En las grandes empresas necesitamos al profesional competente, al hombre prudente de la palabra medida y precisa, al analista de rigor. Cuando de repente la vida cambia y descubrimos más claramente la debilidad de la existencia por la enfermedad grave que aparece sigilosa, pocas cosas deben ser más confortables para la persona madura que escuchar las palabras certeras del buen hematólogo, que no ocultan la realidad, pero que fijan las posibilidades de éxito en el enfrentamiento a la misma con el duro tratamiento de vanguardia. Es una dicha encontrar el centro apropiado, el eficiente equipo y la persona justa en el momento clave, y esa es la suerte que, una vez más, tuve cuando acudí al centro médico oncológico Clara Campal, Hospital Universitario Sanchinarro, y me entrevisté con el doctor Pérez de Oteyza, aquel 29 de septiembre de 2008. Hombre de pocas palabras, serio y preciso, Jaime Pérez de Oteyza, es el ejemplo del buen hacer que puede manifestarse, cuando el mundo en que vivimos cambia de repente, porque la posibilidad de padecer un cáncer acelera su camino y se acerca a la certeza de sufrir el mismo, para alcanzar el momento en que la palabra del médico especialista rompe los buenos deseos de la familia y los amigos. El lenguaje almibarado que se justificaría en la tierna infancia o en la senectud no es el apropiado para la mujer o el hombre que debe enfrentarse a la dura batalla que le espera, de confirmarse la impresión de las primeras consultas. Se impone la verdad del diagnóstico y la necesidad de acertar en la comunicación lacónica y diáfana. La imprescindible claridad no impide la elocuencia del silencio en el instante en que se confirma lo peor de los confusos y confundidos pensamientos. Jaime Pérez de Oteyza añade, a su doctorado en el saber hematológico, la maestría en el trato con su sencillez y cercanía. Personalmente agradezco esa manera de hablar, aunque el momento sea impactante, porque lo que importa, a partir de ese instante y del buen diagnóstico, es la lucha personal, por un lado, y científica y profesional, por otro, para vencer a la enfermedad. Es indudable que un hombre solo no es suficiente, pero tampoco basta que exista un buen centro y un gran equipo si no contamos con el hombre. Es en esta conjunción de centro, equipo y hombre donde yo tuve la gran ventura de caer. Centro de excelencia Clara Campal, denominado así en honor de la madre del fundador Juan Abarca Campal, y acondicionado para los fines oncológicos perseguidos, de la mano de la familia Abarca, insertado en HM Hospitales, cuyo presidente en la actualidad es el doctor Juan Abarca Cidón. Hospital de reconocimiento general, premiado como “Hospital privado con mejor gestión” el año 2017. Equipo eficiente desde el primer contacto telefónico y la recepción hasta la salida, con un gran plan organizativo, y con una atención destacable, en la que los nombres propios cansarían al lector, por lo que me atrevo a compendiar en las dos enfermeras que marcaron la excelencia en mis estancias, Sandra y Ana. La organización y el trabajo en equipo se tornan esenciales, generalmente, en los complejos cometidos de cualquier entidad. En este caso, la grata impresión recibida el primer día que ingresé para el tratamiento de la enfermedad, nada más traspasar la puerta general por parte de todo el personal, con la carpeta de información entregada, los exámenes médicos, las intervenciones e incluso la visita de un coordinador o inspector, comprobando que todo funcionaba bien, con explicaciones detalladas de todo el proceso, me dio fuerza y seguridad en la batalla que se iniciaba. Pensé un momento que querían enviarme al espacio, pues no esperaba que en un solo día pudiera conocer y ser tratado por nueve médicos y numerosos sanitarios y personal del servicio que hoy siguen grabados en mi memoria. El buen equipo hace más grande al centro y eso ocurrió en esa fecha y durante una década en la que he mantenido contacto con el citado hospital. Hombre excepcional en su saber y en su trato, Pérez de Oteyza es una pieza clave en esa conjunción de la que hemos hablado, centro, equipo, hombre. Es indudable que él encierra el nombre de otros, de su compañero, el doctor Cubillo, de su ayudante, el doctor Belmonte, de sus alumnos acompañantes, en ocasiones, y tantos otros que no es necesario enumerar. Sin Pérez de Oteyza, probablemente estas líneas no se podrían escribir, diez años después de la recidiva, y doce del dramático momento personal del primer diagnóstico; y su acción no hubiera tenido éxito, sin todo el gran equipo, como hemos dicho, y sin el excelente centro oncológico donde realiza su labor. Me gustaría que este escrito, en primer lugar, sea expresión de gratitud, y, en segundo término, un mensaje de aliento que alimente la esperanza de quienes hayan sido alcanzado por la enfermedad. Los grandes médicos suelen serlo, cuando además de saber tratar al paciente dedican la mitad de su tiempo a la investigación. Premio extraordinario del doctorado con ampliación de estudios en el extranjero, especialmente en Boston, y con largo ejercicio profesional en el hospital “Ramón y Cajal”, Jaime Pérez de Oteyza cumple esta condición, de médico e investigador. Actualmente es el director del departamento de Hematología y Oncohematología del Grupo HM Hospitales en Madrid, dirige el programa de trasplante hematopoyético y los programas de docencia, formación e investigación en Hematología. Su formación académica con su tesis “Autotrasplante de Médula ósea en la Leucemia linfoblástica aguda” y su excelente carrera profesional desde el primer momento en que colaboró en el primer trasplante de médula que se realizó en España no han sido ajenas a los continuos éxitos logrados todos estos años en uno de los mejores centros sanitarios de España y de Europa. La conjunción de dos profesiones en una, y el enorme esfuerzo personal que requiere su eficiente ejercicio médico deben figurar en el más alto rango de consideración social y valoración económica de todo país que se considere avanzado. Si en cierto momento parecía que España había dejado de la mano la unamuniana frase “que inventen ellos” y que se daba un gran salto en la investigación en general, el nivel de la misma y su valoración real, en nuestros días, no se corresponde con la posición económica internacional que ocupa el país. Hoy no podemos contentarnos con que no estén mal consideradas estas profesiones, con unos sueldos y salarios iguales y, a veces, menores a los correspondientes de los demás campos profesionales. Es necesario romper ese nudo que atenaza la investigación y retribuir lo mejor posible a quien se entrega a ella, en general, y, particularmente en la sanidad, a quien dedica su vida a salvar la vida de los demás. Esta sociedad y cada uno de nosotros estamos en deuda con las personas que prácticamente entregan su vida a la Ciencia. Los limitados descuentos de mi nómina durante años no alcanzarían para dar la entrada de un servicio de tan alta calidad. Nunca podré pagar las horas dedicadas por un cualificado profesional, porque no hay paga posible para quien, un viernes por la tarde, en pleno verano, con la celebración del mundial de futbol, el año 2010, de tan buen recuerdo para los españoles, en los últimos encuentros de las selecciones nacionales, en el mes de julio, se sea o no deportista, dedica cinco horas a un paciente al que se realiza un trasplante de médula, hablando de sanidad y educación. El buen médico también descubre el tema de interés en la larga conversación con el paciente. Inolvidable viernes del mes de julio de 2010, por la tarde, cuando la gente sale a la calle y pasea con el calor que va cediendo en el transcurso de las horas, en medio del mayor bullicio, impuesto por el campeonato mundial de futbol, conforme a la traducción que hace la televisión que yo veo a temperatura constante, mientras mis células madre salen de mi cuerpo para ser llevadas al lugar del frío, y ser sumergidas en nitrógeno líquido a menos 196 grados centígrados. Pero no salen solas ni se van por su cuenta. La ciencia con el esfuerzo investigador acumulado por quienes restan horas al paseo lucha para que la vida continúe en quien quiere vivir, con resultado incierto, pues el cáncer es doblegado unas veces y se resiste otras. Ese día un hombre, el doctor Pérez de Oteyza conjugó en su persona el saber acumulado, la larga investigación, la maestría y el arte en el oficio, añadiendo la atención personal con su presencia durante las horas que duró el proceso, transmitiendo la seguridad fundamental para el paciente. Nunca he olvidado ni olvidaré al médico, al investigador, que con esa conjunción logra la excelencia. Esas horas no tienen precio, ni se pueden pagar, como he dicho, son las horas de la vida, son las horas en que el alma se escapa en una bolsa para regresar después, si hay una mano que guía. Este fue mi caso y así otros muchos. No es suficiente reconocerlo y dar las gracias, es necesario que quienes hemos estado en el frente difundamos los hechos, y contribuyamos en el tiempo de prórroga, en los años regalados, para que se ponga, en primer lugar, el desarrollo científico, empujando con fuerza a fin de que aumente la inversión pública en investigación para que se premie la excelencia, para que la sanidad cuento con más medios. Será un grano o unos granos de conciencia, pero podemos hacer que se multipliquen, de modo que no solo las autoridades adopten medidas al respeto, sino también que los ciudadanos alteremos el campo de valores reinante para que el nombre de nuestros investigadores, de los expertos, de los trabajadores eficientes sean más conocidos, más considerados y mejor pagados. Pérez de Oteyza, además de médico e investigador, es profesor, y yo toda la vida he sido un profesor que con él se convirtió en un atento alumno ocasional, además de un fiel paciente que siguió las directrices dadas, con plena confianza en su persona. Pronto pensé que esa impresión y esa experiencia no debería quedar encerrada en mí y que un día, más temprano o más tarde, debería ser compartida en justo homenaje a la alta cualificación del médico investigador y ejemplar profesor. Aquí está la razón de la publicación de esta página y de que tanta alabanza verbal quede ahora por escrito, haciendo caso al adagio latino “verba volant, scripta manent”. En términos comerciales no es rentable, generalmente, dar el salto de la calidad a la excelencia, pues el incremento de lo bueno se puede conseguir con cierta facilidad sin que repercuta demasiado en el precio, mientras que lograr la excelencia requiere un gran salto en el esfuerzo y por tanto en el costo. Cada vez más contamos con buenos servicios y bienes en las sociedades avanzadas, pero a pocos podemos dar la calificación de excelencia. No obstante, el desarrollo tecnológico y la precisión lograda por medios electrónicos y de inteligencia artificial puede variar la relación entre la calidad y la excelencia. En el campo de la sanidad el logro de la excelencia se traduce en vidas y la vida no tiene precio. Es necesario dedicar enormes recursos para contar con médicos y hospitales excelentes que permitan dar un salto cualitativo en el sistema sanitario de un país, si queremos hacer la apuesta por la vida a la que la enfermedad quiere cerrar la puerta. La búsqueda del camino de la excelencia, en general, y, en particular, en la sanidad implica un gran desarrollo de la investigación, la formación de los especialistas médicos, la docencia, y la inversión material en centros y productos con la adecuada coordinación, y en ese reto no es posible obviar iniciativas ni excluir sectores sin empobrecer el sistema y por tanto perder la excelencia. Luchar por la excelencia del sistema sanitario público, que en el Estado del bienestar europeo ha sido una constante, requiere, al mismo tiempo, el acogimiento de las iniciativas privadas que luchen en la misma línea como complemento del sistema público. Cuando en un momento de la vida, el cáncer se acerca sigilosamente, y con sorpresa compruebas que todo puede acabarse en muy poco tiempo, encontrar al médico de la excelencia, puede permitir que se dé el gran salto que separa la muerte segura de la vida. Un cúmulo de desaciertos en un hospital, difícilmente justificables, que ahora no es el momento de analizar, me inclinaron a buscar otro centro, animado por el mensaje de la amistad y el aprecio de una gran compañera, que me facilitó la referencia del Centro Oncológico Clara Campal. Hoy ella me mira desde la otra orilla mientras recibe mi abrazo de la eterna gratitud. Viajé a Madrid y llegué al señalado hospital para encontrar a aquel doctor de la palabra medida, de la información precisa, que con la claridad imprescindible produjo el efecto de seguridad tan necesario para iniciar la dura lucha que se avecinaba contra el linfoma folicular, no Hodking. Estas semanas me han hecho recordar, con mayor intensidad, aquel día de 2008 en el que la innombrable enfermedad tocó a mi puerta, y la lucha emprendida entonces con la legión de aliados que empujaron con fuerza para vencer al indomable enemigo: la familia, los entrañables e inolvidables compañeros, el hospital de vanguardia, Centro Oncológico Clara Campal de Madrid, el equipo médico, sanitario y de asistencia y la aportación esencial, básica y fundamental del doctor Jaime Pérez de Oteyza. De esa lucha se pueden y deben olvidar diferentes episodios para despejar las salas del recuerdo, pero no es posible omitir en el relato el aliento de aquellos nombres que llegaron cuando estaba internado en el señalado centro, como ocurrió el 4 de octubre de 2008, cuando el amigo al amigo trajo. Hoy sigo agradeciendo a José María Brito Pérez, médico cirujano vascular de prestigio internacional aquella visita. Como ya he dicho en otra ocasión, en la brega saqué fuerza de flaqueza y luché enconadamente con la guía de dos pensamientos fijos: "¿por qué no me iba a tocar a mí?" y "menos mal que fui yo el golpeado y no mis hijos". La primera frase citada no es original, se la había oído al campeón olímpico en Sapporo, Paquito Fernández Ochoa, fallecido más tarde, poco después de su última entrevista en televisión, víctima de un cáncer linfático. Para que me realizaran la tomografía por emisión de positrones, PET, y otras pruebas e intervenciones, tuve que desplazarme a Madrid en varias ocasiones. La carencia de medios en Tenerife no facilitaba la labor de los buenos especialistas de nuestra tierra. Hoy las cosas han cambiado en las Islas Canarias y se cuenta con una mejor dotación de instrumentos, pero siguen faltando recursos básicos para los tratamientos que nuestros médicos especialistas pueden hacer en este archipiélago, tan cerca y tan alejado de la capital de España. No es de extrañar que se levantaran voces airadas de pacientes, reclamando, el año 2019, la instalación del ciclotrón, el acelerador de partículas, que evite la dependencia diaria del radiofármaco, FDG, que tiene que llegar en el primer vuelo de Madrid a Tenerife, sobre las diez horas, si el tiempo no lo impide, la empresa transportista lo gestiona bien y el piloto lo permite, para su rápida utilización dada su caducidad en horas. El duro oído de los responsables no permite escuchar demasiadas veces el lamento del ciudadano paciente que no puede comprender el lento caminar de la máquina administrativa para no depender de Madrid, cuando se tiene que recibir un tratamiento oncológico complejo. La autoridad pública no puede ser tan lenta ni permitir interés bastardo alguno que entorpezca medidas de beneficio general. No es admisible la doble lucha, contra la enfermedad y contra la burocracia, cuando el enemigo es el cáncer. La carabela que trae el ciclotrón a Canarias salió el año 2010 del puerto prometedor, batida por los vientos favorables de nuestros médicos especialistas, pero no tenemos la menor duda de que los huracanes del mal, de la desidia y de la incompetencia la han alejado de su cambiado destino, evitando su atraque en el inicialmente previsto muelle canario, diez años después. Por ello es necesario que la sensibilidad con la buena Sanidad crezca y que los recursos destinados a la misma sean cada vez mayores, incluso en estos momentos de la gran crisis, priorizando este destino sobre otros. En esta brega es necesario sumar fuerzas, acogiendo las más diversas iniciativas, cuando vienen marcadas por la calidad o la excelencia, indudablemente controlando el erario cuando de lo público se trate. Sigamos el ejemplo de la buena gestión, del coordinado trabajo en equipo y descubramos a los hombres que como Pérez de Oteyza marcan la razón del camino, pues también aquí y en otros lugares será posible dar el paso de la calidad a la excelencia en diversos centros de nuestro sistema sanitario. A este país le hace más falta la confluencia de voluntades inteligentes dispares que el cainita enfrentamiento de los mediocres y de los demagogos. Este duro momento de la pandemia puede ser la ocasión en que se imponga la voluntad colectiva, que se aparten las fuerzas de la dispersión, que cada grupo busque el encuentro con sus contrincantes, al menos en el tema de interés general de la Sanidad, de una sanidad pública y privada frente al mal común. No se puede perder energías más allá del debate necesario para mejorar el sistema, porque uno de los temas que más importa, en general, y en España, concretamente ahora, es la sanidad de calidad, en un andar sin pausa hacia la excelencia. Este puede ser el momento. Manuel de Los Reyes Hernández Sánchez, 4 de junio de 2020, año de la pandemia.
2 Comentarios
Jorge Pérez
29/6/2020 03:50:28 pm
Es aplaudible el agradecimiento que tienes con quien te salvo la vida.
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Manuel de los Reyes
9/7/2020 04:44:50 pm
Mi agradecimiento por las palabras de Jorge Pérez y su comprensión de los momentos duros de la vida. Comporto el vitalismo del compañero siempre afable. Gracias.
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