Sobre los pueblos se establecen perfiles y se dibujan características sin estudios rigurosos que, sin embargo, están presentes en las conversaciones informales, en las bromas, y, en ocasiones, en el primer saludo.
¿Es el palmero más cauteloso que el resto de los canarios? Nuestros magos tienen fama de hombres prudentes, de medir las palabras, de no definirse innecesariamente, y eso ocurre en La Palma y en toda Canarias, porque el campesino ha jugado casi siempre a la defensiva. Hoy he recordado una anécdota de esa prudencia, de la elocuencia del silencio, del hablar poco, evitando que se deriven responsabilidades de lo que se dice. No está mal considerar esta forma de actuación una virtud y aprender de nuestra gente del campo, en un mundo en el que se habla demasiado irresponsablemente. Llegar a la isla de La Palma, por barco o por avión, siempre ha venido significando para mí un grato sentimiento, al que se une mi mente, cargada de recuerdos que, cada vez, se acumulan más. Probablemente sea el sentir común de los palmeros siempre que regresan a su isla. El destino de mis viajes a La Palma, generalmente, se fija en Garafía, la tierra lejana y alejada, incomprensiblemente, cuando las comunicaciones se han desarrollado en toda Canarias desde hace algunas décadas. Parar en Santa Cruz de La Palma, visitar la ciudad del Apurón y recorrer algunas de sus calles es casi etapa obligatoria. Aunque algunos amigos se despidieron hace tiempo, no han dejado de estar presente en los últimos viajes, cuando doy los primeros pasos por la calle Real, O´Daly, y continúo, por Pérez de Brito, vía rotulada en honor del prócer garafiano. La ciudad ha querido honrar, con sus nombres, a dos grandes luchadores de los derechos del pueblo. Al pasar delante del ayuntamiento, el mejor ejemplo de la arquitectura civil renacentista de Canarias, recuerdo el trabajo monográfico que realicé sobre el mismo, guiado por el profesor de Arte, Alfonso Trujillo, en mis cursos del doctorado. Sentado en un banco de la plaza de España, miro con detenimiento la fachada del templo de El Salvador, y me parece que no han pasado tantos años desde cuando bajé las escalinatas tras realizar el examen de ingreso de bachillerato en 1960. Al regreso a la zona del puerto, vuelvo a contemplar la Casa Salazar, de recio continente arquitectónico y de gran contenido cultural por sus continuas actividades. Bella y noble ciudad, heredera del espíritu liberal, de los hermanos Ferraz, de Faustino Méndez Cabezola y de Adolfo Cabrera Pinto, donde viví cuatro años, estudiando bachillerato, y en la que, para mí, fue una gran urbe, cuando proveniente de mi pueblo, entonces sin comunicación por carreteras, la visité hacia 1955, por primera vez. Toca dejar la capital de la isla y seguir la ruta hasta Garafía. Entonces dudo, una y otra vez, si ir por la carretera del norte o por la del sur. En algunas ocasiones he tomado la dirección de la cumbre hacia el Roque de Los Muchachos, el camino más parecido al que hacían a pie los garafianos para ir a la ciudad. Mi madre siempre recordaba aquel viaje de mi abuelo, Antonio Sánchez Pérez, en el mes de julio de 1936, subiendo a la cumbre, pasando junto a la Pared de Roberto y bajando el lomo de la ciudad, con más caminantes de lo habitual. Al elegir la ruta norte, según la hora de partida, se puede hacer una primera estación en “casa Asterio”, para entrar con los chicharrones y saborear la carne de cabra; bien es verdad que, si es demasiado temprano, se impone seguir de largo, recordando las viejas curvas de San Juanito, y almorzar el potaje de trigo en Roque del Faro. Un café en la plaza de Los Sauces permite un pequeño descanso para continuar luego a Barlovento, y aquí encontramos una carretera alternativa, más corta en distancia, con recorrido de no mucho menor tiempo, pero más peligrosa en invierno por los desprendimientos y mayor posibilidad de neblina. Al ser una pista estrecha, cada coche que se ve en dirección contraria se traduce en un susto, que va marcando todo el trayecto de la carretera, que conocemos por “Las Mimbreras”. La exuberante vegetación de esta pista que, en algunas partes, forma túneles, además de los excavados en las rocas, con las ramas de los árboles, helechos y desarrollados arbustos, no deja de ser una buena elección si el tiempo está despejado, pues llena de gozo el cuerpo con la singular belleza de la laurisilva, aunque de susto en susto se frene y de exclamación en exclamación se avance. Eligiendo la carretera general, con la prisa bien guardada en la maleta, y con el respeto debido a las curvas, tras el profundo barranco de Gallegos, nos encontramos un letrero en el barranco de Franceses con la palabra “Garafía”, que levanta el ánimo, porque parece que estás en casa, aunque a casa no has llegado. Quedan vueltas y más vueltas donde la recta huyó para siempre, pero el tiempo pasa sin darte cuenta, hablando con los pinos, los brezos y las fayas o saludando a algunos viñátigos, acebiños y loros que se asoman más tímidos. Luego, si no paras en El Roque del Faro, de forma placentera, se sigue a La Mata, cerca de la Zarza y la Zarcita, donde los guanches hablan todavía por medio de sus petroglifos, y pronto se llega a Llano del Negro, dejando a San Antonio a la derecha, para dirigirte a Santo Domingo o a Cueva del Agua. Con el “cochecito” arrendado al amigo Damián, pequeño empresario del sector, que me lo dejaba a buen precio, un día cogí la pista que se dirige a Cueva de Agua, pero se me ocurrió desviarme antes de llegar a la Raíz del Pino, por un camino de tierras y piedras que, con más atrevimiento del común, le llamaban allí la carretera de Catela. Avanzaba con aquel pequeño coche, todavía entero, y cada vez se ponía las cosas más feas, pero seguí la marcha, dejando a El Colmenero a la derecha, y pronto comencé a pensar que era mejor dar la vuelta en algún lugar que fuera posible; no obstante tenía también mis dudas y no sabía si el tramo que faltaba para llegar a Catela estaba en buen estado y era mejor opción. Seguí, porque creo que se impuso en mí esa inclinación de avanzar, de descubrir, y de no volver para atrás. Iba tan despacio que yo creo que él cuenta kilómetros se había puesto en negativo. Pensé en preguntar, pero no veía a nadie. De repente me pareció que se movía una especie de arbusto y al fijarme bien descubrí que aquel bulto era en realidad un hombre, doblado por el feje de tagasastes que llevaba. Entonces me dije: aquí está la salvación. Era la salvación y no solo la solución en aquella preocupante situación de no saber si seguir o dar la vuelta. Cuando lentamente el hombre se acercó le hablé: buenas, señor; el me respondió con el muy buenas que el campesino siempre da, a lo que yo añadí: ¿Por aquí podré subir bien a Catela con este cochito? El paisano quedó reflexionando y por un momento pensé que no me iba a responder. Con voz pausada y firme me contestó al fin: Por ahí han subido otros. Me quedé en silencio, medité y me enfadé conmigo mismo, diciéndome: ¿Cómo es posible que siendo natural de Garafía, hayas hecho una pregunta de este tipo a un prudente y cauteloso campesino palmero? Manuel de Los Reyes Hernández Sánchez, 7 de julio de 2020, año de la pandemia.
4 Comentarios
Rafael Luis Suárez
13/7/2020 10:12:26 pm
Esta frase es muy valiosa para aplicar en aquellos casos donde tenemos que tomar decisiones importantes. El campesino palmero es muy prudente y no contesta con otra pregunta como pasa en otras latitudes. Un artículo que deja claro la belleza de un bonito lugar y las costumbre de una vida sana. Felicidades D.Manuel
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Manuel de los Reyes
14/7/2020 09:16:53 am
Gracias por las atentas palabras.
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Amilcar Martin Medina
14/7/2020 04:23:30 pm
Hola amigo Manolo. De nuevo he disfrutado con este relato tuyo. Posees el arte de saber contar cosas, interesando al lector en tu narración desde las primeras líneas.
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José Fernández Gonzalez
17/7/2020 08:56:17 am
La descripción de "por ahí han pasado otros" del profesor Manuel de los Reyes refleja un revivir del trayecto para llegar a Garafía así como de los lugareños de sus tierras. Parece que uno mismo es el que sigue la secuencia de la narración, dada la descripción de la zona, espacios de arboleda, conversaciones al uso e incluso las comidas de siempre, hace que nos parezca estar de visita haciendo el recorrido.
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