Catela, con su sabor a tea, marcador del gusto diferenciado de otros vinos, que allí apenas llegaban en esas fechas. Aquellas comidas no eran el mero “entullo”, en ocasiones obligado. La conversa con reflexiones de todo tipo, el relato y el cuento, la noticia y la ocurrencia bailaban en torno a los alimentos, convirtiéndolos en las más sabrosas viandas, ahora degustadas y no solo tragadas. No faltaba el mantel de inexplicable blanco, bien colocado en el suelo, sujeto con una piedra en cada esquina y una camadita de pinillo debajo. Múltiples son las anécdotas de Juliana que destacaba por su sencillez y espontaneidad, de ahí que surgieran las preguntas para averiguar la vida propia y ajena con la gracia de unas respuestas elementales y cortas que no dejaban de ser el retrato de quienes apenas fueron a la escuela y de los que no consideraban necesario ampliar el campo del conocimiento. Es difícil que la mujer campesina canaria interrogue algo sin saber la respuesta o parte de ella. Muchas veces más que la pregunta para averiguar lo que no conoce, trata de adverar el dato que tiene o de confirmar lo que ya sabe. Con nuestros campesinos debemos ser muy prudentes, porque ellos lo son, si su pregunta es meditada, nuestra respuesta debe serlo también, ellos así lo hacen. Parece que no te van a contestar y cuando empiezan la frase dan tiempo a las palabras para que salgan en el orden debido, cada una con su carga, de modo que nunca lo dicho se le volviera en contra, porque las palabras, en la castigada vida del agricultor, pronto perdieron su inocencia. En medio de la comida y de la conversa animada, allí en “Lomo Fraile”, Candelaria, sabiendo que el hijo de Juliana estaba realizando el servicio militar, se dirigió a ella y le dijo: “¿Y pa dónde tienes el chico?”, a lo que le respondió: “Pa Barcilona”. Y aquí viene ese conocimiento previo de quien pregunta. Candelaria Candelario le dice entonces: “¿pues no estaba pa Fuerteventura?”, a lo que Juliana contestó sin dudar: “jiji, JiJiJi, ni que no fuera lo mismo”. Ya quedaban pocas personas en esa fecha, para las que, más allá del muelle de Santa Cruz de La Palma, había otra tierra, con municipios localidades o barrios diferentes, o con cantos o lugares, calles o caminos distintos, todo en un mismo territorio, en el que unos estarían un poco más arriba y otros un poco más abajo, pero no era extraño que alguna mujer o algún hombre hubiese compartido, años antes, esa ingenua confusión. Barcelona y Fuerteventura eran ubicados en el mismo sitio en la cabeza de Juliana, a dos pasos la una de la otra. En estos tiempos, algunos jóvenes que sí han ido a la escuela, a diferencia de Juliana de Llano del Negro, y que han tenido una vida “regalada”, frente a la dura vida de aquellos tiempos, operan con el mismo esquema. Serán unos pocos, pero me parecen muchos para la inversión pública habida en una educación, mantenida con los impuestos de los contribuyentes. En estos tiempos de pandemia los comportamientos juveniles incívicos no son tan excepcionales, muestras de una ignorancia muy grave y lo peor de todo, no es que no sepan, es que les da lo mismo. Probablemente ninguno de ellos leerá estas líneas. Yo me contento con escribirlas y recordar el duro trabajo de mucha gente, del campesino agudo con su profundo saber y, también, del que, menos dotado por la naturaleza, con un esquema simple y elemental no dejaba de trabajar. Es imprescindible que en nuestra sociedad se imponga el protagonismo de la juventud que estudia, de los que se esfuerzan en las aulas o en el trabajo, para que cada vez sean menos los que operan con el simple esquema y con un vocabulario de poco más que las palabras cama y playa, en medio del desconocimiento de la más elemental Geografía, confundiendo la Historia con un cuento y la Lógica con una hamburguesa, y que actúan con una mente que les impide buscar la explicación de cualquier diferencia, porque les da igual todo. Estaremos en el buen camino si la jocosa anécdota de Juliana vale para explicar aquellos tiempos en los que la enseñanza no alcanzaba a toda la población, pero nuestro andar no será correcto si, con diez años de escolarización obligatoria en nuestro país, persiste en algunos la mental confusión geográfica sin ánimo de esclarecimiento, y sería mucho más grave oír respuestas similares a la frase comentada, “Ni que no fuera lo mismo”. Gracias al amigo Gilberto Candelario Rocha, testigo de los hechos narrados. Manuel de los Reyes Hernández Sánchez, a 10 de agosto de 2020, año de la pandemia. |
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