Muchos caminos siguen conectando la verde isla del corazón, veredas, atajos, senderos y caminos reales, ayer transitados por nuestros abuelos por razones preferentemente de trabajo, y hoy por los paisanos amantes de la naturaleza y el deporte y por los más variados visitantes. Muchos caminos, acertadamente rehabilitados, y cuidados permiten disfrutar el excepcional paisaje palmero desde la ruta de los volcanes hasta Marcos y Cordero o Los Tilos, buena muestra de la isla marcada por la impresionante caldera de Taburiente. Más allá de los caminos, desde hace bastantes años, las carreteras y pistas forestales comenzaron a serpentear la quebrada tierra palmera, en un desarrollo progresivo, con la introducción de los vehículos mecánicos, junto a la carretera general que, lentamente, iba alcanzando un pueblo tras otro. Pero la apertura de las vías de comunicación, esenciales en toda economía, se iba haciendo con manifiesto desequilibrio entre las diferentes zonas, más significadas fuera del eje central de la isla, como bien pone de relieve el interesante libro "La Palma, la Isla Amputada" de Gonzalo Hernández Sánchez. La deficiente comunicación interior de la isla, limitadora del progreso económico y social, ha venido marcada, entre otras causas, por esa carretera general de circunvalación incompleta con el olvido de un pueblo, Garafía, que producto de su aislamiento ha pasado a ser el municipio con menor renta de Canarias. Una desacertada frase, en espontánea conversación de un destacado cargo del Cabildo Insular, en los años setenta del pasado siglo: “la isla de La Palma acaba en Barlovento”, reflejaba, tristemente, la realidad de entonces, por dolorosa que fuera para los garafianos. La conexión exterior, por carretera, de Garafía, salvando los profundos barrancos de Gallegos y Franceses, se logró en 1959 con la llegada de la guagua, que para casi todos en Santo Domingo era inseparable a su mecánico y conductor, nuestro entrañable Soto. Este acontecimiento supuso solo una alegría momentánea, pues el año del Plan de Estabilización, que marcó el despegue económico nacional, fue el mismo en el que se inició la decadencia de nuestro pueblo, que había alcanzado su máxima expansión demográfica con más de cinco mil habitantes. Hoy la población envejecida no alcanza la cifra de dos mil. A Garafía llegaba la guagua, en un trayecto desde Santa Cruz de La Palma de cinco horas, pero no lo hacía por una vía amplia como al resto de los pueblos, sino por una pista forestal, porque la carretera de circunvalación de la isla, que se acercaba por los dos municipios limítrofes, paró su avance hasta mejores tiempos. Desde entonces el sueño con los más variados comentarios pasó de padres a hijos sin que hubiera un feliz despertar, en el que la palabra proyecto fuera sustituida por término realidad. El anuncio oficial, por el que se hace pública la Resolución de 24 de noviembre de 2022, por el que se somete al trámite de información pública el proyecto de carretera LP-1, tramo Las Tricias-Llano Negro, término municipal de Garafía, ha llenado de gozo este cantón palmero, el lugar de Tagalgen. La apertura de un periodo de alegaciones para unir el tramo Las Tricias con Llano Negro y enlazar la carretera general, que viene por un lado de Puntagorda y por otro de Barlovento, permite presentar cuantas sugerencias se estimen convenientes para que la vieja y nueva carretera de Garafía, que es la carretera de La Palma, sea una realidad. El manifiesto sentir general de los garafianos no debe ser empañado, después de tantos años de espera, con confusos y confundidos mensajes que obedezcan a intereses ajenos a la identidad del pueblo, con independencia de las razonadas discrepancias propias de la ciudadanía de una democracia madura. La opinión crítica debe enriquecer el proyecto con la base común de preservar el medioambiente y cuidar nuestra naturaleza, respeto del que han dado muestra los garafianos, generación tras generación, en sus campos y en sus montes. Quienes han llegado en los últimos años atraídos por el aislamiento de estos lugares, donde imperan los bellos parajes, en gran parte abandonados por diversas causas, entre las que no ha sido ajena la incomunicación y la carencia de una carretera general, han podido comprobar el tratamiento respetuoso de nuestros hombres y mujeres del campo. Integrados más en el paisaje, primero en Buracas y luego en Los Lomitos, entre otros lugares, y menos en el paisanaje, están llamados, también, a corresponder respetuosamente con la identidad de este pueblo, del que ha formado parte ese sueño de una carretera general como algo propio desde hace casi un siglo. El aporte de la mayoría de los que han llegado en los últimos tiempos, que ama y respeta la naturaleza, no puede mezclarse con pretensiones colonizadoras de algunos que, por un modo de vida ajeno al de nuestra gente, condene eternamente a Garafía al último lugar de los pueblos de Canarias. Es un deber del garafiano, consecuente con la lucha de sus antepasados, continuar la brega para lograr que esta Villa esté a la par de los demás municipios. Asistido por la permanencia de mi vínculo garafiano, a lo largo de mi carrera profesional, desarrollada en ocasiones en tierras lejanas, considero estar legitimado para levantar la voz y defender lo que constituye un legado fundamental. Estimando de aplicación la célebre frase “ask what you can do for your country”, presto mi colaboración a nuestros representantes para lograr el importante objetivo de una carretera general de circunvalación para La Palma, al mismo tiempo que pido ayuda solidaria a cuantos valoren este pueblo. Ahora se puede hacer realidad la carretera soñada, la carretera cuyo proyecto, desde hace muchas décadas, marcaba los descreídos comentarios de los garafianos, cuando el tiempo transcurría, sin que aparecieran las dotaciones económicas, o se desviaron las previstas, para que esa carretera general avanzara de un lado u otro. Ahora tratamos de algo nuevo, la carretera general de La Palma, tramo de Garafía, que no es tan nuevo. Ahora examinamos los detalles de un proyecto riguroso, que reduce la superficie afectada respecto al anterior, proyecto necesario y justo para sus habitantes, largamente esperado, con grandes beneficios para la isla entera, y con los mínimos perjuicios que deben ceder ante el interés general o el bien común. Por ello, la primera alegación, una vez leído el riguroso y detallado proyecto, debería ser: enhorabuena. Según el refranero, nunca es tarde si la dicha es buena, y éste es un buen momento para que la isla herida por su propia naturaleza con el impacto del volcán 'Cumbre Vieja" recobre su histórica pujanza y protagonismo en el Archipiélago. Carretera general que acerca, conectando localidades en cinco minutos, en las que ahora se tarda cerca de tres cuartos de hora, como sucede entre El Castillo y Los Lomitos, carretera general que ofrece seguridad medioambiental, por ejemplo, constituyendo una barrera contra el fuego y favoreciendo la lucha en casos de incendio, carretera general que facilita el traslado de accidentados o enfermos graves en casos de urgencia, carretera general que acerca el campo a la ciudad y favorece a campesinos y ganaderos, entre otros, con la oferta de productos de alto valor ecológico, con su famoso queso garafiano, carretera, en definitiva, de gran valor económico y social para la zona, sueño despierto de nuestros padres. Mirar con visión localista esta nueva carretera, vieja en la mente de la mayoría de los garafianos, sería un grave error y un imperdonable perjuicio para el progreso de la zona. Ni La Palma es tan grande para excluir a su segundo municipio en extensión geográfica, ni Garafía es tan pequeña para caer en la insignificancia, porque, además de la realidad socioeconómica, el vínculo histórico del pueblo con la isla, con el aporte del legendario Baltasar Martín y la contribución incuestionable de gran valor democrático de Anselmo Pérez de Brito, no puede ser barrido por el aislamiento y el olvido, cuando más fácil es potenciarlo y mayor el deber de mantenerlo. La Palma es un conjunto que la naturaleza y la historia impiden su mutilación, más allá de lo que la propia geología marque. La atención prioritaria a las zonas directamente afectadas debe entenderse en un desarrollo armónico de la isla y el motor económico de Los Llanos de Aridane no alcanzará un elevado rendimiento sin esa comunicación interior que acerca los puntos de doble incidencia, aporte y consumo. Al mismo tiempo, perfeccionar la comunicación exterior será vital, facilitando los desplazamientos a la isla de turistas y demás foráneos, que valorarán indudablemente la conexión interior de los bellos e impresionantes parajes de esta tierra benahoarita. Garafía espera el apoyo general, como ocurrió hace décadas en aquella gran manifestación en Santa Cruz de La Palma en 1988 a favor de la carretera general. Garafía muestra su satisfacción por ser el municipio que alberga uno de los tres complejos astronómicos mejores del mundo, pero unas deficientes infraestructuras empequeñecen lo que es grande, la carretera general facilitará múltiples accesos, como debe ocurrir con el correspondiente al Roque de los Muchachos. Aquí no se dan puntadas sin hilo y puede ser que se haya elegido el momento político oportuno. Nada que objetar, todo lo contrario. Si el ciudadano debe alzar su voz crítica para poner de relieve los problemas sin resolver, aunque sus representantes no siempre lo entiendan como un aporte fundamental para pasar de la promesa a la acción, el mismo ciudadano nada pierde por reconocer los aciertos a sus políticos, cuando impulsen las apropiadas medidas de fomento. En una democracia madura, queremos creer que ese es nuestro camino, en el que toca, unas veces, alzar la voz y otras asentir. Ahora es la hora de un renacer para La Palma, de la dura lucha, tras las horas trágicas vividas, como consecuencia de la última erupción volcánica, de un relanzamiento imprescindible si los palmeros no queremos caer en la irrelevancia. Respecto al logro la carretera general, solos los garafianos no podemos y por ello necesitamos en este empuje al resto de los palmeros, de los canarios, de los españoles y foráneos atraídos por estas tierras. Garafía casi nada es sin la isla, los palmeros sin Garafía son menos palmeros. El sueño de ayer, la esperanza de hoy, y la carretera de circunvalación del futuro forman una conjunción que levantará a Garafía, en particular, y fortalecerá a La Palma en general. Hoy pedimos un apoyo concreto y fundamental para la carretera al resto de los palmeros, a los canarios y a cuantos quieran solidarizarse con esta isla y con este pueblo. Este es el momento para que Garafía supere su abandono y para que La Palma deje de ser la isla amputada.
13 Comentarios
¡Cuidado con el espectáculo del volcán!
Cuando aún no se han adjudicado las ayudas, más allá de la diligente atención en alimentos, ropa y alojamiento provisional, no resulta plausible que se dediquen esfuerzos a favor del espectáculo presencial si, al mismo tiempo, se recomiendan medidas de confinamiento en municipios de la isla de La Palma. El razonable interés de muchas personas por ver el volcán lo más próximo posible, conforme a decisiones personales respetables, siempre bajo las normas de seguridad recomendadas, no puede obviar la dura labor que se realiza por tanta gente para minimizar los daños ocasionados por el dióxido de azufre y otros gases, ceniza y lava. Conciliar la promoción turística con las agotadoras jornadas de muchos trabajadores, dependientes de las distintas Administraciones públicas, y de generosos voluntarios, resulta difícil, máxime teniendo presente el sufrimiento de quienes han perdido casi todo. Fomentar visitas en este momento y destinar fondos para organizar las mismas es inexplicable. El fuego puede ser un espectáculo, aunque no creo que sea percibido como tal por quien lo sufre. El rugir del volcán, expulsando lava e iluminando el cielo es impresionante, y tiene gran mérito informar sobre el diario acontecer, acompañando el relato con asombrosas imágenes, especialmente a través de la televisión, pero aplicando el rigor del buen comunicador y evitando convertir la tragedia en espectáculo. Estos días de reflexión ha aflorado en mi mente el recuerdo de largas lecturas del romancero, con versos que estimulaban la imaginación, relatando el famoso incendio, contemplado con deleite por “Nero de Tarpeya”, frente al sufrimiento de niños y viejos que lo padecían; espectáculo para unos y tragedia para otros. Siete días con sus noches la ciudad toda se ardía; por tierra yacen las casas, los templos de tallería… por tierra van en ceniza sus lazos y pedrería. Afortunadamente algunas alegres y desacertadas declaraciones en los inicios de la erupción dieron paso al tratamiento riguroso de la noticia, destacando los daños causados junto a la grandiosa y asombrosa visión del volcán, sin que la mirada perdiera el lado de la tragedia para dar paso al mero cuadro contemplativo. La ola de solidaridad demostrada y la sensatez generalizada de los ciudadanos, dentro y fuera de la isla, constituyen el mejor aval para todos los damnificados por el volcán, pero, como en la meditación hecha al leer el romance, desearía que se evitase cualquier afloramiento de espectáculo que prime frente a la devastación producida. La sana intención de la casi totalidad de quienes viajan a La Palma para ver el volcán y, al mismo tiempo, favorecer la actividad económica se desprende de los comentarios que realizan, y ello es de agradecer. Ahora bien, es fundamental seguir atendiendo a cuantos han sufrido daño con todos los recursos posibles y no fomentar lo que puede ser un desvío de fuerzas y recursos a ese objetivo principal, porque la contemplación del volcán debe estar en un segundo término, y el espectáculo, en estos momentos, debe ser considerado ajeno. El volcán no es injusto ni justo, es una forma de hablar de la naturaleza y ninguna responsabilidad tenemos los palmeros por la erupción. De la decadencia de La Palma, en el plano económico y cultural, dejando de ser la tercera isla de este Archipiélago, en la relevancia de tales campos, y de no apoyar con más medios los estudios científicos, destinando mayores partidas presupuestarias para la investigación, sí se podría responsabilizar a algunos representantes políticos del pasado, pero este no es el momento para hacerlo. La isla de El Hierro ha tenido al gran Tomás Padrón y la isla de La Gomera ha contado con el gran Casimiro Curbelo, y el principal acierto de ambos ha estado en la identificación con sus pueblos, guiados por el interés general, mirando por la isla entera de El Hierro, o por la isla completa de La Gomera. La Palma ha actuado, desde hace mucho tiempo, como dos islas y no ha contado con un líder equiparable. A ello se une la pérdida de protagonismo con ausencia de palmeros en puestos relevantes del Gobierno y en las instituciones canarias, lo que debería corregirse sin caer en posiciones insularistas o provincianas. La Palma ha sido la referencia y el destino de una solidaridad sin parangón, en los últimos tiempos. Sería un despropósito que por miras cortas e intereses localistas se pretendiera establecer una nueva división, partiendo el eje central del desarrollo, con el “vengan aquí que no hay peligro”, aplicado a una parte de la isla, del que se derivaría: “el problema está más allá, en La Banda", traducción simple al mensaje, dado con buena intención, pero no bien explicado de “La Palma es una isla segura”. Miremos el lado bueno de las cosas, de este sentimiento general de ayuda y apoyo y demos prioridad, frente al negocio, a la atención a todos los afectados en este momento. En La Palma debemos operar como un todo, más que nunca, con una lucha coordinada de los ciudadanos y sus autoridades. Evitemos mensajes contradictorios, hablando de seguridad para el turismo y, al mismo tiempo, aconsejando a las personas que no salgan de sus hogares en cinco municipios de la isla. Administremos bien los momentos y elaboremos planes para ese futuro de mayor sosiego que deseamos próximo, apoyando a trabajadores y empresas. Forzar con cierta improvisación la llegada de turistas, sin resolver los problemas más urgentes derivados de los daños ocasionados por el volcán es una pérdida de energías. Ahora no toca. La Palma necesita el esfuerzo de todos sus ciudadanos y el apoyo decidido de los demás canarios, de políticos de la altura de Casimiro Curbelo, más allá de unas palabras acertadas o no, hace pocos días. Los palmeros no deberíamos sumarnos a lamentables comentarios de periodistas y tertulianos foráneos, que desprecian con burla a una de las voces que mayor preocupación ha demostrado por nuestra isla en el Gobierno de Canarias. Frente al destrozo ocasionado, principalmente por la lava, es posible que más de uno haya sentido las ganas de "bombardear" el volcán para reconducir el flujo abrasador, si ello fuera posible. Deberíamos dar las gracias por aportar ideas y que sean los vulcanólogos y demás técnicos los que decidan si conviene o no aplicar medidas sugeridas, por cierto, que ya se han realizado en el pasado en otros lugares, y así entendí su espontánea respuesta al entrevistador. Valoremos la voz de la isla hermana que ahora es una de los principales valedores de la bella tierra de Benahoare, en el Gobierno de Canarias, con bombas o sin bombas. No quisiera acabar estas líneas sin mencionar un hecho cargado de simbolismo que considero acertado. La ofrenda floral de las Fuerzas Armadas ha sido un entrañable acto, cargado de sentimiento, en recuerdo de quienes se fueron para siempre, pero permanecen en nuestra memoria, inspirando nuestro firme propósito de lucha contra la adversidad y dándonos la superior fuerza que necesitamos para vencer. Nunca las flores tuvieron mejor destino. Para mí si hay una palabra más acertada que “gratitud”, esa es la palabra. Manuel de los Reyes Hernández Sánchez, 1 de noviembre de 2021. Volcán, ceniza y lava. Sentimientos de pena, dolor y desgarro siguen presentes ante la tragedia, causada por la erupción del volcán de Cumbre Vieja en La Palma, marcando la más amplia tristeza de los últimos tiempos en la isla. Silencios elocuentes, miradas perdidas y palabras entrecortadas se mezclan en los emocionados encuentros o en las comunicaciones que de todas partes llegan. Pero, frente al difícil consuelo, ha surgido una ola de solidaridad en toda Canarias, que se ha extendido al resto del país, como yo nunca había conocido. Esa solidaridad amplia, profunda y compartida será esencial para evitar la derrota de quienes han perdido casi todo y cualesquiera otros afectados, para continuar la lucha y renacer con fuerza, mirando al futuro, con las palabras mágicas del gran poeta gomero, la esperanza nos mantiene. En este marco, ante la magnitud de los daños ocasionados, no sobra la aportación de ideas de los ciudadanos para su examen por los técnicos dependientes de los diversos responsables políticos. En ese plano se inscribe esta modesta reflexión en la que nada se pierde si no fuere apropiada o considerada, análisis derivado de la sana crítica a las actuaciones habidas y lo que considero confusión de momentos que pueden suponer una importante pérdida de energía, porque equivocar los momentos implica desacierto y añadir desengaño al desastre natural. Este es el momento de la seguridad de los ciudadanos afectados por la erupción volcánica, de la atención vital de las personas, de la escucha y del aliento. Este es el momento de la solidaridad, de la ayuda desinteresada y del control riguroso de la misma, para que llegue directa e íntegramente a quienes la necesitan. Es fundamental aprender las lecciones del pasado, evitando cualquier desviación de recursos de su destino prioritario, como la contratación extraordinaria de personal para su acceso a puestos de la Administración por vías torticeras, hecho ocurrido en 1981, para atender la burocracia derivada de las enfermedades ocasionadas por el aceite de colza adulterado, en detrimento de las personas damnificadas. No caben ahora actuaciones que impliquen desaprovechar la generosa aportación del voluntariado. Este es el momento de las parcas palabras de la autoridad y del protagonismo de los vulcanólogos, geólogos y demás científicos. Este es el momento del apoyo y reconocimiento continuo a cuantos trabajan en vanguardia para el bien general con los drones vigilantes, con las distintas mediciones del dióxido de azufre y otros gases, con el examen de los piroclastos, actuando con prudencia, pero sin miedo ante la lava, las enormes columnas de humo, la ceniza y el tremendo rugir del volcán. Este no es el momento del espectáculo, de las maravillas naturales ni de la oferta turística, más allá de la necesaria para quienes puedan venir a la isla movidos por razones de conocimiento o estudio, pero sí puede ser el momento de la rigurosa y discreta planificación de múltiples actuaciones para un futuro que deseamos próximo, tan pronto las circunstancias las hagan posibles. Sin dilación, pero sin precipitaciones controvertidas, serán imprescindibles las políticas de fomento con altas miras en el turismo de modo que el enorme daño del volcán con una naturaleza transformada de paso a una etapa floreciente en la llegada de visitantes; pero todo en su momento. Este no es el momento de la complacencia. Este es el mejor momento para hablar claro sin obviar nunca la debida madurez de los ciudadanos, apelando al esfuerzo, el sacrificio y la voluntad de progreso que nuestros palmeros mayores han demostrado con creces. Este es el momento del dolor, de la lucha, de la fortaleza y de la esperanza. Ante la intensidad de la catástrofe, este es el momento de la verdad. La confusión del momento inicial, resaltando lo espectacular y maravilloso, realizando alegres declaraciones con desplazamientos de locutores de las diversas cadenas de radio y televisión, ha hecho más daño que bien. En algunos casos, los lamentables errores informativos, hablando de palmenses, añadiendo a Canarias la isla de Formentera o inventado un nuevo pueblo “El Mazo” poco beneficio han aportado, y ninguno cuando el morbo se convirtió en protagonista. No obstante, es de justicia reconocer que a ese mal momento le ha sucedido otro en el que periodistas cualificados, actuando con mucho rigor, se han impuesto con gran seriedad en la información. En el plano de la actuación pública, más allá de determinados desaciertos iniciales y de algún protagonismo con declaraciones que eran más propias de los técnicos, los distintos cargos y responsables de las fuerzas políticas han actuado coordinadamente, con loable dedicación, en general y, en algunos casos, con la más abnegada entrega. La rápida respuesta y presencia de autoridades de máximo rango han puesto de manifiesto que los palmeros no estamos solos ni abandonados. Palabras de aliento y apoyo reconfortantes en el momento oportuno. Pronto podremos comprobar si las promesas de ayuda se convierten en realidades observables por todos. Sería un atrevimiento, por mi parte, realizar cualquier propuesta fundada ante eficientes expertos en los distintos campos con los que cuenta la autoridad para adoptar las mejores decisiones. Ahora bien, como se ha dicho más arriba, no parece un despropósito aportar ideas y sugerencias para su consideración por quienes estudien las medidas apropiadas que permitan el desarrollo de la isla y, al mismo tiempo, que se hagan observaciones, cargadas de experiencia, que puedan ser de provecho. Es indudable que se impone, en primer lugar, la construcción o arrendamiento de viviendas para los afectados, y la realización de obras de infraestructuras en las inmediaciones de la colada lávica que ha borrado del mapa pueblos y caseríos como El Paraíso o Todoque, en Los Llanos de Aridane. Pero, tras ese primer momento de actuaciones urgentes, La Palma no podrá resurgir, en corto o medio plazo, sin planes especiales con grandes inversiones que consideren toda la isla, porque se trata de un territorio pequeño y porque es imprescindible corregir el error de mantener una división como si se tratara de dos islas con un eje central desarrollado, contrapuesto al resto, desaprovechando abundantes recursos. Este es el momento de grandes obras en La Palma, de obras pendientes que han ido quedando relegadas o descartadas y que son fundamentales para le recuperación económica que se impone sino se quiere perder el tren del desarrollo. Es el momento de la altura de miras, de superar discrepancias del pasado reciente, este es el momento de escuchar a las personas cualificadas que vienen aportando ideas y realizando propuestas y de no silenciar voces como la del destacado ingeniero de caminos, canales y puertos, Carlos Soler Liceras, con sus proyectos para obtener agua del acuífero, profundizando la perforación del “Túnel del Trasvase” y de determinadas galerías, en la isla con más recursos hídricos del Archipiélago. Es imprescindible en una sociedad avanzada despejar cualquier duda sobre la prevalencia de determinadas posiciones, apoyadas en grupos de gran poder económico que frenen el desarrollo frente al interés general. Este no es el momento para la polémica ni para que se ahonden las divisiones sociales o se ocasionen perjuicios a determinados sectores, pero si puede ser el momento para que se busque el beneficio común, porque ganando La Palma, el provecho llegará a todos. Este es el momento de retomar la carretera de circunvalación, porque la conectividad interior es un bien aún mayor en un territorio reducido. Sin vías de comunicación y transporte rápido poco avance se podrá lograr. La conectividad exterior de la isla de La Palma ha venido teniendo graves carencias, algunas de las cuales se han corregido no hace mucho tiempo. La carretera general de circunvalación sigue siendo una asignatura pendiente como ha destacado mi hermano Gonzalo Hernández Sánchez en “La Isla Amputada”. Es un error considerar que una obra de estas características, planificada hace décadas, y que no parece tener feliz término, en un proyecto abandonado, beneficiaría solo a la superficie geográfica más alejada de la capital, Santa Cruz de La Palma. La isla debe operar como un todo armónico, logrando con ello que el aprovechamiento general repercuta en cada lugar, y que la zona directa e indirectamente afectada por la lava siga siendo el motor económico, con mayor fortaleza si cabe. Se cometería un error muy grave si se produce el deseado resurgir económico de la isla, impulsado por la generosa ayuda de tanta gente y por las inversiones del Gobierno de Canarias y el Gobierno de España, y el beneficio no alcanzase a todos, y especialmente a quienes más lo necesitan. La Palma no puede responder con una bofetada a la ola de solidaridad nacional. Este no es el momento del enfrentamiento de intereses, pero sí es, y siempre debe serlo, el momento de estar alerta y vigilante velando por las acertadas inversiones que se realicen con la guía del bien común, para que, en modo alguno, aumenten las desigualdades en los habitantes de la isla. No confundamos los momentos, porque el momento oportuno es fundamental. En el momento de la seguridad y de la protección de las personas, de la reparación de las infraestructuras dañadas, y de las nuevas obras de desarrollo que deseamos, se impone la palabra gratitud. En este momento de unión y de unidad es un deber para todo palmero de bien dar las gracias a cuanta gente ha proyectado su solidaridad con la isla del corazón. Con la emoción contenida estos días, ante la mayor ola de solidaridad sentida en estos lares, me gustaría que estas líneas, impelidas por un irresistible imperativo categórico, llevaran la mejor expresión de gratitud posible, como respuesta al desbordante cariño que se percibe por la mera condición de ser natural de la bella tierra de Benahoare. Manuel de los Reyes Hernández Sánchez, 11 de octubre de 2021. Cuna de la lucha canaria, relevante menceyato de Tenerife, tierra de grandes vinos, de verde y apacible valle y del mejor campesino, Tegueste ha sabido unir pasado y presente, como pocos pueblos, ganando el reconocimiento general de propios y foráneos. Silente y mesurado, en armónica conjunción de su gente con una naturaleza adornada por uno de los mejores climas de la isla, donde la tradición da paso a la modernidad para ir de la mano, Tegueste ofrece hoy a sus habitantes una gran calidad de vida. A las familias asentadas en el lugar, tras generaciones de varios siglos, se ha unido, en las últimas décadas, una significativa clase media, integrada en el municipio, que ha contribuido al mayor desarrollo del pueblo. Cerca de la ciudad y, al mismo tiempo, lejos del ajetreo de la urbe, este lugar ha sido buscado por personas sensibles con el campo, guiadas por la revalorización del medioambiente. No es extraño, desde hace tiempo, oír exclamar a muchos: ¡Qué suerte tiene usted, al vivir en Tegueste! Rodeado por La Laguna, en todos sus barrios, ayer más distante, hoy más próximo a la ciudad, Tegueste se funde en la cultura común de una sociedad avanzada con el influjo universitario cosmopolita lagunero y no se confunde, al haber sabido defender su rico patrimonio etnográfico, dando continuidad al legado de sus mayores. Entre la rica tradición teguestera, encontramos los barcos que participan, cada año, en las fiestas patronales del pueblo, San Marcos y Nuestra Señora de los Remedios. El origen de esta nota marina en los festejos de la Virgen, junto a la librea y la danza de las flores, se remonta, probablemente, al siglo XVI, transmitiéndose, entre las gentes del lugar, el vínculo de los barcos a la peste de Landres, como un voto hecho en un pasado de frecuente intervención sobrenatural. Los pueblos tienden a alargar sus orígenes y dar prioridad al mito frente al riguroso estudio histórico, porque el milagro y la magia suelen edulcorar mejor la realidad, incluso en los tiempos modernos, Tegueste no es una excepción. Las averiguaciones realizadas, desde hace años, permiten despejar los hechos de adiciones que, en el momento inicial o posteriormente, se incluyeron, buscando el adorno del misterio. No está mal conservar la narración novelada, junto a la investigación histórica, siempre que no se confundan y se sepan diferenciar según lugar, momento o tipo de conversa. La investigación del prestigioso historiador, Manuel Hernández González, despeja con acierto las dudas sobre la vinculación de la fiesta de la Virgen de Los Remedios con la peste de Landres de 1582, y el voto hecho por el pueblo a los santos patronos por la benéfica intervención para quedar libres de tal azote. La participación de los barcos en fiestas similares, en La Laguna y otros pueblos, la mortalidad que se ocasionó en diferentes lugares de la isla, como bien ha estudiado el apreciado compañero José Miguel Yanes Rodríguez, y la constatación de la celebración del culto a la Virgen, más bien a partir de 1669, frente a la veneración de San Marcos, con ermita en torno al año 1530, permiten diferenciar el relato histórico riguroso de la versión de la socorrida leyenda. Tradición donde todo es más nebuloso, pero sin que ello lleve a lo contrario para caer en posturas cientificistas que sacralicen el dato, fijando lo verdadero. No conviene olvidar que la gran pregunta sobre qué es la verdad, quedó sin respuesta. Ninguna relevancia se quita a la fiesta y ningún peso pierde la tradición, al narrar la historia de los barcos con relatos diferenciados, máxime teniendo presente la dificultad de dibujar el pasado con precisión, pues de acuerdo con el aludido rigor científico, el vínculo originario cívico-religioso entre los barcos y la Virgen queda fuera de toda duda, en el marco cultural de Tegueste, desde hace siglos, aunque, claro está, el rigor histórico de la interpretación del pasado con los estudios que ya contamos deberá prevalecer en el orden académico y en cualquier debate o análisis de hechos constatados frente a la narración novelada. Ahora, los barcos siguen navegando, dejando la estela blanca de su identidad, ayer rumbo fijo a la fiesta de Nuestra Señora de Los Remedios, para rendir pleitesía a la Virgen, en su solemne fiesta del 8 de septiembre, hoy escorados a San Marcos para evitar “su malestar” y realzar la famosa romería, celebrada cada 25 abril o domingo más próximo a la fecha, desde hace cincuenta años, al ganar la partida de las dos celebraciones en fama y asistencia de personas. La buena fotografía de la realidad corre peligro, en nuestros tiempos, si solo se confía en el dato gráfico o icónico, muchas veces de la prensa, o programas y actas, que, siendo relevantes, no son suficientes, pues la visión de nuestros días en el futuro podría estar mutilada, en estos casos, por la carencia de testimonios de los vecinos intervinientes que se pierde y que completan ángulos diferentes del acontecer festivo. Vayan estas pinceladas de aquellos años, cuando avanzaba la segunda, mitad del siglo XX, con el tinte de lo oído a los mayores, nacidos a principio de la centuria, para contribuir al retrato del entrañable pueblo, y animar a otros jóvenes, y no tan jóvenes, a perfilar lo ya conocido, siguiendo el ejemplo de quienes vienen reflejando ese pasado con rigor y acierto para los que debe constar siempre nuestra gratitud. Tegueste vive, hacia los finales de los años sesenta del pasado siglo, un momento vibrante de dinamismo cultural, como acertadamente ha reflejado el investigador Joaquín Carreras Navarro. El Centro Cultural y Recreativo con la gran labor del presidente Crescencio Hernández, hombre entrañable que marcaba sus acciones con especial amabilidad, constituyó un elemento fundamental en la dinamización del pueblo. Inicialmente, el centro se ubicó en la casa de mis padres, en la plaza de San Marcos, trasladándose pronto a la que sería su sede hasta su final en la nueva calle abierta, denominada “El Casino”. La organización de la romería de San Marcos en 1969 fue otro revulsivo, por iniciativa de teguesteros de dentro y veraneantes que por su amor al pueblo eran los teguesteros de adopción, con protagonismo de los primeros, principalmente del denominado grupo “La Neverita”, que con mucho caletre tiene su recuerdo en la estela conmemorativa, colocada actualmente en la plaza. La actividad teatral con ensayos y representaciones de la mano del dinámico Federico Fajardo, al que con acierto se ha dedicado una de las calles, renovó el plano cultural bastante relegado en los tiempos de la autarquía económica. En este marco no debe caer en el olvido la infatigable labor de doña Anita, Ana Bravo Braun, con el grupo de Coros y Danzas, por su importante contribución no solo cultural, sino también social. Recordados tiempos y momentos inolvidables con la llegada de mis hermanos procedentes de La Palma en 1968. Con la integración inmediata en el pueblo, se unen a la excelente generación de estudiantes teguesteros, que incrementaban el número de universitarios, rompiendo con un pasado en el que, inexplicablemente, eran muy pocos quienes accedían a la Universidad de La Laguna, a pesar de estar situado el pueblo a escasos kilómetros de su sede. Muchos son los nombres de aquella juventud que vienen a mi mente con destacada actuación en los diferentes campos profesionales, y, al recordarles, siempre presentes los que prematuramente se fueron en 1990, 2007 y 2008, como el cualificado y entrañable profesor, Adán González González, el noble bregador Juan Hernández Herrera, Ayala, químico de UNELCO, y el generoso y atento médico, Antonio Pérez Izquierdo, expresión de ese dinamismo y cambio que ya se operaba en todo el país al principio de los años setenta. En el marco de sus festividades religiosas, los barcos llegan, tierra adentro, con sus blancas velas y los inquietos marineros, que, detrás de la nave, contentos, sin remos, reman, y que, con entusiasmo, navegan, entre brincos y saltos, con olas de ilusiones que ni mojan ni molestan, mientras vacas o bueyes tiran con el buen gobierno de las yuntas. En la plaza de San Marcos poco importa el viento en popa, y los peligros de la mar en nada inquietan, porque los niños remeros, con la singladura marcada el año anterior, no temen los embates del lado de babor, cuando la gente se acerca, o del otro lado, de estribor si el gentío se arremolina. Allí los niños empujan los barcos con entusiasmo, mientras bueyes sosegados tiran con su bravura. La vara del buen boyero pica y marca la andadura, y las blancas velas lucen como no lucieron nunca. El ayer se ve presente, y la tradición perdura, en la sana diversión que todo el mundo disfruta. Los barcos cambian de hora de la patrona al patrón, con San Marcos en abril, desafiando al fuerte sol, mientras las parrandas afinan, cuando fluye el líquido elemento de la bota o el garrafón, entre originales carretas que esperan pronto la ocasión. En septiembre con Los Remedios la noche gana al día, cuando al caer la tarde se da protagonismo a la víspera. Las visitas de los poetas no pueden faltar en la fiesta, para darle realce con la velada literaria que acompaña los actos culturales cívico-religiosos. Ahora vienen a mi memoria los versos del gran vate Emeterio Gutiérrez Albelo. Le recuerdo ensayando y hablando con mi padre, en la casa que es ahora de mi admirada hermana Angela Carmen, al lado de la Iglesia de San Marcos, pared con la casa del Prebendado Pacheco, entonces bastante abandonada, mientras yo hacía un breve alto en los estudios. Del admirado poeta me vienen a la mente aquellos grabados versos de esos temas marinos tan presentes en nuestras islas: Se han detenido un momento, las blancas velas al viento, frente a la montaña bruna. El testimonio directo de los familiares más veteranos y la documentación gráfica permiten un mejor retrato de esta entrañable tradición de un pueblo con barcos sin mar, a lo largo del último siglo, pero Tegueste ha tenido la suerte, también, de tener buenos cronistas. Analizar los orígenes de la Romería de Tegueste puede ser fácil, pero no será tanto explicar su fulgurante éxito y su protagonismo hasta nuestros días. Aquel prestigio creo que nos sorprendió a todos. Disfrutar de la casa paterna en la misma plaza de San Marcos era una ventaja entonces, con las puertas abiertas, en su más amplia extensión. Allí no solo estaba la gran familia, sino todos los amigos y conocidos e incluso quien solicitaba el servicio de siempre. Fui un afortunado al unir los nombres de Garafía, municipio donde había nacido, y Guía de Isora, localidad de mi primer destino como profesor, con Tegueste. Papas, carne y vino para todos, palmeros e isoranos, y canarios de los más variados lares se convertían en teguesteros de primera por el mero hecho de ser conocidos. Mis amigas y amigos con los amigos de mis hermanos y más amigas y amigos con los de mis hermanas reían y cantaban en los dos patios y las dos azoteas en la amplia vivienda, entre la Casa Sansó y la del Prebendado Pacheco. Eran los años setenta del pasado siglo y así siguió hasta los años noventa en los que la elevada afluencia de público y la pérdida de sanos comportamientos en algunos extraños obligó al cambio hacia una celebración estrictamente familiar, volviéndose, también, la que fuera ventajosa ubicación, en un factor en contra, precio al masificado desbordamiento de la romería. De la víspera al día de la fiesta, de la mañana a la noche el trajín marcaba cada hora. La conversa y el canto y más gente que llegaba no daban respiro a la alegría de quienes entraban por haber visto las carretas, y de quienes salían para las carretas ver, y los barcos también. Allí, avanzada la tarde, con el baile en la plaza, bien nutrida de los universitarios laguneros, y con la música de fondo se hablaba de todo. Un año, Elfidio Alonso Quintero con El Hierro presente sin dejar el tema “Sabandeños”, otro, Maribel Nazco y el mundo del arte de mano de mi hermano Celestino Celso, y otro año, Jaime Hamad Pérez, primo hermano de mi gran amigo Vicente con los aires de Fuencaliente, acompañado de todo el grupo “Verode” que, en el marco del patio canario, con vino, carne y tiempo deleitó a los romeros allí sentados en primera fila. No faltaban por la mañana Fernando Castro Borrego, Francisco Galante y otros compañeros del campo artístico, y siempre nuestra prima Emiliana con sus anécdotas de Garafía. La lucha canaria tenía que estar presente, sin ningún género de dudas, de mano de mi hermano Gonzalo, un año con Vicente Alonso, y un año y otro también con Juan Primera. Yo seguía con atención, entre los vasos de vino y la carne de conejo los ricos comentarios del presente y pasado de la lucha, y con emoción escuchaba los relatos cuando se refería, con admiración, a su tío, Alfredo Martín, “El Palmero”, uno de los más relevantes luchadores de todos los tiempos en Canarias. Allí de todo se hablaba con el espíritu de la transición que llegaba primero, o que se alargaba después. Jerónimo Saavedra Acevedo de mano de mi hermana disfrutaba de la excelente comida, celebrando el postre de leche fachenta que siempre hacía mi madre para la ocasión con su nota palmera. Allí, otro año, la conversa con Juan Alberto Martín y la princesa roja, María Teresa de Borbón-Parma, muestra de tiempos movidos y de una romería que se había consolidado con excelencia y traspasado fronteras. No todos los pueblos han podido contar, en los pasados siglos, con un relator del conocimiento y rigor como el prebendado Pereira-Pacheco, para dar testimonio de su época y aportar datos de un pasado que el tiempo desdibuja y las termitas devoran. Fue una suerte que el ilustre eclesiástico, nacido en La Laguna el 12 de junio de 1790, y fallecido en Tegueste en 1858, fijara su residencia al lado de la Iglesia de San Marcos, y ha sido un acierto que, desde hace unos años, su casa pertenezca al patrimonio público y sea actualmente un centro de exposiciones y otros actos culturales. La conservación de ese pasado se hace más fuerte cuando en la memoria desfilan las familias que un día los barcos vieron y ya no están entre nosotros. De la mano de Nijota los niños del lejano ayer ahora también reman, impulsados por la voz del poeta que, con su preclara mirada, de mejor manera describe lo que vemos, y no siempre vemos. ¡Qué bello es tu anacronismo, navío de antiguos tiempos! ¡Qué nostalgias de mar tienes, navío de tierra adentro! Recuerdo la amplia plaza de tierra, sin los desacertados muros, aceras y parterres que redujeron su espacio y su grandeza. Allí, frente a la iglesia de San Marcos, y cerca como en tantos pueblos, el pequeño campo santo, que se mantuvo hasta 1967, donde ahora se ubica el ayuntamiento, y que hiciera surgir la recordada estrofa que oyera mi padre a Diego Crosa, Crosita. Original o no el poema se popularizó, retratando acertadamente el paisaje y paisanaje de su época: Cementerio de Tegueste, cuatro muros y un ciprés, tan chiquito y, sin embargo, cuánta gente duerme en él. Esa memoria que nos trae el ayer para mezclarlo en el presente, con personas que no se van del todo, se ha convertido en costumbre, casi perdida en la gran urbe, pero que conserva su vigencia en nuestros pueblos. Si se quiere mantener esa identidad es necesario apuntalar los valores amenazados por una sociedad consumista y globalizante que tiende a barrer las características propias de los lugares. Nada impide ver, en el misterio de la vida, ese lado bueno de las personas y las cosas y Tegueste puede y debe conserva ese modo de ser y estar, compatible con los nuevos modos de vida, comunes por otra parte. Hoy, los barcos, Tegueste y el prebendado Pacheco, en perfecta conjunción, siguen marcando el horizonte de un pueblo que navega sin mar y que brega sin descanso, uniendo a todo ello la lucha canaria, de modo que, si de ella hablamos y salta su nombre en cualquier lugar de este archipiélago, no deja de mencionarse la palabra Tegueste como su principal apellido. Con el emocionado relato de los años sesenta y setenta del pasado siglo, Marcos, Gonzalo y Juan Manuel, hablan en amena tertulia frente a mi casa teguestera, en la calle del Prebendado Pacheco, donde todos los nombres y rincones se aproximan junto a los barcos de tierra adentro. Tres voces para realzar la etnografía del pueblo, la tradición, la costumbre y la proyección, de unos barcos que pretenden surcar los mares del futuro en las nuevas generaciones que de niños hoy se acercan. Sus descripciones adornan las naves, las telas se lavan y se reparan los bordados, se revisan las ripias, los palos se pulen, y los barcos originarios de Pedro Álvarez, San Luis y Tegueste desfilan en el relato, sin olvidar el barco de El Socorro que también se ha sumado, en ocasiones, en tiempos más cercanos. En esta descripción pronto quedan los mástiles con su velas y firme luce el trinquete. De sus cuarteles acondicionados, con entusiasmo inician la singladura con la carreta de mar y el viento de las yuntas. Y llegan a la plaza de San Marcos donde desfilan engalanados, cargados de Historia. En este breve coloquio se ha puesto de relieve que la preparación y participación de los barcos ha sufrido algunos embates, pero la decidida actuación de unos pocos impidió que las naves encallaran. Es de justicia reconocer esa labor y expresar la gratitud, al menos, mencionando algunos nombres, como Manuel López Santos o el propio Juan Manuel Hernández Bacallado respecto al barco de San Luis, o como ese hombre que iba a La Degollada, campesino trabajador que sufragaba los gastos con sus pequeños ahorros, cuando las subvenciones oficiales no existían. Días antes del desfile, con la Virgen, primero, y con San Marcos, después, los barrios viven la efervescencia, propia de los preparativos de las fiestas, agrupados en los llamados cuarteles. El del casco, desde el camino de las Peñuelas con El Baldío hasta la calle Campamento y parte de El Gamonal, para llegar, por otro lado, hasta casa Lala; el de San Luis, desde el límite señalado hacia abajo, con el lugar de nombre santo, sin entrar en El Socorro; el de Pedro Álvarez, en el barrio de su nombre; y el de El Socorro, en el suyo, sin perjuicio de la antiquísima celebración de sus propios festejos y el mantenimiento de su singularidad. Una buena muestra de ese carácter es la conservación del valioso cuadro de la Virgen traído por los agustinos en el siglo XVI y que ha llegado a nuestros días. Se recaudan fondos entre feligreses y vecinos, en general, con la animación festera, con comentarios a un lado y otro, y para mayor animación, vasito de vino tinto va, vasito de vino tinto viene. La alegría aumenta y el entusiasmo es mayor. Todos aspiran a ser primeros si alguna ausencia los lleva al último lugar. Con la voz de Antonio Perera de Vera, autor de la letra que las bordadoras han realzado con arte en la vela mayor, gavia, velacho o trinquete del barco de San Luis, en las últimas décadas y su permanente acompañamiento y loa a la Virgen, los barcos van más allá del acertado adorno, llevando el espíritu de un pueblo que ha sabido mantener tan relevante legado. Con los recuerdos infantiles de Ramona, Isabel Ramona Rivero Melián, con sus 104 abriles, nos remontamos a los años veinte del pasado siglo, mientras los barcos vuelven como si el tempo se hubiera detenido, pasando del pasado al presente, con la doble emoción producida al ver a una persona, de tan avanzada edad, contemplando la siempre sorprendente singladura, en ese impulso repetitivo de quienes tratan de legar lo recibido en su más completa esencia, de modo que paisaje y paisanaje apenas variaron en cincuenta años, desde 1920 a 1970, más allá de la sustitución progresiva de los padres y madres por sus hijos. El barco, que los bueyes mueven con la guía del avezado boyero y su aguijada, da la vuelta a la plaza de San Marcos, mientras las campanas repican. Quietos quedan al poco por el lado de abajo de la plaza sin molestar a las turroneras de Tacoronte que apresuran la venta, mientras los chicos comen los rosquetes grandes y saborean los pirulines. Los mayores fijan su vista en el tablero, eligiendo los turrones para llevar, junto al cucurucho de manises, pues ya la banda de música toca al comenzar la procesión. Con la capilla limosnera y voz baja y persuasiva se acerca el festero recolector, pidiendo la colaboración para las fiestas de El Batán o de otros pueblos perdidos de La Montaña. La Virgen de Los Remedios precedida por el guion y el estandarte avanza, flanqueada por las hermandades del Santísimo y la Virgen con sus opas de color granate a un lado y de color blanco al otro. “La Virgen ya está saliendo”. La gente de una plaza abarrotada busca la mejor posición, que a la Virgen hay que ver, y a los barcos también, y con paso firme Antonio el guardia se acerca, tratando de poner orden en gente ordenada y de bien. Por la calle de Los Pinos, detrás de la Virgen, los barcos hacen su aparición. Las casas con las ventanas abiertas, y allí Ana Jiménez González, la mujer luchadora y vitalista, tan apreciada por mi madre, en su tienda, orgullosa al contemplar su bordado en las velas, al otro lado la venta de Lola, Dolores del Castillo Díaz, la atenta y apreciada vecina, y más arriba la casa parroquial que las puertas tiene abiertas, también, para observar mejor los detalles de la singular travesía. Al final los barcos corren, danto tres vueltas alrededor de la plaza, unas veces, rodeando la iglesia y corriendo calle arriba por Los Pinos, otras, y todo con general animación, para llegar a “La Placeta” con prontitud, y los niños, haciendo olas de ilusión en un mar de gente contenta que vive la sana tradición, con ese origen vinculado a la salud. En el regocijo general, la gente en serena convivencia disfruta de la sorprendente maravilla de los barcos en tierra. Así era y así es, y así fue antes, en el pueblo de las ricas esencias bien conservadas, en un lugar donde todos empujan, orgullosos de que unos lo hagan con más fuerza y brío que otros. La tierra de Manuel Perera, el pollo de Tegueste, del campeón Víctor Rodríguez y del gran Felipe del Castillo es la tierra de los barcos. El campo, donde aún se dibujan las mañas de Jeremías y Antonio Reyes al romper el alba los días de vendimia, es la campiña donde el bajel navega al atardecer, entre las cuidadas parras que atraviesan ese lugar llamado Infierno que, por su buen vino, más parece la Gloria. Y más abajo Roma, donde el divino elemento más que los lugares, es el tiempo lo que confunde. El pueblo de Marcos Galván, padre e hijo, de Sindo, El Palilla o Sito, es el pueblo de los veleros, de la romería, la librea, la danza de las flores con los Tamboreros y la sana fiesta de siempre, pueblo que hace interminables las relaciones de luchadores, y, por ello, nada mejor que encerrar sus nombres en el maletín imperecedero del noble, célebre y recordado Domingo Pérez Abreu, figura destacada del vernáculo deporte con proyección internacional, ya en aquella época, como se pone de relieve con su exhibiciones en Suiza en 1935. Fallecido en plena juventud, nos queda su memoria, arropada por los nombres de quienes practicaron la lucha canaria, generación tras generación, y se despidieron de los terreros para siempre. La proyección de Tegueste en la lucha canaria fuera de la isla de Tenerife, tuvo especial incidencia en La Palma. En la memoria colectiva benahoarita sigue viva toda una institución en la lucha canaria, Jeremías, que Jeremías no era, sino Antonio Reyes, que por el nombre de su padre ha sido y es reconocido. Fue el gran maestro de Juan Barbuzano en los años sesenta del pasado siglo. Allí lucho Marcos Galván, padre, en destacadas agarradas, cuando el empuje económico de la isla era muy diferente al actual. Con el pulso de Felipe del Castillo y su firmeza en aquellas cogidas de muslo a finales de los años cincuenta, que ponían en pie a los sentados en tierra o en sillas de tijera en la finca de Los Zamoranos, en los sitios de los Melianes o en otros rincones, los barcos no pierden rumbo. En Tegueste no resultaba difícil pasar de la huerta, natero o rellano al terrero, o convertir en campo de lucha un salón o un solar. Con la serenidad y la nobleza, los barcos de Tegueste seguirán navegando hacia la iglesia de San Marcos, seña identitaria de un pueblo desde el siglo XVI, porque el espíritu de sus hijos distinguidos no puede caer en el olvido, y los niños de hoy que acompañan a los renovados barcos deben llevar con orgullo un pasado tan rico mientras miran el futuro que pronto llega. Los barcos renovados deben hoy alcanzar a colegios e instituto, para que las nuevas generaciones reciban la educación de calidad que debe integrar la historia local en los conocimientos universales, y así no perder nunca la buena educación. Un recordado día, la luchada terminó y el bullicio se extendió al regreso por el camino de Los Laureles con el ánimo encendido y visiones contrapuestas, unos diciendo que, si el garabato no se realizó a tiempo, otros alegando que fue muy alto. Unos haciendo fuerza y otros aguantando el empujón como si estuvieran en el terrero, tratando de demostrar cómo se hace bien la maña. Corre el vino en “Casa Pano” a la voz de bacalao, marchando van las arvejas con los huevos duros, y, entre el pescado salado que nunca falta, la sardina de la gran lata redonda al “papeldevaso” salta, mientras se sigue rememorando la luchada que, por lo que se ve, nunca acaba. Allí un vaso seguido de otro, moja el gaznate del buen relator para refrescar el cuerpo por el nuevo esfuerzo que se hace al contarlo. Todos escuchan atentos cuando se describe la cogida de muslo y tensan los músculos, profiriendo las más variadas interjecciones, mientras se va cortando el aliento. Felipe del Castillo coge el muslo y mantiene sus brazos aferrados con vigor, la audiencia contiene la respiración, y casi al mismo tiempo se inclina, haciendo fuerza: ¡sigue, sigue!, ¡va!, ¡dale!, ¡chas!, ¡gira! Con el “vamos Felipe” que transmite la energía de los aficionados, se oye con claridad al amigo decir: ¡tras!, “pal piso”. Entonces se respira de nuevo, y un “uf” generalizado hace prorrumpir a los presentes en abrazos, palmas y exclamaciones de la gente enrojecida por tanto esfuerzo que rompe de nuevo el tranquilo valle, con voces que se oyen a lo lejos. Una vez más, el jolgorio impera y ya nada se entiende, salvo Pano que entiende y atiende la demanda de más vino para relajar el tenso ambiente y sentar el relato. Ya no está “Casa Pano” ni Juan está en Tegueste. Ya las garbanzas de Hortensia no se huelen a lo lejos. Garbanzas que con el tenedor no saltaban, pero que preferían la cuchara, mientras fluían los platos, acorde con la demanda, y se oía de nuevo la voz del jugador de dominó, diciendo: tenías que haber colocado el tres cuatro, ¡hombre, por Dios! Pero el ayer no se ha perdido y la sencilla y excelente gastronomía se conserva y renueva. Son muchos los que se acercan a estos lares para saborear la comida, más abajo, en Las Toscas, ropa vieja en “Casa Sito”, más arriba, en El Portezuelo, las “Costillas de Tomás”. El buen puchero en la “Tasca de Fernando” y si vas un poco más allá hacia la plaza, unas tapitas en “El Colgadizo”. Sigue caminando si quieres, pasas la iglesia y bajas a la izquierda por la calle de La Audiencia, pues “Zenobio” te espera con el buen yantar de ayer y el renovado complemento excelente de una cocina innovadora, en nuestros días. El pueblo, que arranca de la época guanche y se consolida en la Historia en torno a la iglesia de San Marcos, ha logrado mantener el legado de sus generaciones con sencillez campesina, que conserva en su espíritu, cuando las actividades económicas de nuestro tiempo han relegado la producción agrícola y ganadera, pero Tegueste, desde Pedro Álvarez a Las Toscas y desde El Portezuelo a El Socorro, haciéndose eco del gran poeta gomero Pedro García Cabrera al que conocí en Guía de Isora en los años setenta del pasado siglo, sigue siendo el pueblo enraizado y bien definido que le da su propia denominación: Tegueste. Es un nombre de raíces que no se dejan torcer y que se lee lo mismo al derecho que al revés. El nombre de raíces, ayer fue del mencey, y desde entonces del pueblo también es. El pueblo de raíz mantiene con firmeza sus tradiciones, armonizando el ayer con el hoy, ahondando en el pasado y proyectándose al futuro en esos niños que cada año ven a los barcos, sin ser muy conscientes del valor que encierra en esta maravillosa tierra, a la vera del Barranco Agua de Dios. Manuel de los Reyes Hernández Sánchez, 8 de septiembre de 2021. ![]() Tierra del trigo y del viento, de la cebada y del centeno, de la brisa y la ventolera, de los chícharos y los chochos, del ventarrón y la ventada, de las habas y los garbanzos negros, de los alisios y del ciclón, de las lentejas y poco millo, de alguna calma y mucho vendaval, es la tierra de Garafía. Barrancos y lomos, tablados y montañas, laderas y “cabocos”, acantilados y fuentes, desde la costa hasta el monte, forman “la más quebrada y áspera tierra del mundo” en palabras del obispo de Canarias, Cristóbal de la Cámara y Murga, cuando visitó este cantón del noroeste palmero. El pueblo alcanzará su apogeo en la década de los cincuenta del pasado siglo en una conjunción armónica de hombre y mujer con la naturaleza, de modo que todo rincón tenía provecho para los campesinos y nunca la misma estuvo tan mimada y rica como entonces. Hay una deuda con aquella sacrificada gente, tanto la que permaneció allí, como la que tuvo que emigrar, en algunos casos, forzosamente, por la torpe política foránea de protección de un monte que nadie cuidaba mejor que el garafiano. El agricultor y el ganadero no solo no recibían ayuda para sus actividades, cuando las medidas de fomento se generalizaron en el país, sino que se exponían a las graves sanciones económicas por cortar cuatro gajos de faya, brezo o pino para el cuidado de sus animales en los corrales y para obtener el estiércol tan importante en el abono de sus tierras. En aquella economía de subsistencia, el grano era fundamental en cada casa y el gofio el rey de los productos alimenticios, como en tantos pueblos de Canarias, pero pocos municipios podían presumir de obtener en su término la variedad del grano enumerado. En aquellos años, en Garafía se cosechaba casi todo, era una tierra agradecida, abonada por una gran cabaña ganadera, cuidada con primor. Eran numerosas las eras y allí se trillaba, tras el duro trabajo, convirtiendo las variadas tareas en un día de gallofa, de alegre fiesta, al llenar los sacos de muselina, balayo va, balayo viene. Aunque cada familia mezclaba los granos con mayor o menor disponibilidad y gusto, el gofio en Garafía tenía como componente principal el trigo. En Cueva del Agua, mi abuela, Ángela Rodríguez Pérez, doña Angelina, preparaba la mezcla de grano, para llevarlo al pueblo, como allí se decía para denominar al casco del municipio, Santo Domingo. Con agrado recuerdo como utilizaba la cuartilla y el medio almud para medir la proporción de trigo, en menor cantidad, añadía cebada y, alguna vez, centeno. No podían faltar los chícharos y los chochos, algunas habas, algo de garbanzos y poquitas lentejas, y raramente millo. Hoy diríamos que aquello era un festival de la diversidad. No siempre la combinación del grano era tan variada y cada familia le daba su toque, con el trigo siempre como base, salvo que el secano hubiese apretado demasiado y la mala cosecha obligase al gofio solo de cebada. El destino del grano, en talegos y sacos, la mayoría de las veces, durante mi niñez, era el molino de Marcelino. Otros vecinos solían llevar su grano a Llano del Negro, al molino que aún hoy luce esbelto, y hasta finales de los años cincuenta, algunos elegían el molino de El Calvario, que dejó de funcionar, prácticamente, en 1959, y que ha tenido un deterioro mayor. Hombre amable y atento recibía el variado grano que luego devolvía molido con bastante prontitud. Su enemigo eran las calmas, tan amadas por los paisanos. cansados de la ventolera y por los amantes de mar, donde la lapa, la vieja o la cabrilla tenían sus horas contadas con los expertos pescadores de aquellos lares. No faltaban la morena y el murión ni los burgados junto al variado pescado. Todo no podía ser a la vez, ni la calma podía durar mucho en la tierra del viento, por eso Marcelino volvía pronto a la molienda, después de aprovechar para repasar las aspas y realizar los pequeños arreglos de mantenimiento, despachando los encargos de los vecinos más próximos y de quienes volvían de los lugares más alejados como El Mudo, tras larga caminata. El molino de Marcelino, de acuerdo con las averiguaciones realizadas en diversas entrevistas, el testimonio visual y sonoro de Gilberto Alemán y otros, y el riguroso estudio etnográfico de Pilar Cabrera Pombrol, en su libro “El gofio y el pan en Garafía”, complementado con mis vivencias personales, durante dos décadas, puede ser descrito con bastante precisión. El Molino de Marcelino en Santo Domingo, Villa de Garafía, inició su andadura el 30 de noviembre de 1900, según consta en la inscripción realizada en su interior, de manos de José María Rodríguez Pérez, que lo dio de alta oficial en 1902. Desde su primera ubicación en El Tocadero, en la parte posterior de la Iglesia de Nuestra Señora de la Luz, el molino se traslada a la que ha sido su ubicación hasta la fecha, siendo adquirido por Marcelino Pedrianes Pérez, principal artífice de su historia y del nombre por el que todos los vecinos conocen al relevante triturador de granos entre los molinos garafianos. El molino se mantuvo funcionando hasta 1974, cuando menguaron las fuerzas del hombre que, con la ayuda del viento, constituía su alma. Marcelino Pedrianes Pérez, nacido en Garafía el 2 de junio de 1899, falleció el 26 de mayo de 1978. Su vida, su afán y su lucha retratan la trayectoria de sus paisanos para sobrevivir y mejorar las condiciones de la austera y dura vida de la primera mitad del siglo XX en Garafía. Emigró a Cuba para volver con el fruto del intenso esfuerzo en modo de pequeño capital, suficiente para adquirir, construir o reparar una vivienda o comprar algunas fanegadas de terreno, lo que era proyecto vedado para la mayoría de los habitantes que permanecían en su tierra natal. El paisaje y el paisanaje de Garafía y de tantos pueblos canarios no se entiende sin Cuba, primero, y Venezuela, después, con la profunda beneficiosa huella que ha llegado a nuestros días. Marcelino era un hombre trabajador, prudente, serio y meticuloso, al punto de dejarnos interesantes anotaciones sobre las reparaciones realizadas, con las oportunas fechas de la instalación, modificación, sustitución de piezas o cualquier otro aspecto relacionado con su molino. El molino que muchas veces aprovechaba el “terral de la cumbre”, ese viento parejito, en palabras de la autora arriba citada, se fue agotando en su noble lucha, marcado por los avances tecnológicos y la instauración de molinas movidas por los galopantes combustibles fósiles que entonces pocos cuestionaban, por la decadencia de un pueblo que comienza a perder habitantes con demasiada rapidez y por la edad de su promotor que ve mermar la fuerza de aquella juventud que le dio tanto protagonismo. El molino era el primer testigo de ricas y jugosas conversas de cuantos clientes se acercaban por allí, del arropamiento de Bibiana Elisa Pedrianes Fernández, esposa de Marcelino, que, durante horas y horas, bordando y bordando, trajinando y trajinando daba vida al molino, más allá del viento, y de la presencia de la querida hija, Bernardina Pedrianes Pedrianes, realizando sus tareas escolares o colaborando en las obligaciones familiares. El pasado día 13 de agosto, en la plaza Baltasar Martín, el molino revivió en los emotivos recuerdos de la única hija de Marcelino, la siempre atenta, franca y elegante Narda de aquella infancia vivida en Garafía, en la década de los cincuenta y parte de la del sesenta del pasado siglo. Un encuentro después de muchos años me permitió confirmar el deseo de restauración del emblemático lugar y de contar con las ayudas públicas imprescindibles para ello. Residente en Santa Cruz de la Palma, no deja de darse un salto a Garafía, su querido terruño. En el pueblo o en la ciudad seguiremos hablando, porque el molino debe volver a sus fueros y nadie como ella sabe del amor de su padre que frente a la costumbre de la época no quiso tener más hijos, porque su aspiración se había cumplido con su mayor deseo, tener una niña, lo que contrastó con la prevalencia general del varón propia de aquellos años. El buen esposo con el amor especial a su hija y el mimo a su molino logró mantener su funcionamiento hasta pocos años antes de morir. El Ayuntamiento de Garafía debe reconocer a sus hijos destacados y emprendedores en cualquier campo de la actividad humana, como ocurre con don Marcelino Pedrianes Pérez y su molino, y no puede ni olvidar ni perder su legado. En nuestros días, en una "economía de subsistencia global" por la necesaria protección del planeta, en el que asistimos a un desarrollo desorbitado y al abuso en la utilización de los recursos naturales con voraz consumismo, se impone vivir, respetando, con convicción, el medioambiente, potenciando productos naturales próximos a su destino, de modo que el progreso consistirá más en un avance tecnológico para el cuidado y mimo de la Tierra que en un aumento del consumo. En este futuro que ya tocamos, con los valores ecológicos en alza, Garafía puede volver a cobrar protagonismo para prestar, tras la ayuda que necesita, nuevos valores y modelos, con actividades artesanales, con una agricultura y ganadería sostenibles, en beneficio de La Palma y toda Canarias, como ya lo hizo en siglos pasados, cuando fue uno de los principales graneros de las Islas Afortunadas. Garafía sola no puede. Hoy Canarias debe ayudar el municipio con más baja renta del Archipiélago, para reactivar ese nuevo modo de vida que llega acorde con el mayor cuidado posible al medioambiente. En ese nuevo marco de calidad de vida, cuando se puede estar lejos y no alejado, aislado y no solitario, cobra pleno sentido no solo la conservación de los molinos y otras construcciones por su valor etnográfico, sino también por la recuperación de actividades que vuelven a ser viables. El molino de Marcelino paró hace años, y ha permanecido en coma, demasiado tiempo, pero ahora es posible despertar al molino, debido a la mayor sensibilidad de la gente con estos temas y la existencia de fondos regionales y europeos para estos fines, en el marco de acciones de fomento, propias de las sociedades desarrolladas. No permitamos la muerte de los molinos que aún conservan un hálito de vida y, cuidando nuestro patrimonio, colaboremos con la familia de Marcelino para dar larga vida a su entrañable molino. Manuel de los Reyes Hernández Sánchez, 15 de agosto de 2021. Apagada la voz de don Antonio, ya no puedo escuchar el sugerente relato, en medio de la entretenida conversa, que su memoria aportaba con los precisos datos del periodo de la Segunda República, la Guerra Civil y los duros años que le siguieron, en nuestra Villa de Garafía.
Ángel Rodríguez Pérez con sus noventa y seis años, bien llevados, se ha marchado para siempre con la discreción que eligió como compañera de una forma de vida, con sus buenas maneras, sin tonos elevados, y con la amabilidad como bandera. Las grajas en el cielo palmero desfilan en filas ordenadas para despedir a Antonio Amalia, mientras los rectos pinos supervivientes del último fuego guardan luto, apenados por la erguida figura del caballero que avanza con el paso firme, el atento saludo y el respetuoso comportamiento con todos sus conocidos hacia ese lejano lugar de la eternidad. El hombre del buen hacer, del eficiente encargo, el noble paisano, administrador eficaz y leal amigo se ha ido para siempre. Con la maleta llena de prudencia y discreción, seguro que en las puertas del infinito comprobará, sin molestar, la lista de la gente buena. Allí disculparán la manía de estos lares de confundir los nombres y el empeño por llamar a las personas de manera distinta a lo registrado, y comprobarán uno, dos o tres nombres, que todo es uno y lo mismo, pues don Antonio, Antonio Amalia y Ángel Rodríguez Pérez dan un significado único a la misma persona. Aquí le extrañaremos mucho, y hoy mismo, mientras se velaba su cuerpo comenzamos a recordar los dichos y anécdotas que tan bien retratan la vida campesina de estos lares, con expresiones y refranes tan comunes en los pueblos de nuestra geografía canaria. ¡Qué tiempos de resistencia, austeridad y buena educación! La buena educación que se impartía en el hogar de la más modesta familia y en la escuela con recordados maestros y maestras como don Belarmino o doña Araceli Pombrol Gracia. La austeridad que marcaba la vida del hombre del campo en una economía de subsistencia aligerada por la emigración a Venezuela. La resistencia de mujeres y hombres ante la adversidad y las duras condiciones de vida. Esas tres notas marcaron la trayectoria vital de Antonio Amalia, tanto en Cueva del Agua o Los Llanos de Aridane, como en su estancia en Caracas, pues el viaje a Venezuela, en la década de los cincuenta del pasado siglo, casi fue una obligación para todo joven con afán de progreso y, en ocasiones, como mera búsqueda de un trabajo. Aún me parece ver su recta figura, acercándose a la plaza principal de Los Llanos de Aridane, la plaza de España, con sus pausados pasos para hablar de un pasado con las pequeñas historias de un pueblo que constituyen su Historia. Pocos relatores van quedando de los años veinte del pasado siglo y por ello cobra más valor la mejor descripción hecha de mi bisabuelo Francisco Rodríguez Medina, más conocido -como es uso en estas tierras- por el nombre de Pancho Lidia, dado que el hombre no paraba de trabajar, levantando paredes, en Cueva del Agua, La Montañeta, Huerto del Señor, Fuente del Oro, La Degollada, Raíz del Pino o, más arriba, El Colmenero y Catela, cuando las tareas de siembre o cosecha lo permitían. Hoy, en Los Llanos de Aridane y luego en El Colmenero, primero, con Carmen Nola y, después, con Eusebio, apreciados profesores garafianos, como si fuera una discreta plegaria, surgieron esos hechos que no se han borrado gracias a los mayores como don Antonio. Se va, definitivamente, la generación del esfuerzo que los han transmitido con precisión a la generación del “salto”, que ha podido contrastar los dos modos de vida tan diferentes en un corto espacio de tiempo antes de acabar el siglo XX. Hoy, rememoramos aquellos tiempos en que Quiteria, para pagar el caldero, comprado en la venta de Miguel, tuvo que aportar catorce fejes de pinillo en lugar del dinero circulante que no disponía, aquellos tiempos en que Cándida con más de noventa años respondió con toda naturalidad, un buen día, a la salutación del primer viandante que encontró, en su diario camino hacia el monte, porque monte y costa eran complementarios en la economía de subsistencia familiar. - ¿Cómo estás, Cándida?- la gente del campo siempre respondía: “bien”, aunque existieran pequeñas molestias, que así se llaman incluso a los dolores que no fueran demasiado acusados, la procesión siempre iba por dentro. Cándida era diferente, gozaba de buena salud en la entonces poblada y bulliciosa Cueva del Agua con su diario trajín y parecía hecha de tea garafiana, ya que no había padecido prácticamente enfermedades a lo largo de sus nueve décadas, y contestó con el “bien”, ordinario en el lugar, añadiendo cierta preocupación a pesar de su buen estado físico y mental, con la frase que ha quedado para la posteridad, por el deseo de cada oyente de llegar a su edad con tan sencilla preocupación. - ¿Cómo estás, Cándida? - Bien, por ahora, pero algunas veces me preocupo preguntándome, ¿cómo será mi vejez? Aquí quedamos, don Antonio, con el esperanzador deseo que siga llegando tarde la vejez de Cándida, mientras procuramos que no desaparezca la amabilidad y el respeto que con sencillez y discreción llevó usted hasta el final, porque la cortesía, nobleza y distinción que definen al caballero no son valores exclusivos del pasado. En Cueva del Agua haremos el esfuerzo de transformar la tristeza de la última despedida, en la firme voluntad del buen hacer del garafiano, que se continúa necesitando, aún más, en estos tiempos. Gracias, entrañable Antonio. Manuel de los Reyes Hernández Sánchez, 31 de julio de 2021. Quiteria de Garafía. Un solo nombre basta para hacer una de las más importantes referencias identitarias de Cueva del Agua en Garafía. Si le añadimos el apellido “la de los dulces artesanales”, el reconocimiento de la persona se extiende a la isla de La Palma, y si hablamos de etnografía y de los valores tradicionales, y de la labor de la mujer canaria en nuestro archipiélago, examinando a aquellas que han destacado en algún campo de la cultura popular, sin duda alguna, Quiteria ocupará un buen puesto en la conversación.
Tras ese logro de aprecio generalizado en su barrio, de conocimiento identificador en su pueblo, y de reconocimiento dentro y fuera del mismo, está la constancia y la dedicación toda una vida a una señalada tarea, sin dejación de otras actividades propia de la vida del campo. Hoy, hemos hablado con Quiteria Rodríguez Pérez, no solo de marquesotes, roscas y mantecados, sino también de diversos aspectos de su infancia y juventud y de las duras condiciones de vida de nuestros campesinos, especialmente, hasta la década de los setenta del pasado siglo, en la que se pudo contar con diversos adelantos que llegaron con cierto retraso a nuestros pueblos. Con el entusiasmo de toda la vida, a sus noventa años, con la risa y la sonrisa que siempre le acompañan, la voz clara y el entusiasmo contagiador, Quiteria habla, sentada en su cajita de tea, a dos pasos de su hormo de leña, en la casa de sus antepasados, en la parte alta de la Montañeta en Cueva del Agua, mientras desfilan los ricos merengues y las sabrosas galletas, presididos por los más trabajosos almendrados. No faltan a la cita ni el pan dulce, llevado todos los años a San Antonio del Monte el 13 de junio, ni los quesos de almendra que por encargos acompañaban en ocasiones a los gustosos productos. Allí recordó a su madre Fermina, que era prima hermana de mi abuela Angelina con su buen hacer en el barrio. Muchas casas contaban con horno, pero la elaboración de dulces, durante su juventud, tenía que estar motivada, y así ocurría en las bodas que permitían romper la austeridad generalizada de la vida campesina, donde el gofio se imponía como alimento básico. Aún recuerda como en ocasiones se pedía un poco al vecino hasta que se tostara el trigo y otros cereales para llevarlo al molino de El Calvario, Santo Domingo o Llano del Negro, y poder devolver la cantidad prestada y guardar el resto hasta la nueva molienda. El trabajo y alimento compartido en las gallofas o en la vida diaria, en el marco solidario de la buena vecindad, constituyen para Quiteria un grato recuerdo de una época muy diferente a la de nuestros días, que dejan el buen sabor de boca, antes y después de degustar los dulces y que ella procura conservar, practicando unos y elaborando otros. Muchos son los años que Quiteria lleva trabajando la harina y demás ingredientes para colocar las milanas en el horno, primero en la cueva, y desde hace años en uno de los cuartos de su vivienda, mucho el tiempo que las latas han visto desfilar los dulces guardados al llegar el comprador, y poco el tiempo perdido en toda una vida de trabajo sin queja, ejemplo de mujer abnegada y siempre agradecida. Ocho décadas con los dulces permiten un buen recorrido y una larga y gratificante conversa con esta garafiana, nacida el 22 de mayo de 1931 en Cueva del Agua, con el recuerdo de las tongas que formarían todas las “charamesas”, quemadas en el horno y los pilones de leña de almendro o brezo para reforzar el fuego siempre que fuera preciso, porque en nuestros campos se aprovechaba casi todo. El conejo y la cabra antes habían dado cuenta del tagasaste, el almendrero después de muchos años quería ser todavía útil como leña y el brezo había contribuido a la rica miel, además de colaborar como “espeque” para la carne de bichillo o formar la humilde escoba. Gracias, entrañable Quiteria. Manuel de los Reyes Hernández Sánchez, 10 de julio de 2021. aquí para editar. Tres palabras para definir el trabajo del compañero que se nos va para siempre y valorar la función de los profesores de apoyo a la inspección de educación.
Discreción, dedicación y cualificación son atributos que, con carácter general, se podrían exigir a cualquier funcionario, pero los mismos cobran un significado específico en el denominado personal de apoyo de la inspección de educación, porque, atendiendo a una buena parte de los temas que se tramitan y gestionan con incidencia en la intimidad de las personas, particularmente alumnos y profesores, es imprescindible requerir, no solo la confidencialidad o la reserva, sino también la discreción. La mera publicidad innecesaria de cualquier medida disciplinaria, cuando no se actúa con la profesionalidad debida, conlleva una sanción social, aunque se produzca el sobreseimiento del procedimiento o expediente seguido. La dedicación en el personal de apoyo exige más horas de trabajo de las ordinarias en diversos periodos del curso escolar, y un rendimiento mayor debido a la atención personal que se realiza, particularmente, la resolución de problemas para la eficiente escolarización y enseñanza de los alumnos, la mayor parte, menores de edad. Las características del trabajo del inspector de educación implican contar con conocimientos pedagógicos, en primer lugar, pero también es necesario poseer una mínima formación en Psicología y Derecho, entre otras disciplinas. Aunque sea en menor grado, el profesor de apoyo necesita esa capacitación o su interés para la pronta adquisición en el trabajo diario. No siempre se ha valorado debidamente el trabajo de la inspección de educación y la relevancia de su función en el sistema educativo. El buen inspector debe fundar su acción inspectora en el asesoramiento y la visita al centro como forma de intervención o instrumento fundamental, pero la improvisación y el mero cumplimiento de la norma con el numero de visitas pueden desvirtuar su relevante cometido en la educación, y ahí es cuando, junto al inspector de educación, cobra valor el profesor de apoyo, en un segundo plano, preparando la visita, cumplimentando los documentos, gestionando las más variadas cuestiones, quedando atento en la sede de trabajo para el resto de los centros de la zona, de modo que se allane la resolución de los múltiples problemas que surgen en las comunidades educativas, actuando siempre conforme a las instrucciones recibidas de su inspector, pues éste no tiene el don de la ubicuidad. El desconocimiento de la importante labor del profesor de apoyo ha sido injusto, muchas veces, pero peor aún es que la autoridad no tenga claro su relevante papel y, de vez en cuando, cuestione su razón de ser o limite su número, de modo que cada uno de ellos tenga que prestar asistencia a varios inspectores con un exceso de trabajo que se convierte en permanente. Grave error si queremos una administración eficiente y una inspección de educación cualificada que contribuya a la calidad de la educación. El manoseo de las palabras y la confusión, más inducida que espontánea, arrincona algunos términos que no por ello dejan de cobrar vigor en el momento oportuno. Este es uno de esos instantes para intentar que la palabra se acerque cargado del mayor significado y sentimiento posible. Manuel Chavanel Seoane, profesor de apoyo de la inspección en Las Palmas de Gran Canarias ha emprendido el viaje definitivo, dejando a sus compañeros sorprendidos y tristes. El tiempo se comprime y rápido desfilan las interminables horas de trabajo, atadas en fajos de días que forman enormes paquetes de años. Duro momento de reflexión que no debe caer al vacío. Que el viento del Océano lleve estas palabras, cargadas de gratitud por tu trabajo y compañerismo, y que llegue a ti con esta reflexión sobre la importante función del puesto desempeñado, al modo de las sencillas, sentidas y espontáneas oraciones, dejando la estela de tu buen recuerdo y de la sólida memoria, por el funcionario discreto, el cualificado profesional y el entregado profesor de apoyo, que todo en uno se une, caballero de la discreción, señor del buen trabajo, cualificado compañero de la perseverancia y el optimismo. Triste jornada del aprendizaje permanente en la inspección de educación, apenado día del adiós para siempre a Manuel Chavanel Seoane. Desde Tenerife, a 15 de mayo de 2021. La conservación de nuestro patrimonio cultural requiere, más allá de las actuaciones de las autoridades, la valoración, el respeto y la colaboración ciudadana, propia de las sociedades avanzadas.
La iniciativa individual y de diversas entidades prestan hoy un gran servicio social en Canarias, de lo que es buena muestra el estudio, recuperación y divulgación del Auto de los Reyes Magos de Tejina. El propósito de declaración de Bien de Interés Cultural Inmaterial merece el apoyo de cuantos valoramos las manifestaciones populares, entre las que ocupan un lugar relevante los autos sacramentales de los Reyes Magos. Al tener conocimiento de esta iniciativa por mi apreciado alumno José Aurelio Vargas Barrera, he considerado que no solo debo prestar mi apoyo personal, sino también solicitar el de mis compañeros y amigos para tan loable empresa. Mi agradecimiento a José Aurelio por aumentar mi sensibilidad en estos temas y a cuantos mediante esta información se sumen para conseguir la declaración de Bien de Interés Cultural Inmaterial. Reconozcamos la destacada labor de intelectuales como Navarro Artiles o Maximiano Trapero, entre otros estudiosos, apoyemos a las entidades y agrupaciones que como la Asociación Cultural Reyes Magos de Tejina que tratan de mantener vivo tan importante teatro popular y lograr su protección oficial y convirtamos nuestros buenos deseos de que permanezca viva tan importante tradición en una manifestación expresa de apoyo por escrito para conseguir tal declaración. Para el apoyo se puede seguir éste vínculo: Recuerdo Guía de Isora, el querido pueblo del Almácigo, y, de forma especial, a su gente, con una frecuencia fuera de lo normal. Una de las explicaciones puede estar en la compenetración que, como profesor, logré en aquel lugar, con los compañeros, los alumnos, sus madres y padres, y, también, con los amigos que tuve la suerte de forjar. Deduzco que otro motivo se debe a la firme grabación en mi mente de aquellos cinco años, allí intensamente vividos, operando como un dulce rejuvenecer que mantiene la fuerza e ilusión de entonces. Siempre doy gracias por ello. Como muestra de esa gratitud me gustaría seguir publicando historias, anécdotas y cualquier nota de interés sobre tan entrañable lugar con sus moradores y, al mismo tiempo, reivindicar el justo reconocimiento a aquellas personas que lucharon y prestaron un gran servicio al pueblo, especialmente en el campo educativo, como ocurrió con José Manuel Barrios Dorta. Testigo de algunos hechos que no se han publicado con detalle, siento como un deber reflejarlos por escrito, para evitar el fácil olvido al pasar los años, y contribuir al mejor conocimiento que deben tener las nuevas generaciones de su pasado, y del relevante papel jugado por determinadas personas. Conocí pronto la historia local y el papel relevante de la llamada “Academia” en la que había ejercido su labor un destacado catedrático de Matemáticas, José Manuel Barrios Dorta, muy conocido en el ámbito docente canario. Dicho centro de enseñanzas medias estuvo ubicado en la “Casa de la Virgen”, en la parte baja de las Casas Consistoriales, pero luego se trasladó a otro edificio acondicionado, a la salida del pueblo, en la carretera que va a Chío y Playa de San Juan, entrados los años sesenta del pasado siglo. Desarrollé mi ejercicio profesional de 1972 a 1977, con la prudencia y discreción que imponía la época, pero al mismo tiempo con un claro compromiso democrático, en el que estaba implicado también el compañero Federico Roldán Pérez, que luego sería destacado líder sindical. En ese marco local y temporal los dos trabajamos en el fomento de las asociaciones de padres de alumnos y en la lucha reivindicativa de la extensión y mejora de la enseñanza, con el objetivo principal de lograr la creación de un instituto de enseñanzas medias y la construcción del correspondiente edificio. Logramos el compromiso de muchos padres de alumnos como José Barrios González, hombre de gran inteligencia y firmeza, que había sido alcalde del municipio, antes de la dictadura. Él me facilitó el contacto y la amistad con su hijo, José Manuel Barrios Dorta, al que yo apenas conocía personalmente. Desde nuestra primera conversación, la coincidencia en los temas de educación y la preocupación política facilitó la relación que mantuvimos durante años, mostrando un constante apoyo a las actuaciones reivindicativas que crecían cada día. Tuve mucha suerte al poder vivir una época brillante en aquella comarca, junto al gran Mariano López Arias, jefe de Extensión Agraria, y más tarde el polifacético Zenaido Hernández Cabrera, uno de los máximos conocedores de nuestra cultura canaria, que tanto contribuyeron al desarrollo cultural de la zona, con la cooperación de grandes directores y amigos como Secundino Yanes, Amalia González y, luego, Marcos Pascual. Eran los tiempos del bar “Central” como lugar de asueto y tertulia, sito al lado de la plaza principal del pueblo, atendido por la infatigable y diligente doña Juana y su familia. Sin duda alguna la prudencia, el respeto a los alumnos y sus familias, las actuaciones discretas, y las palabras medidas, obviando el partidismo e incidiendo en los valores de libertad y democracia fueron el cauce acertado al final del régimen en una tranquila zona rural. Distante de la cerrada política local, José Manuel Barrios Dorta se comprometió con nuestras reivindicaciones en la enseñanza y con la lucha por el nuevo sistema constitucional que pronto llegaría. Nuestra convicciones, aunadas con el ímpetu propia de la juventud y cierto atrevimiento, hicieron posible que la lucha, discreta al principio, fuera abierta y explosiva al final, de modo que las tranquilas aguas sociales se alteraron con reuniones que llegaron a alcanzar las doscientas personas, tanto en el casco de Guía de Isora, el 15 de febrero de 1976, como en La Cumbrita, en Alcalá, el 7 de marzo del mismo año, con la sentida, vibrante y elocuente intervención de don José Barrios que arrancó el prolongado aplauso general. En solo tres años se había producido un importante cambio reivindicativo, iniciado tímidamente el 22 de marzo de 1973, con el éxito de la reunión de padres, que despejó las dudas y el temor al fracaso, especialmente de Federico Roldán y de mí, como principales promotores, y con la decisión de José Barrios de presentarse a presidente de la asociación, momento que marca también esa relación más intensa con su hijo, José Manuel Barrios Dorta, arriba señalada. El testimonio del periodista José Díaz Herrera que dedicó dos páginas del periódico de “El Día”, el 26 de febrero de 1976, con un artículo bajo el título “La Asociaciones de padres de Alumnos ganaron la batalla”, resume bien aquella lucha que iba más allá de la enseñanza, en la que se inscribía el afán de participación, de libre asociación y opinión con el norte de los principios democráticos que pronto se impondrían con carácter general. El ayuntamiento de aquella época incumplía su obligación de mantener las instalaciones y aportar las dotaciones mínimas del centro docente y el alcalde logró engañarnos casi medio año con buenas palabras y el “mañana eso estará arreglado”, para lo que hacía comparecer a Morocho, el trabajador “todoterreno” del ayuntamiento, al que preguntaba, simulando asombro, —¿cómo es posible que esto no se haya hecho? —y al instante, cuando se iba— ¡Morocho!, busca una solución urgente, no te olvides. Daba lo mismo lo que fuera, palabras que volaban, problemas sin resolver. Vencida la desidia del ayuntamiento, ante el cariz de los acontecimientos y la fuerza popular demostrada, varios concejales se sumaron a la lucha por la Enseñanza Media, colaborando en la cuestación para el solar del centro educativo, dando la mayor bofetada posible a la alcaldía. La idea de recaudar dinero “Pro Instituto” puso en evidencia al ayuntamiento que decía que había cumplido todos los trámites y fue esencial en la agitación popular que se produjo, como prueba el que se lograran más de ochocientas mil pesetas en tan solo un mes, aportadas por más de trescientos ochenta vecinos, que respondieron al llamamiento de la comisión encabezada por los entrañables y respetados amigos, Francisco Rodríguez Martín (Paquito) y José Barrios González, y de la que formaron parte, entre otros, José Manuel Domínguez González, José María Morales Fuentes, Ángel Palmero Borges e Isidoro González Expósito. Hablábamos y hablábamos sobre nuestra realidad inmediata y los problemas del país, conscientes de que vivíamos un periodo singular de la Historia de España. Eran frecuentes los largos almuerzos como los inolvidables de "El Rancho" de Alfred y Rosa María, a la salida de la carretera de Chío hacia Las Cañadas, cuando no bajábamos a Playa de San Juan al bar “Brisas del Mar”, en realidad un restaurante, a Alcalá en “Casa Elvira” o “Casa Juana la Negra”, los dos lugares más célebres para degustar el pescado. Bodegas particulares complementaban tales sitios como espacios de libertad para el intercambio de opiniones y crítica al poder establecido, ¡inolvidable día de Chirche! En la Vera tocamos un día en la casa de don José Morales para visitar su bodega, acompañados del tribunal examinador que había llegado como todos los meses de junio y septiembre desde La Laguna, una vez finalizada la jornada de exámenes, y allí, con el debate y la mezcla de temas, afloraron ciertas divergencias que desembocaron en el punto común, no discutido, del buen vino. En una ocasión fijamos un encuentro en el ayuntamiento con el delegado de educación, Juan Salinero, que se desplazaba con Barrios desde Santa Cruz de Tenerife. El presidente de la asociación de padres de familia, José Barrios González, su padre, el profesor Federico Roldán, secretario del Colegio Libre Adoptado (CLA) Nuestra Señora de la Luz y yo nos incorporaríamos a su llegada. Un retraso en el cargo político, nada raro en los diferentes gobernantes, motivó la anulación de la cita. La comida ya había sido encargada en “El Rancho”, y ellos estaban en ruta. Después de alguna duda sobre el retorno o no, mientras conversábamos por teléfono, decidieron seguir hasta Guía de Isora. Llamamos al restaurante, confirmando el almuerzo, pero rogando que se aplazara una hora. Don José Barrios estaba en la plaza esperando y no fue avisado de la suspensión del encuentro en la alcaldía al darse una confusión entre su hijo y nosotros y olvidarnos de él. Allí esperó largo rato hasta que con fuerte enfadó se marchó a su casa. Nosotros en “El Rancho”, comimos, hablamos y prolongamos la sobremesa. Antes de regresar a Santa Cruz de Tenerife, José Manuel Barrios quiso visitar a su padre en Batanca, lugar donde vivía, a la salida de Guía de Isora por la carretera a Tejina, y presentarle al delegado de educación. Nos desplazamos allí y comprobamos el fuerte enfado de don José Barrios, momento en que nos dimos cuenta del imperdonable fallo. Mi disgusto fue enorme ante tal hecho y las consecuencias que tuvo, pues quiso dimitir como presidente de la asociación y no saber más de nuestro CLA, Colegio Homologado o Academia como se le conocía en el lugar. Pasado el día del disgusto me propuse recobrar la amistad con aquella persona que tanto había contribuido para mover la enseñanza en Guía de Isora. Nunca pagaré la labor realizada por su mujer Julia García a mi favor como también hizo su hijo, logrando lo que parecía imposible. Antes de un mes se restablecieron totalmente nuestra amistad y las relaciones cordiales con su hijo José Manuel Barrios Dorta que se había mantenido en todo momento a nuestro lado, confiado en que las aguas volvieran a su cauce, a pesar del fuerte carácter de su padre. Barrios era entonces director del instituto de enseñanza media masculino de S/C de Tenerife, más tarde denominado instituto de educación secundaria "Andrés Bello", y conocido catedrático de Matemáticas. Había sido profesor de la Universidad Central en Madrid y vicepresidente de la asociación nacional de profesores de Matemáticas y su apoyo tuvo también otras muestras, coordinando con habilidad diversas instancias, como ocurrió en las gestiones para impartir el Curso de Orientación Universitaria (COU), el año académico 1976/77, con la complicidad del director del instituto de Icod de los Vinos, José Manuel de Taoro Martín, el inspector jefe de Canarias, Sebastián Sosa Barroso y del rector de la Universidad de La Laguna, Antonio Bethencourt Massieu. Hoy resulta incomprensible que fuera necesaria la autorización de tan variadas entidades y órganos y que tuviéramos que sortear las rígidas disposiciones, utilizando la vía del Instituto Nacional de Bachillerato a Distancia. Con la mediación de Barrios Dorta, que también era director de la delegación de tal centro en S/C de Tenerife, estas personalidades hicieron posible que, por primera vez se pudiera estudiar el COU en la amplia zona que iba desde Granadilla hasta Icod de Los Vinos. Guía de Isora, claramente, se había convertido en el centro cultural y de enseñanza de tan amplia comarca. El 6 de marzo de 1976, ante las deficientes infraestructuras y la carencia de material escolar, con la firma del acuerdo entre José Manuel Barrios Dorta como director del Instituto Nacional de Bachillerato número 1 de S/C de Tenerife y yo, como director del CLA, por el que se cedía con determinadas condiciones mobiliario y material, con el visto bueno de la inspección de educación, se dio una lección más a la alcaldía cuyas promesas habían dejado de ser creídas hacía tiempo. Barrios se había ido implicando cada vez más desde aquel 22 de marzo de 1973 y su apoyo se había tornado en una de las más importantes basas para la consecución del instituto, que indudablemente caminaba, y ello fue lo más relevante, con el empuje popular. Hombre recio, tajante y claro, profesor muy exigente en los exámenes, con una imagen frecuentemente brusca y distante, antes del trato personal, ofrecía, tras la puerta de entrada, la cordialidad abierta, la palabra espontánea, el carácter alegre y la fidelidad del amigo. La preocupación por su pueblo saltó en la primera conversación que mantuve con él. La enseñanza, en primer lugar. El desarrollo económico fue otro tema de largo debate y, no tengo dudas en afirmar que fue la persona por mí tratada que con mayor claridad en aquella época vio las posibilidades turísticas de Guía de Isora. La inquietud política acompañaba al campo social y económico en sus reflexiones, aumentando nuestra sintonía. Frente al dominio agrícola del poder político y fáctico de los años setenta, en los que los tomates y el plátano marcaban la pauta general, razonaba con firmeza que no se podía perder el tren del desarrollo y entregar el mando total a Adeje y Arona, teniendo una de las costas con más posibilidades de Tenerife y el mejor clima de la isla. No era un visionario, era una persona realista y pragmática, ajeno a las componendas municipales de aquellos momentos. No tardaron muchos años, en los que, con la llegada de la democracia en el ayuntamiento, se experimentó el cambio que favoreció el desarrollo turístico y Playa de San Juan y Alcalá, entre otros lugares, siguiendo el impulso de Playa de la Arena, relanzaron su desarrollo, logrando el alto nivel que afortunadamente se puede comprobar en nuestros días. Hombre más de fondo que de forma, de resultado más que de procedimiento, era un puntal en los encuentros de amigos, poniendo sobre la mesa múltiples anécdotas y vivencias. “El Rancho” fue testigo de ello. Era uno de los lugares preferidos por el equipo docente para los tenderetes o para invitar a la autoridad académica, a nuestros profesores del “instituto madre” de La Laguna, y allí, después de las comidas bien regadas con variados vinos, se trataba de convencer a la superioridad de la necesidad de un instituto, mientras un vaso de güisqui vacío iba y otro lleno venía, y los chistes y las anécdotas olvidadas se repetían, cuando la gracia era grande o la relevancia del hecho lo reclamaba. Una y otra vez salía a relucir la noche que conduciendo por la avenida Tres de Mayo en Santa Cruz de Tenerife, que entonces no tenía túnel, y era de doble circulación, Checa el amigo de Barrios, jefe de la unidad de becas en la delegación de educación, se saltó el semáforo en rojo, en una época en la que con carácter general no se era tan riguroso con el “si bebes no conduzcas”, y se veía normal salir de la bodega y seguir conduciendo. El agente de tráfico ordenó parar el coche e interrogó con cierto enfado: —¿No visteis el semáforo en rojo? —A lo que el hombre de la sonrisa, el chiste rápido y la palabra precisa contestó—: El semáforo, sí lo vimos, al que no vimos fue al policía. La espontánea y sincera respuesta provocó una reacción inesperada en quien se disponía ya a multar, y levantando el brazo dijo: —Venga, venga, largo, “iros” rápido de aquí, —perdonando la sanción. Cada vez que se contaba la anécdota, reíamos y, entre carcajadas, otro trago, y otra copa. La noble causa justificaba el medio alegre que ayudaba a la consecución del objetivo. “El Rancho” debe conservar en sus paredes el eco de numerosos debates y discusiones en la animada y alegre conversa en la que nunca faltaba el báquico elemento. Federico Roldán y yo, y más tarde Jorge Luis Méndez Méndez, que, luego, sería, también, director del instituto, y otros profesores apenas interveníamos, cuando Jorge Coderch Santonja, catedrático, y Melquiades Álvarez, profesores del tribunal examinador, venidos de La Laguna, elevaban el tono. Discreción que imponía nuestra condición de profesores interinos entonces, y el claro objetivo que no era otro que flexibilizar los criterios de corrección de los exámenes a favor de nuestros alumnos, a los que impartíamos clases de bachillerato, durante el curso completo, y que, en dos días, tenían que realizar todos los ejercicios finales ante un tribunal, formado mayoritariamente por profesores del Instituto masculino de La Laguna que decidía su calificación. Algo inconcebible en nuestros días para una enseñanza impartida por funcionarios y personal contratado a lo largo de todo el año académico. Aquellas paredes conservan nuestras comedidas palabras y, en otras ocasiones, las más claras y firmes de José Manuel Barrios Dorta, reivindicando el instituto ante la autoridad, utilizando el substantivo apropiado y el verbo preciso, en el momento oportuno, cuando la nueva copa ablandaba la posición del representante ministerial, logrando el compromiso político que surgía con la naturalidad propia de esos momentos. Casi nunca la comida y la bebida han sido ajenas a los acuerdos, pactos y concesiones. Siguiendo las enseñanzas de los más experimentados, como el catedrático Leoncio Afonso Pérez, que había sido mi profesor de Geografía, y luego compañero de equipo directivo y amigo, presidente varios años del tribunal que se desplazaba a Guía de Isora, pusimos en práctica la eficiente vía diplomática. En el célebre restaurante con el instituto como objetivo, Barrios fue un maestro, y el beneficio se hacía evidente, porque el fruto de la uva, cuando va con paso lento, apoyado en el brazo de la moderación, no solo no hace daño, sino que con sus compuestos fenólicos rejuvenece el organismo y facilita los acuerdos, al tiempo que fortalece la amistad. Como dice, nuestro Eclesiastés, el libro Qohéleth de la Biblia, "nihil novum sub sole", nada nuevo bajo el Sol. Las gestiones hechas por José Manuel Barrios Dorta a favor del logro de un instituto de enseñanza media para el lugar no fue algo accidental ni su preocupación por su gente se limitó al campo de la docencia. Orgulloso de su pueblo, Guía de Isora era como su apellido y casi nadie que conociera a Barrios desconocía que fuera de Guía de Isora. No siempre se asocia el nombre de una persona destacada a su localidad natal, cuando ello se logra en vida, no suele ocurrir de forma gratuita. Es indudable que él ponía delante siempre el nombre de Guía de Isora, antes de entrar en otros detalles, cuando conocía nuevas personas. Esa asociación de nombres le hacen más grande si cabe. José Manuel Barrios Dorta y Guía de Isora, dos nombres inseparables al recordar al destacado Catedrático de Matemáticas, profesor de la Universidad de La Laguna, fundador del partido socialdemócrata canario en 1977, y senador, secretario segundo de la comisión especial de asuntos iberoamericanos, nacido el 6 de junio de 1926 y fallecido el 23 de mayo de 2002. Manuel de Los Reyes Hernández Sánchez, el profesor, a 29 de septiembre de 2020. |
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