GERMÁN GONZÁLEZ GONZÁLEZ
Pensando un nombre para iniciar los escritos de la sección "Amigos en la educación" tuve pocas dudas, cuando recordé a mi compañero y amigo Germán González González.
He sido uno de sus compañeros doblemente afortunado al compartir su amistad muchos años y al poder destacar su trayectoria vital y, especialmente, profesional, en dos ocasiones, en el acto de su jubilación y con ocasión de la entrega de la Encomienda de la Orden Civil "Alfonso X El Sabio" que le fue concedida.
Por ello, ahora sobran las palabras y solo es necesario difundir lo que le dije en público. Lo hago convencido y con respeto, porque estimo que las nuevas generaciones no deben olvidar, a un gran maestro, a un excelente pedagogo y una respetable y destacada persona en la isla de La Palma.
No cabe duda que la carga de afectividad se desliza en los dos textos, pero no desdibujan la persona. Aquel lector que quiera conocerle con mayor objetividad no tendrá muchas dificultades en la lectura, pues solo deberá separar alguna línea que ha pretendido adornar los hechos con cierta magia que no deja de ser una forma de ver su mundo.
He sido uno de sus compañeros doblemente afortunado al compartir su amistad muchos años y al poder destacar su trayectoria vital y, especialmente, profesional, en dos ocasiones, en el acto de su jubilación y con ocasión de la entrega de la Encomienda de la Orden Civil "Alfonso X El Sabio" que le fue concedida.
Por ello, ahora sobran las palabras y solo es necesario difundir lo que le dije en público. Lo hago convencido y con respeto, porque estimo que las nuevas generaciones no deben olvidar, a un gran maestro, a un excelente pedagogo y una respetable y destacada persona en la isla de La Palma.
No cabe duda que la carga de afectividad se desliza en los dos textos, pero no desdibujan la persona. Aquel lector que quiera conocerle con mayor objetividad no tendrá muchas dificultades en la lectura, pues solo deberá separar alguna línea que ha pretendido adornar los hechos con cierta magia que no deja de ser una forma de ver su mundo.
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El predominio de la concepción materialista, en los más diversos aspectos de nuestro ser y actuar en este mundo contemporáneo, no alcanzaba al inolvidable inspector de educación, Luis Pérez Martín, para quien era dominante la fuerza del espíritu en el gran misterio de la vida.
Lo singular y sorprendente del compañero y amigo es que no fuera ni se comportara como una persona de otra época. Incansable trabajador, puntal en los tenderetes, atento en la ayuda al otro, ajeno al enfado, podía pasar de una dimensión a otra con suma facilidad. En el desarrollo de una conversación normal, del análisis de los temas educativos, de los problemas de plantilla, o cualquier otro, propio de la labor inspectora, una simple palabra clave relacionada con el campo del espíritu actuaba como detonante para hablar y hablar de su otro mundo con toda normalidad, ante la mirada atenta de sus compañeros, algunos incrédulos, la mayoría escépticos, asintiendo unos y bromeando otros.
Con la bondad como seña de su ser y con el compromiso del buen trabajador, Luis Pérez estaba siempre, en su jornada de funcionario, cumpliendo el servicio público, sin señales de cansancio, sin ausencias ni bajas por enfermedades que le eran ajenas, añadiendo horas de intenso trabajo en los meses de inicio y finalización de cada curso académico.
Son estas notas una nueva oportunidad, para destacar otra de las cualidades de Luis, su capacidad de encaje, de aceptación del otro por diferente que fuera y lo más opuesto a sus ideas, su tolerancia. Nunca se enfadaba por pesada que fuera la guasa o por las opiniones divergentes.
De cierta indiferencia inicial pasé a interesarme por algunos temas que le apasionaban como los templarios o los “illuminati”, él incidiendo en su vertiente mistérica, y yo, en la histórica. Una y otra vez deambulaban por allí Hugo de Payns y Jacques de Molay, para saltar, cada vez con menos rubor, a su otra gran pasión, la masonería. Aparecían entonces las Constituciones de Anderson, mientras Hiram Abif se marchaba y volvía, saltando de las pirámides a los templos, para acabar viajando a S/C de La Palma, y empezar y no terminar, hablando y hablando del rico pasado cultural de nuestra entrañable isla. Cualquiera de estos términos se convertía en palabra “clave”, es decir, en la llama que encendía la conversación que se extendía como un fuego difícil de apagar.
Le recuerdo especialmente emocionado, cuando el año 2000, a mi regreso de Portugal, después de una estancia de seis años, le conté mis visitas al castillo de Tomar. Entonces comenzó a hablar sobre los templarios y fracasé en todos los intentos de acabar la conversación hasta que supongo se agotó el último relato del poder perdido por la Orden de los Pobres Caballeros de Cristo del Templo de Salomón en las tierras lusas.
Cuando pronuncié la laudatio en el acto de jubilación, en La Laguna, no pensé que en esa carrera continua que mantuvo hasta tu muerte, en múltiples actividades, yo iba a estar tan cerca y a conocerle cada año, más aún.
Creo haber resumido su vida polifacética en las palabras que pronuncié en ese acto el 16 de noviembre de 2012, por lo que a ellas remito a cuantos interesados quieran conocer más detalles de su pasado. Ahora toca añadir las últimas pinceladas de siete años en los que hemos seguido profundizando en lo divino y en lo humano y más en lo primero, pues él ha sido inseparable de ello.
La ruptura o cierta lejanía que con frecuencia se produce entre los compañeros, cuando alguien se jubila, no afectó a varios inspectores que pasamos a formar parte del denominado grupo lúdico-gastronómico “Flor de la Marañuela”, al cesar en el servicio activo como funcionarios. Con “La Marañuela” mi relación con Luis Pérez Martín se hizo más profunda, pues todos los lunes nos veíamos en lugares diferentes: bodegas, guachinches, casas privadas; en Icod de Los Vinos, Garachico, Tacoronte, Tegueste, La Laguna, S/C de Tenerife o Barranco Hondo, entre otros lugares, para degustar el buen vino con las ricas viandas de nuestra tierra, en medio del canto, el cuento y el chiste y, en ocasiones, con conferencias, charlas o intervenciones sobre temas de actualidad, particularmente de la etnografía canaria. Compartir mesa, entre otros, con grandes músicos como el hijo predilecto de la Villa de Candelaria, Agustín Ramos, con su acordeón, y con el recordado profesor Antonio Pérez Ortega, moviendo sus manos con maestría en el teclado del piano, bajo la dirección de Benigno, hizo más grande, si cabe, a Luis Pérez, por reforzar sus cualidades en el arte de Orfeo, bien, que él devolvía con creces, tocando la guitara de buena madera, manejando con maestría los más variados instrumentos musicales, y, especialmente, con su otra guitarra del temple, la armonía y la bondad. Seguro que le continuará llegando el son de la guitarra de Lalo en Cueva del Rey, en Icod, o la voz de Chago Melián, refuerzo en algunas ocasiones, en Barranco Hondo o Tegueste, lugares unidos por un río de vino blanco, que cambia de sabor, del norte al sur, que y mezcla, en los componentes fenólicos, el aroma de la amistad, para mayor gloria de su querida “Marañuela” en Tenerife, su tercera isla.
Después de la jubilación, Luis Pérez Martín apenas cambió, más allá de no tener el horario rígido de la inspección de educación como todo funcionario, y de olvidar para siempre los aspectos burocráticos y de gestión en general. Conservó el interés por los temas educativos, participando en actos, asesorando en ocasiones, o documentándose en asuntos específicos de los que hemos venido en llamar educación especial, por ejemplo, en el controvertido tema de los “niños índigo”, pero, indudablemente, dispuso de mucho más tiempo para ese mundo de misterio que para él era el mundo normal desde aquel encuentro con don Antonio el Cubano, cuando aún era muy joven.
Viajaba con frecuencia a la isla de La Palma y en ocasiones a Gran Canaria u otras islas para encuentros, entrevistas, para recibir formación o impartirla, con dos ejes como guía: la sanación, por un lado, y la masonería por otro. Dispusimos muchas horas para hablar entonces sobre nuestras actividades, en las que se borraban las distinciones y los campos, pues saltábamos de un tema a otro, un tanto alegremente. Los graves desencuentros entre la Iglesia Católica y la Masonería no tenían cabida en él, que entendía posible la buena relación entre entidades históricamente tan contrapuestas, pues él mismo no quería dejar de ser cristiano, siendo masón. Consecuencia de todo ello, unas veces debatíamos sobre las posiciones del jesuita Ferrer Benimeli, su conocimiento y su acercamiento a la masonería, otras veces, conversábamos sobre Christian Rosenkreuz y el auge de las fraternidades en nuestra época, con el peligro que entrañaba cualquiera de estos asuntos respecto al tiempo, por el consumo de horas y horas sin fin, analizando todas estas cuestiones. Mi recuerdo especial para el “efecto Mozart” y su relación con la nueva medicina, cuando se desbordó su pasión, para explicar lo que era desconocido para mí. En la sede de la inspección, en el edificio de usos múltiples, en la calle de La Marina, el año 2003, un sábado que fuimos a trabajar en la compilación de textos dispositivos generales con un apéndice sobre Canarias, con motivo de la publicación de la Ley Orgánica de Calidad de la Educación, y hacia las cuatro de la tarde, al saltar la “palabra clave”, se acabó el trabajo y surgió un nuevo problema, consecuencia de que él no paraba de hablar, y yo tampoco, con el agravante de que el respeto mutuo impedía pronunciar la frase: dejemos alguna cuestión para mañana y acabemos. Solución al problema: los dos fuimos el domingo a la sede para seguir con nuestro examen normativo. Eran otros tiempos, teníamos llave de las dependencias y se podía ir a trabajar sin solicitar permiso, o con el permiso tácito de nuestro coordinador entonces, Néstor Castro Henríquez, que tantas horas sembró, también, con generosidad en aquel campo de la educación.
Nunca se molestó por la discrepancia, ni por mi escepticismo sobre la mayor parte de lo que decía en términos mistéricos o mis opiniones al respecto. Su visión de la vida y del mundo me fue interesando en grado creciente. Más personas, de las que inicialmente yo estimaba, compartían su visión y, en mi afán de conocer, no sobraban sus creencias, ni sus explicaciones, ni el eco de su pensamiento. La realidad social es muy compleja. Coherente con la mezcla de lo real y lo irreal, de lo material y del espíritu, sus actuaciones tenían el norte de hacer el bien y ayudar a los demás. Éstas fueron sus constantes y apenas le quedaba tiempo para sí mismos, de modo que los ratos de asueto, fuera de los lunes, tenían que ser planificados con antelación.
Si la bondad busca a alguien, y la generosidad quiere acompañarle, seguirán el camino que les conduce a Luis Pérez Martín, para fundirse en un afectuoso abrazo de solidaridad, mientras suena el clarinete con los alegres sones de quien tiene por misión principal el bien, que es el bien de los demás.
Pocos compañeros han tenido la resistencia física y mental de Luis Pérez Martín para permanecer sentado delante del ordenador, calculando plantillas, localizando disposiciones o refundiendo textos legales, y ninguno para, en un momento dado, iniciar un monólogo interminable, como él podía hacer, y ello por la imprudencia de alguno al mencionar una palabra clave de su mundo mistérico, aunque a veces la cita fuera intencionada, buscando cierto descanso en el duro trabajo, o la alegre conversa en el tenderete. Algunos compañeros recordamos con precisión los relatos en Montoro, en La Gomera, mientras tomábamos la copa de parra para que el tiempo fuese bien medido y la parrilla estuviera a punto, escuchando los interminables relatos que descubrían los secretos de las pirámides de Güímar. No sorprendió a los forasteros que Pepín, el anfitrión, amigo del inspector Ramón Fagundo, organizador del encuentro, dijera la frase: “ustedes empiezan y el amigo arranca como un “yesquero”, pues Jorge Méndez y yo sugeríamos y el tema dentro de la casa, donde quedaba Luis con Pepín, entre otros, al salir nosotros para respirar el aroma del lugar y degustar al aire las tres bebidas, parra, cerveza y vino. Día grande en su segunda isla, La Gomera, en uno de los muchos encuentros celebrados por todos los rincones, desde La Villa a Playa de Santiago o desde Agulo a Arure, Las Hayas, sin olvidar el agua de ramas de Chipude, en los que en algún momento surgía “la otra dimensión”.
Muchas fueron, también, las tardes en Agua García, en las que la comida se transformaba en tenderete, y allí Luis animando con la suavidad del que no molesta. Nunca faltaba en La Guancha, por San Andrés, o por cualquier benéfico y siempre beneficioso pretexto, adonde llegaba bien guardado, entre otros, por sus grandes amigos Marcos Pascual Rodríguez y Carmen Nieves Crespo de las Casas. Había que acudir siempre, por ser falta muy grave no responder a la cita realizada por el atento Jerónimo, el veterano director, Jerónimo Morales Barroso. Luis Pérez Martín no podía estar ausente, en las jornadas de inspección de educación o en los diferentes encuentros, llevaba la música con él, junto al otro gran puntal de las canciones, el inspector Ramón Prieto. El prodigioso repertorio de Ramón era la segura guía de ratos inolvidables. Para los demás compañeros Luis llevaba los cuadernos, con la letra y música, que permitieran el seguimiento de los dos puntales. Rápido trasmitiendo los avisos y las invitaciones, unas veces, organizando otras, o participando con la energía de su particular vitalismo y la relajación proyectada por su aura, siempre acudía a los encuentros. Dado el primer paso en su explicación del mundo del espíritu y la materia, surgía el grave problema del punto y final. Totalmente claro para él y confuso para los demás, las dimensiones se perdían y su mente podía adentrarse hasta en el interior de las pirámides de Egipto, saltando de un tema a otro, en medio de un mundo de sanación en el que no podía faltar el reiki de Mikau Usui y sus manos desprendiendo la energía ardiente. Muchas veces comentaba el efecto de relajación con el inspector Jorge Pérez, su más entrañable compañero, entre el descreimiento y la constatación de ciertos resultados. El afecto que se profesaban los dos amigos era de los más fuertes del grupo, acentuado como consecuencia del apoyo que Jorge recibió de Luis Pérez, en los duros momentos vividos cuando acababa el milenio.
Cada vez más, profundizaba en los temas de la masonería, pero hablando en términos generales, sin señas personales. Sin duda alguna, seguía siendo uno de sus principales propósitos. Fue Venerable Maestro de la Logia Abora 87, en S/C de La Palma, sucediendo a Jerónimo Saavedra Acevedo. Su labor, junto a Luis Monterrey fue fundamental para recuperar la logia creada en 1874. Sus discretas tenidas dieron paso a su manifestación pública en S/C de La Palma. En mis conversaciones le comenté que la masonería había pasado de sociedad secreta a discreta y ahora algo discreta, Luis sonrió, como siempre.
Su amigo Luis Ortega Abraham le calificó de hombre de fe y de principios, bueno y solidario, palmero radical, un retrato definido del compañero y amigo de la inspección de educación.
Inolvidable 8 de mayo de 2019, cuando pude visitar a Luis Pérez en el Hospital Universitario Nuestra Señora de la Candelaria, gracias a que tres de sus hijos me cedieran el turno de visita, para entrar con su otra hija, Yurena, en la “sala de los tubos, la soledad y el silencio” y aportar la energía traída de La Palma, desde donde había seguido el proceso de su enfermedad, cuando ya no respondía a mis palabras, porque hablaba en otras dimensiones. En Roque el Faro había quedado tu tío Pedro pendiente, y en El Colmenero el orégano que tanto valoraba, con la miel de oro, tan especial de Garafía. Ya la aloe vera y el ajo, el mejor “antibiótico” natural, se habían adelantado para preparar la llegada, del sanador naturista en la lejana casa, y recibir allí al hombre estudioso que, por estos lares, mejor conocía las propiedades curativas de las plantas. Dos horas después en mi casa, en Radazul, recibí la triste noticia del fallecimiento del compañero y amigo.
Muchas pinceladas de la vida de las buenas personas se pierden con el transcurso de los años. Para que ello no sea así, por lo que a mí toca, se han escrito estas líneas, que como punto final incluyen el mensaje que remití a los inspectores de educación que nos comunicamos con frecuencia, redactadas en el momento que casi siempre es sorpresa, por grave que pueda ser el estado de aquél al que no queremos despedir.
“Paro mi actividad, y me quedo concentrado en el compañero y amigo de enorme generosidad, siempre dispuesto al bien y a disculpar las deficiencias. Un abrazo Luis en la eternidad.
Tuve la suerte de poder enmendar errores, conocerte mejor y compartir horas y horas de trabajo con conversaciones interminables.
En una hora dura en medio del misterio de la vida, quisiera que estas palabras te lleguen como oración cargadas de afecto y profundo sentimiento.
Gracias Luis, por tu amistad, con el deseo de que este reconocimiento contribuya al consuelo de tu familia en este viaje al infinito. Gracias.”
Tegueste, a 8 de mayo de 2020, Manuel de Los Reyes Hernández Sánchez.
Lo singular y sorprendente del compañero y amigo es que no fuera ni se comportara como una persona de otra época. Incansable trabajador, puntal en los tenderetes, atento en la ayuda al otro, ajeno al enfado, podía pasar de una dimensión a otra con suma facilidad. En el desarrollo de una conversación normal, del análisis de los temas educativos, de los problemas de plantilla, o cualquier otro, propio de la labor inspectora, una simple palabra clave relacionada con el campo del espíritu actuaba como detonante para hablar y hablar de su otro mundo con toda normalidad, ante la mirada atenta de sus compañeros, algunos incrédulos, la mayoría escépticos, asintiendo unos y bromeando otros.
Con la bondad como seña de su ser y con el compromiso del buen trabajador, Luis Pérez estaba siempre, en su jornada de funcionario, cumpliendo el servicio público, sin señales de cansancio, sin ausencias ni bajas por enfermedades que le eran ajenas, añadiendo horas de intenso trabajo en los meses de inicio y finalización de cada curso académico.
Son estas notas una nueva oportunidad, para destacar otra de las cualidades de Luis, su capacidad de encaje, de aceptación del otro por diferente que fuera y lo más opuesto a sus ideas, su tolerancia. Nunca se enfadaba por pesada que fuera la guasa o por las opiniones divergentes.
De cierta indiferencia inicial pasé a interesarme por algunos temas que le apasionaban como los templarios o los “illuminati”, él incidiendo en su vertiente mistérica, y yo, en la histórica. Una y otra vez deambulaban por allí Hugo de Payns y Jacques de Molay, para saltar, cada vez con menos rubor, a su otra gran pasión, la masonería. Aparecían entonces las Constituciones de Anderson, mientras Hiram Abif se marchaba y volvía, saltando de las pirámides a los templos, para acabar viajando a S/C de La Palma, y empezar y no terminar, hablando y hablando del rico pasado cultural de nuestra entrañable isla. Cualquiera de estos términos se convertía en palabra “clave”, es decir, en la llama que encendía la conversación que se extendía como un fuego difícil de apagar.
Le recuerdo especialmente emocionado, cuando el año 2000, a mi regreso de Portugal, después de una estancia de seis años, le conté mis visitas al castillo de Tomar. Entonces comenzó a hablar sobre los templarios y fracasé en todos los intentos de acabar la conversación hasta que supongo se agotó el último relato del poder perdido por la Orden de los Pobres Caballeros de Cristo del Templo de Salomón en las tierras lusas.
Cuando pronuncié la laudatio en el acto de jubilación, en La Laguna, no pensé que en esa carrera continua que mantuvo hasta tu muerte, en múltiples actividades, yo iba a estar tan cerca y a conocerle cada año, más aún.
Creo haber resumido su vida polifacética en las palabras que pronuncié en ese acto el 16 de noviembre de 2012, por lo que a ellas remito a cuantos interesados quieran conocer más detalles de su pasado. Ahora toca añadir las últimas pinceladas de siete años en los que hemos seguido profundizando en lo divino y en lo humano y más en lo primero, pues él ha sido inseparable de ello.
La ruptura o cierta lejanía que con frecuencia se produce entre los compañeros, cuando alguien se jubila, no afectó a varios inspectores que pasamos a formar parte del denominado grupo lúdico-gastronómico “Flor de la Marañuela”, al cesar en el servicio activo como funcionarios. Con “La Marañuela” mi relación con Luis Pérez Martín se hizo más profunda, pues todos los lunes nos veíamos en lugares diferentes: bodegas, guachinches, casas privadas; en Icod de Los Vinos, Garachico, Tacoronte, Tegueste, La Laguna, S/C de Tenerife o Barranco Hondo, entre otros lugares, para degustar el buen vino con las ricas viandas de nuestra tierra, en medio del canto, el cuento y el chiste y, en ocasiones, con conferencias, charlas o intervenciones sobre temas de actualidad, particularmente de la etnografía canaria. Compartir mesa, entre otros, con grandes músicos como el hijo predilecto de la Villa de Candelaria, Agustín Ramos, con su acordeón, y con el recordado profesor Antonio Pérez Ortega, moviendo sus manos con maestría en el teclado del piano, bajo la dirección de Benigno, hizo más grande, si cabe, a Luis Pérez, por reforzar sus cualidades en el arte de Orfeo, bien, que él devolvía con creces, tocando la guitara de buena madera, manejando con maestría los más variados instrumentos musicales, y, especialmente, con su otra guitarra del temple, la armonía y la bondad. Seguro que le continuará llegando el son de la guitarra de Lalo en Cueva del Rey, en Icod, o la voz de Chago Melián, refuerzo en algunas ocasiones, en Barranco Hondo o Tegueste, lugares unidos por un río de vino blanco, que cambia de sabor, del norte al sur, que y mezcla, en los componentes fenólicos, el aroma de la amistad, para mayor gloria de su querida “Marañuela” en Tenerife, su tercera isla.
Después de la jubilación, Luis Pérez Martín apenas cambió, más allá de no tener el horario rígido de la inspección de educación como todo funcionario, y de olvidar para siempre los aspectos burocráticos y de gestión en general. Conservó el interés por los temas educativos, participando en actos, asesorando en ocasiones, o documentándose en asuntos específicos de los que hemos venido en llamar educación especial, por ejemplo, en el controvertido tema de los “niños índigo”, pero, indudablemente, dispuso de mucho más tiempo para ese mundo de misterio que para él era el mundo normal desde aquel encuentro con don Antonio el Cubano, cuando aún era muy joven.
Viajaba con frecuencia a la isla de La Palma y en ocasiones a Gran Canaria u otras islas para encuentros, entrevistas, para recibir formación o impartirla, con dos ejes como guía: la sanación, por un lado, y la masonería por otro. Dispusimos muchas horas para hablar entonces sobre nuestras actividades, en las que se borraban las distinciones y los campos, pues saltábamos de un tema a otro, un tanto alegremente. Los graves desencuentros entre la Iglesia Católica y la Masonería no tenían cabida en él, que entendía posible la buena relación entre entidades históricamente tan contrapuestas, pues él mismo no quería dejar de ser cristiano, siendo masón. Consecuencia de todo ello, unas veces debatíamos sobre las posiciones del jesuita Ferrer Benimeli, su conocimiento y su acercamiento a la masonería, otras veces, conversábamos sobre Christian Rosenkreuz y el auge de las fraternidades en nuestra época, con el peligro que entrañaba cualquiera de estos asuntos respecto al tiempo, por el consumo de horas y horas sin fin, analizando todas estas cuestiones. Mi recuerdo especial para el “efecto Mozart” y su relación con la nueva medicina, cuando se desbordó su pasión, para explicar lo que era desconocido para mí. En la sede de la inspección, en el edificio de usos múltiples, en la calle de La Marina, el año 2003, un sábado que fuimos a trabajar en la compilación de textos dispositivos generales con un apéndice sobre Canarias, con motivo de la publicación de la Ley Orgánica de Calidad de la Educación, y hacia las cuatro de la tarde, al saltar la “palabra clave”, se acabó el trabajo y surgió un nuevo problema, consecuencia de que él no paraba de hablar, y yo tampoco, con el agravante de que el respeto mutuo impedía pronunciar la frase: dejemos alguna cuestión para mañana y acabemos. Solución al problema: los dos fuimos el domingo a la sede para seguir con nuestro examen normativo. Eran otros tiempos, teníamos llave de las dependencias y se podía ir a trabajar sin solicitar permiso, o con el permiso tácito de nuestro coordinador entonces, Néstor Castro Henríquez, que tantas horas sembró, también, con generosidad en aquel campo de la educación.
Nunca se molestó por la discrepancia, ni por mi escepticismo sobre la mayor parte de lo que decía en términos mistéricos o mis opiniones al respecto. Su visión de la vida y del mundo me fue interesando en grado creciente. Más personas, de las que inicialmente yo estimaba, compartían su visión y, en mi afán de conocer, no sobraban sus creencias, ni sus explicaciones, ni el eco de su pensamiento. La realidad social es muy compleja. Coherente con la mezcla de lo real y lo irreal, de lo material y del espíritu, sus actuaciones tenían el norte de hacer el bien y ayudar a los demás. Éstas fueron sus constantes y apenas le quedaba tiempo para sí mismos, de modo que los ratos de asueto, fuera de los lunes, tenían que ser planificados con antelación.
Si la bondad busca a alguien, y la generosidad quiere acompañarle, seguirán el camino que les conduce a Luis Pérez Martín, para fundirse en un afectuoso abrazo de solidaridad, mientras suena el clarinete con los alegres sones de quien tiene por misión principal el bien, que es el bien de los demás.
Pocos compañeros han tenido la resistencia física y mental de Luis Pérez Martín para permanecer sentado delante del ordenador, calculando plantillas, localizando disposiciones o refundiendo textos legales, y ninguno para, en un momento dado, iniciar un monólogo interminable, como él podía hacer, y ello por la imprudencia de alguno al mencionar una palabra clave de su mundo mistérico, aunque a veces la cita fuera intencionada, buscando cierto descanso en el duro trabajo, o la alegre conversa en el tenderete. Algunos compañeros recordamos con precisión los relatos en Montoro, en La Gomera, mientras tomábamos la copa de parra para que el tiempo fuese bien medido y la parrilla estuviera a punto, escuchando los interminables relatos que descubrían los secretos de las pirámides de Güímar. No sorprendió a los forasteros que Pepín, el anfitrión, amigo del inspector Ramón Fagundo, organizador del encuentro, dijera la frase: “ustedes empiezan y el amigo arranca como un “yesquero”, pues Jorge Méndez y yo sugeríamos y el tema dentro de la casa, donde quedaba Luis con Pepín, entre otros, al salir nosotros para respirar el aroma del lugar y degustar al aire las tres bebidas, parra, cerveza y vino. Día grande en su segunda isla, La Gomera, en uno de los muchos encuentros celebrados por todos los rincones, desde La Villa a Playa de Santiago o desde Agulo a Arure, Las Hayas, sin olvidar el agua de ramas de Chipude, en los que en algún momento surgía “la otra dimensión”.
Muchas fueron, también, las tardes en Agua García, en las que la comida se transformaba en tenderete, y allí Luis animando con la suavidad del que no molesta. Nunca faltaba en La Guancha, por San Andrés, o por cualquier benéfico y siempre beneficioso pretexto, adonde llegaba bien guardado, entre otros, por sus grandes amigos Marcos Pascual Rodríguez y Carmen Nieves Crespo de las Casas. Había que acudir siempre, por ser falta muy grave no responder a la cita realizada por el atento Jerónimo, el veterano director, Jerónimo Morales Barroso. Luis Pérez Martín no podía estar ausente, en las jornadas de inspección de educación o en los diferentes encuentros, llevaba la música con él, junto al otro gran puntal de las canciones, el inspector Ramón Prieto. El prodigioso repertorio de Ramón era la segura guía de ratos inolvidables. Para los demás compañeros Luis llevaba los cuadernos, con la letra y música, que permitieran el seguimiento de los dos puntales. Rápido trasmitiendo los avisos y las invitaciones, unas veces, organizando otras, o participando con la energía de su particular vitalismo y la relajación proyectada por su aura, siempre acudía a los encuentros. Dado el primer paso en su explicación del mundo del espíritu y la materia, surgía el grave problema del punto y final. Totalmente claro para él y confuso para los demás, las dimensiones se perdían y su mente podía adentrarse hasta en el interior de las pirámides de Egipto, saltando de un tema a otro, en medio de un mundo de sanación en el que no podía faltar el reiki de Mikau Usui y sus manos desprendiendo la energía ardiente. Muchas veces comentaba el efecto de relajación con el inspector Jorge Pérez, su más entrañable compañero, entre el descreimiento y la constatación de ciertos resultados. El afecto que se profesaban los dos amigos era de los más fuertes del grupo, acentuado como consecuencia del apoyo que Jorge recibió de Luis Pérez, en los duros momentos vividos cuando acababa el milenio.
Cada vez más, profundizaba en los temas de la masonería, pero hablando en términos generales, sin señas personales. Sin duda alguna, seguía siendo uno de sus principales propósitos. Fue Venerable Maestro de la Logia Abora 87, en S/C de La Palma, sucediendo a Jerónimo Saavedra Acevedo. Su labor, junto a Luis Monterrey fue fundamental para recuperar la logia creada en 1874. Sus discretas tenidas dieron paso a su manifestación pública en S/C de La Palma. En mis conversaciones le comenté que la masonería había pasado de sociedad secreta a discreta y ahora algo discreta, Luis sonrió, como siempre.
Su amigo Luis Ortega Abraham le calificó de hombre de fe y de principios, bueno y solidario, palmero radical, un retrato definido del compañero y amigo de la inspección de educación.
Inolvidable 8 de mayo de 2019, cuando pude visitar a Luis Pérez en el Hospital Universitario Nuestra Señora de la Candelaria, gracias a que tres de sus hijos me cedieran el turno de visita, para entrar con su otra hija, Yurena, en la “sala de los tubos, la soledad y el silencio” y aportar la energía traída de La Palma, desde donde había seguido el proceso de su enfermedad, cuando ya no respondía a mis palabras, porque hablaba en otras dimensiones. En Roque el Faro había quedado tu tío Pedro pendiente, y en El Colmenero el orégano que tanto valoraba, con la miel de oro, tan especial de Garafía. Ya la aloe vera y el ajo, el mejor “antibiótico” natural, se habían adelantado para preparar la llegada, del sanador naturista en la lejana casa, y recibir allí al hombre estudioso que, por estos lares, mejor conocía las propiedades curativas de las plantas. Dos horas después en mi casa, en Radazul, recibí la triste noticia del fallecimiento del compañero y amigo.
Muchas pinceladas de la vida de las buenas personas se pierden con el transcurso de los años. Para que ello no sea así, por lo que a mí toca, se han escrito estas líneas, que como punto final incluyen el mensaje que remití a los inspectores de educación que nos comunicamos con frecuencia, redactadas en el momento que casi siempre es sorpresa, por grave que pueda ser el estado de aquél al que no queremos despedir.
“Paro mi actividad, y me quedo concentrado en el compañero y amigo de enorme generosidad, siempre dispuesto al bien y a disculpar las deficiencias. Un abrazo Luis en la eternidad.
Tuve la suerte de poder enmendar errores, conocerte mejor y compartir horas y horas de trabajo con conversaciones interminables.
En una hora dura en medio del misterio de la vida, quisiera que estas palabras te lleguen como oración cargadas de afecto y profundo sentimiento.
Gracias Luis, por tu amistad, con el deseo de que este reconocimiento contribuya al consuelo de tu familia en este viaje al infinito. Gracias.”
Tegueste, a 8 de mayo de 2020, Manuel de Los Reyes Hernández Sánchez.