Rompe el siglo XVI con portugueses y otra gente que llegan ante los extrañados aborígenes auaritas que vivían en las numerosas cuevas del barranco de El Atajo. Desde los primeros momentos históricos la gran cueva de la ladera se convertirá, también, en el centro de los nuevos moradores de la zona, bien en el citado barranco, bien en la parte llana, en Los Hondos, donde deducimos que se construyeron las primeras y sencillas casas de la localidad que llevará el nombre de Cueva del Agua en justo honor a la siempre apreciada fuente de vida.
Nada mejor que reproducir el texto del querido profesor, compañero y amigo, Leoncio Afonso Pérez, en su “Miscelánea de temas canarios”, para situar al barrio garafiano de Cueva de Agua en el mapa. “Entre los barrancos de Fernando Porto y El Atajo se encuentra Cueva de Agua. La cueva que da nombre al tablado está situada en la ladera del barranco de El Atajo, a unos 400 metros de altura. En su zona alta, ya fuera del tablado, en las proximidades de Hoya Grande, hay una serie de lomas y barrancos, con población dispersa: Raíz del Pino, Fuente Grande, Colmenero, etc., y con campos de cultivo entre rodales de pinos en una topografía complicada, como consecuencia de la diversa estructura del suelo. El tablado propiamente dicho se inicia en La Calzadilla, nombre del camino empedrado…”. Los Hondos están en el tramo inferior de Cueva de Agua, entre los señalados barrancos de El Atajo y Fernando Oporto, con forma de rellano hasta el borde costero del acantilado, desde hace años atravesado por la carretera que iniciada en Las Tricias llega hasta Santo Domingo. Entre 1563 y 1564 Gaspar de Frutuoso, recorriendo Canarias, describirá la fuente o manantial, al hablar de Cueva del Agua con las siguientes palabras: “Cueva del Agua toma su nombre de una gran cueva que hay allí, toda de piedra en torno y suelo, como un pozo, lleno al fondo con mucha agua, que cae en gotas de la bóveda y de los lados, de la cual se proveen los vecinos del término, que nunca les falta, y algunos de ellos viven en otras cuevas o furnias, o cavernas de tierra o piedra…”. He tenido la suerte de haber podido comentar estas notas históricas con el profesor Juan Régulo Pérez, hijo ilustre de Garafía, paseando por la calle Díaz y Suárez en Santo Domingo o en la plaza que hoy lleva su nombre en La Laguna. El doctor Régulo Pérez participó activamente en la traducción y edición de la obra del gran sacerdote portugués, cuyo texto es fundamental para conocer la Historia de la Isla de La Palma. La suerte a la suerte acompaña cuando ahora comento los temas con el compañero y amigo Pedro Nolasco Leal Cruz, uno de los mejores conocedores de la influencia portuguesa en La Palma, que ha impulsado la difusión del gran historiador y de su obra “Saudades da terra”, en fechas recientes. No podemos olvidar otra aportación de gran interés para conocer el pasado de Garafía, en general, y aspectos específicos de Cueva del Agua, en particular: “Del lugar de Tagalguen”, escrito por los compañeros y paisanos Néstor Rodríguez Martín y Tomás Orribo Rodríguez. Hoy por suerte contamos con más libros que facilitan los documentos y las referencias históricas para corroborar testimonios orales y datos aislados de modo que las conclusiones queden bien fundamentadas. En esta línea tenemos las obras de Pilar Pombrol, sobrina de la gran maestra de Cueva del Agua, Araceli Pombrol, tan querida por mi familia, “El gofio y el pan en Garafía”, “El Sistema Ortega” de Manuel Poggio Capote y Antonio Lorenzo Tena, y el reciente “Garafía. Antroponimia y génesis de su poblamiento”. Viene a cuento reseñar este aspecto bibliográfico para poner de relieve los lugares y la gente de Garafía desde hace quinientos años, y para llamar la atención de un pasado del que debemos estar orgullosos los garafianos, y cobrar fuerzas para que estas tierras dejen de ser las más abandonadas de Canarias, recabando la ayuda solidaria de todas las islas con el fin de salvar el rico patrimonio de este pueblo. Cueva del Agua, definida localidad desde comienzos del siglo XVI, experimentará un lento crecimiento de su población, desde los aproximados 40 vecinos que cabe deducir de los diferentes documentos, probablemente no más de 150 personas, hasta alcanzar su máximo en los años cincuenta del pasado siglo, 673 habitantes según el censo de 1950, con mínimas variaciones en sus formas de vida hasta el siglo XIX, al igual que el resto de Garafía. La descripción de B. Carballo Wangüemert, hablado de Garafía, resalta las señales de pobreza en ese siglo XIX, en el que la mayoría de la población vivía en las cuevas y como indica el profesor Régulo andaban descalzos, pues pocos disponían de alpargatas o zapatos y si lo tenían su uso solía ser limitado a determinadas ocasiones. No obstante, hay constancia, en dicho siglo, de la existencia de bastantes casitas terreras a dos aguas, generalmente, cuyos restos podemos observar aún hoy, como sucede con la casa de Celedonia, cerca de la Fuente de las Piletas, la casita de Encarnación, las casas de María Pepa y de Cándida, las casitas de Sinforosa y Jesús “Tarabeca”, las casas de Pancho Lidia, conocidas por "Las casas viejas", las casas de “Las Cumplidas”, de “Los Britas” y de “Las Pepas”, casitas de la Meliana, algunas colmadas de madera y otras ya con teja. En el homenaje al historiador José Pérez Vidal, el profesor Afonso Pérez analiza las casas con cubierta de madera en la vivienda rural del NW de La Palma. La abundancia de pino en todo el término municipal y el que la tea no se pudriera ni en contacto con el agua de las lluvias explica esta solución constructiva hasta la llegada de la teja. El aislamiento y el abandono les dejaron “vivir” más tiempo que en otros lugares, hasta que la maltrecha economía de muchas familias obligara a la venta de la preciada madera para su uso en las zonas urbanas, como bien argumentó el profesor Leoncio Afonso Pérez. La mayoría de estas casas están en la Montañeta, que, en ocasiones, figura con la denominación de Las Cabezadas, lugar un poco más alto y que va ganando la relevancia en el barrio, aunque Los Hondos conserve su importancia con las casitas de Josefa "Mora", de Paulino, de José María Fuentes, de Juan Valentín, de Patricio, de Delfina "Husa" y de “Los Gabrielitos” o “Las Grabelitas”, más próximas a la Cueva del Agua, generalmente no superiores a los 50 metros cuadrados, las cuales van ganando terreno frente a las cuevas que poco a poco pierden su condición de casa habitación. Cueva de Agua transformará su fisonomía con la llegada de las remesas de dinero cubano y el regreso de los emigrantes a principios del siglo XX que permite la construcción de casas mayores, algunas de dos pisos, gran parte de las cuales, bien conservadas están ubican en la Montañeta, a lo largo de la actual carretera en la proximidad de la ermita de Nuestra Señora de los Dolores y del estanque de agua. Aún recuerdo aquellas imágenes de la familiar Fidela, una de las últimas personas que vivió en cuevas, como la había hecho su madre María y su abuela Antonia “Rosadera”, cuando me fui del pueblo para continuar mis estudios de bachillerato, en los años sesenta del pasado siglo. En su general economía de subsistencia, “el monte” va ganando terreno y se produce un desplazamiento diario o estacional de las familias, dado el complemento que significan los árboles frutales, los pastos, etc., que al ser zonas más húmedas cobran especial importancia en los veranos. Aislados dentro del aislamiento, Cueva del Agua apenas tiene contacto exterior, salvo con las zonas aledañas de Lomada Grande y Santo Domingo. La mirada religiosa se fija en San Antonio del Monte con su camino definido y transitado por todos los vecinos que allí se acercan varias veces al año. La dependencia de la parroquia nuestra Señora de la Luz marca la otra mirada, pues en Santo Domingo está también el cementerio. Allí se localizan tres molinos de viento y un cuarto en Llano del Negro que van siendo frecuentados cada vez más, sustituyendo a los antiguos molinos caseros de piedra que en el siglo XX pasan a utilizarse solo alguna vez, como sucede con la matazón del cochino, para moler el grano para las morcillas, porque no importa que salga poco triturado. Hemos constatado con referencias orales estos hechos, por lo que podemos remontarnos hasta principios del siglo XIX en los diferentes relatos, que son totalmente coherentes con las limitadas notas históricas que existen sobre Cueva del Agua. La relevancia de un manantial en la zona de costa, donde se cultivaba de secano el trigo y algunas viñas, es una evidencia, dado que permitía agua para consumo de las personas, para abrevar el ganado y para lavar las ropas, según los testimonios orales llegados a nuestros días que describen un tipo de vida que apenas varió durante siglos, como hemos dicho. Allí encuentran vida mujeres, hombres y niños, allí va el ganado y allí las mujeres lavan en las piletas, lavan, conversan y cantan, porque la dureza del trabajo se acompaña con un vitalismo que acerca a la felicidad, en un mundo de creencias que acomoda la persona al medio, sin más interrogantes que los imprescindibles, pues hay que sobrevivir y no queda tiempo para la amargura y la depresión. Al trajín de la Cueva del Agua, vecinos que van y vienen, con sus cabras, ovejas o, alguna vaca o bestia, y sus cestas de ropa, hay que añadir ese recurso inmaterial que es la cultura. No nos deja de causar asombro que más allá de los negocios y contratos, del intercambio de saludos y relatos, tan propios de los lugares de encuentro, hayamos podido constatar la celebración de fiestas, bailes y comidas de hermandad en el interior de la cueva, pero especialmente las representaciones teatrales. Nuestros relatores ríen cuando recuerdan las comedias y no olvidan aquel caso en que doña Juana se levantó airada, diciendo: "vaya poca vergüenza" en el momento en que el actor con un violín se bajó la bragueta y extrajo del interior del pantalón la vara con la cinta para tocar, mientras declamaba bien alto: “aquí está el mejor violinista del mundo". No hubo forma de calmar a la madre de las tres jóvenes, Celedonia, Amparo y Eduviges, que marchó a casa, mientras Braulio seguía representando su personaje. Eran los años cuarenta y cincuenta del pasado siglo cuando nadie percibía el final de un periodo brillante de una Cueva llena de Historia con ricas historias de sus gentes. En mi estancia en Venezuela en 1990, tuve como guía a Braulio en mi recorrido por diversas tierras del país hermano. Nos despedimos en Mérida con el calor de la acogida y el recuerdo de su Cueva de Agua. Probablemente nunca olvidó su papel como actor en sus recorridos por pueblos y ciudades trasladando su feria de fiesta en fiesta para divertir a niños y mayores. La sangría de la emigración a Cuba tuvo más beneficios que perjuicios para Cueva de Agua, pero a finales de los años cincuenta, el encantador pago no pudo resistir el traslado de sus numerosos hijos a Venezuela, primero, y, luego, a Los Llanos de Aridane, Tenerife y Gran Canaria, la emigración dejo de ser un valor añadido para el pueblo. Al llegar los años setenta del siglo XX, la cueva alegre y benefactora pierde su encanto; primero, la cultura y, luego la natura. Hay agua corriente en las casas y ya nadie acude a la fuente, apenas queda gente para conversar y la cultura se ha ido por mucho tiempo. Solo se acerca por allí Aniceto, tratando de romper el silencio y consolar a las mudas piedras. Cada vez con mayor frecuencia regreso a Garafía, atraído por su naturaleza y su gente, y por esa vuelta a los orígenes tan común, que impulsan los años ganados. Allí el tiempo es otro y las horas no están marcadas por el reloj. Pensativo recorro los caminos y me acerco a tierras cultivadas por mis antepasados, un poco más abajo de la “ermita de Fátima”, a solo treinta metros de la Cueva del Agua, en el sitio llamado “El Cercado” para recorrer otra vez los dos nateros, tantos años olvidados de las papas y el trigo. Entonces vienen a mi mente recuerdos de una infancia cada vez más presente en los que las rocas cobran vida para confundirse con la vida de la gente, con la dinamizadora Basilisa, fallecida hace años en Venezuela, con el primo Honorio que tantas veces me llevó a caballotas, y, con tantos otros, como Antonio “Amalia”, con sus casi cien años, Orestes o Julián, siempre atentos, para precisar los datos, cada vez que les pregunto. Hoy te he recordado con Luciano Orestes García Hernández que fue uno de tus últimos amigos en los años setenta del pasado siglo. Ya sabes que por aquellos lares o te conocen por el nombrete o apodo, por el nombre del padre madre o antepasado más conocido, o por el segundo nombre o por otro nombre, es como si se llevara la contra para evitar el primer nombre con que se fue bautizado, de ahí que Aniceto sea Víctor Pérez García el hijo de Emilia o que hoy sepa que Orestes es Luciano Orestes. ¡Oh gran cueva!, ¡Cueva que regalaste tu nombre al pueblo, ayer con tanta fuerza, hoy tan pobre y abandonada! Ya hace tiempo que Dolores dejó de mirarte día tras día, mientras atenta evitaba que sus hijos pudieran caer por aquellos riscos, y que su esposo Domingo se despidiera de ti para ir al pueblo a dar el nombre del cementerio. Entrañable familia de los “Tatajolas” que vivían en la cueva de arriba. Son muchos los años que han pasado, pero seguro que recuerdas el ajetreo de las manos expertas "ripiando" las piteras para transformarlas en las necesarias sogas en aquella lucha de las plantas para ver quién era más útil en el gran barranco del Atajo, hermanado con barranco de Briesta cuando llega al océano en el Callejoncito. Cuevas para vivir y cuevas para el ganado o para trabajar como la cueva de la brea, no tan importante como la famosa cueva de la brea en el “puerto” de Santo Domingo, cuevas tan cercana a la Cueva del Agua y tan lejana en el tiempo que fueron progresivamente sustituidas por las casitas terreras. Llevas tiempo sola, recordando el diario bullicio de la gente que te visitaba o que te saludaba de lejos. Ya no está el pastor que lanzaba con precisión la piedra a los cornicales para que las cabras no abusaran de su dosis proporcionada y se pusieran tontorronas, ni las manos expertas de las bordadoras moviendo la aguja para convertir las telas en obras de arte, mientras vigilaban las cabras o las ovejas en número mayor o menor, según fuera la economía familiar. Ya nadie recoge las amapolas que emborrachan para que los cochinos se alegren un poco y las vinagreras hace tiempo que no ven a los del otro reino por allí. Las tuneras, los cardones, y algunas tederas quieren hablar y no pueden al quedar mudas por el abandono, mientras los pinos “arrumbados” a poniente han dejado de llorar. Pero todavía hay un hilo de esperanza que te puede hacer sonreír de nuevo. Con un poco de cuidado y mimo volverás a tus fueros y ello es posible ahora. Hoy ha llegado una nueva generación con mayor sensibilidad respecto a la naturaleza, que sin duda alguna empujará las actuaciones que permitan vencer tu soledad. Nuevos moradores naturistas llegan a las cuevas abandonadas sin conexión con el vecindario. Ahora es el momento de lograr esa conjunción de natura y cultura que te dio la vida que tú, al mismo tiempo, regalabas con el agua siempre manando. Ahora es la hora de aunar esfuerzos, primero, de limpiar la Cueva y de acondicionar su interior con la mínima alteración posible, y, en segundo lugar, de facilitar su acceso reparando el corto camino desde la pista que llega a pocos metros, colocando paneles informativos que permitan conocer al visitante tu naturaleza y la cultura que encierras. Este es un buen momento para que los distintos responsables públicos adopten medidas que permitan pasar de los deseos a la realidad, en el marco de acertadas iniciativas que vienen realizándose en Garafía en los últimos años. Pero Garafía sola no puede y por eso debe solicitar la ayuda solidaria de toda Canarias que permita conservar un patrimonio, y unos valores etnográficos, desgraciadamente perdidos en otras partes. Este es un momento de encuentro de garafianos y de foráneos que llegan atraídos por el embrujo de la “más quebrada áspera tierra del mundo” en palabras del obispo Cámara Murga, recogidas por Régulo, para sumar los esfuerzos que revitalicen la Cueva del Agua en Cueva del Agua o Cueva de Agua. Manuel de Los Reyes Hernández Sánchez, 7 de julio de 2020, año de la pandemia.
5 Comentarios
8/7/2020 01:26:07 pm
Magnífico artículo, como es habitual, amigo don Manuel de los Reyes. este blog se está convirtiendo en un referente cultural de interés en tantas especialidades. Muchas gracias por darnos motivos de aprender y tener orígenes para poder conocer más de nuestra tierra y acervo cultural. Abrazo, amigo.
Responder
Manuel de los Reyes
9/7/2020 04:41:37 pm
Valoro las palabras del amigo y del gran escritor que me animan a seguir, modestamente, recuperando datos de nuestra tierra. Gracias.
Responder
Juana González González
11/7/2020 05:35:53 pm
¡Interesante y a la vez bella descripción de un lugar, que denota los sentimientos de un garafiano de nacimiento, pero que para mi es un gran teguestero!
Responder
Manuel de Los Reyes
12/7/2020 12:18:30 am
Garafía y Tegueste siempre presentes en mi mente y en mi actividad. Gracias, Juana siempre atenta. Salud y suerte.
Responder
José Fernández Gonzalez
20/8/2020 04:42:21 pm
Nuestro narrador Manuel de los Reyes ha conseguido hacernos adictos a su amena y bien argumentada descripción de los detalles documentados del acontecer del siglo pasado en Garafia. Esta lectura mía de la Cueva del Agua la hago por tercera vez, y cada pasada me seduce su acontecer por lo bien consultado y documentado que está. Como palmero consorte me encuentro entusiasmado con este campo garafiano.
Responder
Tu comentario se publicará después de su aprobación.
Deja una respuesta. |
powered by Surfing Waves
|