GUÍA DE ISORA - EL BALÓN DE 30 DUROS (1972)
La dotación de material en los centros docentes públicos, a principios de los años setenta del pasado siglo, era muy escasa. El compañero Federico Roldán Pérez y yo llegamos al Colegio Libre Adoptado de Guía de Isora en septiembre de 1972. En ese momento, en centros de estas características, solo dos profesores eran directamente nombrados por el Ministerio de Educación y Ciencia, él lo había sido por la denominada Sección de Ciencias y yo por la de Letras. El resto del profesorado era contratado por el ayuntamiento y existía, además de una gran flexibilidad para la compatibilidad de trabajo de otros funcionarios, una vista gorda por la propia inspección de educación para el nombramiento de profesores que, estando capacitados como tales, no tuvieran plenamente los requisitos de titulación, exigidos por las disposiciones vigentes, hecho que se salvaba con cierta capacidad latina, lo cual no era criticable, sino todo lo contrario, ya que la interpretación más estricta de la norma imposibilitaba la formación de numerosos alumnos en la Enseñanza Media que comenzaba a extenderse en España a finales de los años sesenta.
La Guía de Isora de entonces, sin molestar a los términos municipales limítrofes, era más que Guía de Isora, era el centro de la comarca y desde Alcalá saltaba a Puerto Santiago para subir a Tamaimo, y extenderse a Santiago del Teide, para volver por Arguayo y llegar a Chío. Por el otro extremo desde Tejina fue más difícil extender la influencia al principio, por no existir carretera ni puente que salvara el barranco de Erques, pero años después, una vez lograda la comunicación, su influjo docente llegaría hasta Los Cristianos. Los nombres citados junto a Aripe, Chirche, Chiguergue y otros más, por medio de los alumnos, procedentes de los mismos, lograron formar parte de nuestro aislado, pero idílico mundo de la docencia.
Federico y yo teníamos que impartir las más variadas asignaturas, cada uno en su rama, lo cual requería muchas horas de preparación de clase, si bien algo ayudaba la amplia formación recibida con cursos comunes los primeros años de las carreras universitarias, sin las especialidades que vendrían después con asignaturas específicas del primer al último curso. Federico contaba con una formación más amplia, tanto por su mayor experiencia, como por sus variados estudios, incluidos los de Letras. A él le debo mi iniciación en la lectura diaria de los boletines oficiales, especialmente el BOE, y mi interés por la legislación escolar, pues todas las tardes le veía con el boletín en la mano, analizando la normativa. Allí empezó el camino que me llevaría al Derecho, en aquellas tardes libres, pues las clases se daban por la mañana. Eran tardes que daban tiempo para todo: lectura, estudio, preparación de clases, tertulia, visita a la biblioteca, en la parte baja del edificio del ayuntamiento, antes llamada “Casa de la Virgen” y sede y aula de la academia hasta que se efectuó el traslado al que sería nuestro edificio, a la salida del pueblo en la carretera que va a Chío y Playa de San Juan, entrados los años sesenta del pasado siglo. Al acercarse la noche procedía la cerveza en el bar que nosotros llamábamos “Julianito”, es decir, el bar “Central”, sito al lado la plaza principal del pueblo y regentado por él y su infatigable y atenta madre, doña Juana, y más tarde por su hermano Meme, ¡qué gratos recuerdos!
Federico Roldán Pérez después de una gran labor en Guía de Isora y tras cuatro años de servicio se trasladaría al IES “Teobaldo Power” en Santa Cruz de Tenerife, en una especie de “permuta interna” con la joven profesora Josefa Serrano de la Nuez, un invento apropiado cuando se quieren resolver las cosas. Pepi con su carácter amable supuso un revulsivo en el alumnado que llega hasta nuestros días. Federico y yo nos repartimos los papeles en lo que entendíamos una función educativa en su sentido más amplio de lucha, en una lucha por los principios democráticos, con mucha prudencia y gran respeto a los alumnos y su familia, de modo que nunca caímos en partidismo alguno. Aunque para algunos la dictadura tocaba a su fin, esta no era la sensación en los pueblos y no resultaba fácil llevar a la práctica nuestra inquietud por el establecimiento de la democracia. Precavidos y discretos actuamos, aprovechando algunos espacios del sistema, conscientes del peligro que implicaba ir más allá de la ley vigente en un medio rural. Él se fue del querido pueblo un año antes que yo lo hiciera a La Laguna, y en la zona capitalina destacaría como líder sindical, dados sus dotes de comunicación, su compromiso político y su rigurosa preparación, jugando un relevante papel en el movimiento de los profesores interinos.
Federico se ocupó en Guía de Isora más de los asuntos internos y yo más de las relaciones exteriores, él como secretario y yo como director y ese era todo el equipo directivo. Fuimos pioneros en el movimiento asociativo de padres y madres de familia, más tarde, de padres y madres de alumnos y pronto logramos contar con un gran presidente, nuestro admirado, diligente y decidido don José Barrios González, padre del Catedrático José Manuel Barrios Dorta que se implicaría en alto grado en la lucha por la creación del instituto de Enseñanzas Medias, haciéndose merecedor de un reconocimiento aún pendiente al día de hoy.
Salvo en los documentos oficiales nadie utilizaba el término de Colegio Libre Adoptado, y casi todo el mundo se referida al centro educativo con la palabra academia, probablemente por conservar tal denominación del centro "Nuestra Señora de La Luz", dirigido, en su día, por el párroco don Sebastián Afonso, antes de dar paso al Colegio Libre Adoptado, creado en 1967, por iniciativa del inquieto alcalde de punto en blanco, don Pepe Martín, por todos conocidos como "El Caudillo".
La juventud, por un lado, y los ideales de progreso marcados en la Universidad, que casi constituía una isla del sentir democrático en aquella época, por otro, influyeron en la transformación del centro con iniciativas pedagógicas y la búsqueda de soluciones a los problemas del mismo, tales como el número reducido de alumnos, el abandono de las instalaciones y la señalada carencia de medios al tiempo que se realizaban actuaciones que favorecieran el cambio político. Nombrar a Secundino Yanes con su importante labor en Playa de San Juan en este marco es imprescindible. Secundino, que fue teniente alcalde del ayuntamiento de Guía de Isora en plena democracia, sigue siendo un entrañable amigo y, aunque no nos vemos con frecuencia, solemos recordar aquellos tiempos, cuando nos encontramos y hablamos de la política local antes de 1975, sobre lo que se podía hacer y lo que se hacía, y lo que no se podía decir que se hacía.
Federico y yo residíamos en el llamado "Hotel Las Nieves", en la entonces calle "Héroes del Alcázar", regentado por don Evaristo y su esposa doña Nieves, dos encantadoras personas, aunque era ella quien realmente llevaba el peso del atendimiento a los huéspedes, pues él era más amante del mundo labriego y no había quien le quitara de la cabeza su “Montiel”, aprovechando cualquier excusa para plantarse en Vera de Erques.
Uno de cada dos fines de semana, como director, me trasladaba a Santa Cruz de Tenerife y aprovechaba el sábado -era impensable faltar al trabajo de lunes a viernes-, para alguna gestión burocrática y, también, para ir a la delegación o la Casa de Cultura donde prestaban filminas, documentales de arte, películas como "La condesa descalza", cuya sede estaba en el edificio principal del Parlamento de Canarias, bastante abandonado y muy apreciado por el polvo. Hoy es afortunadamente un Bien de Interés Cultural y luce como corresponde a un centro que obedece al proyecto del afamado arquitecto Manuel de Oraá y Arcocha, de 1883, de fachada neoclásica e interior de estilo menos definido con elementos del clasicismo y del romanticismo. No era fácil imaginar entonces que aquel edificio cuyo interior en ocasiones era visitado por las palomas sin mensajes, que solían dejar sus señas de identidad muchas veces, y que había sido sede de la Sociedad Musical Santa Cecilia y también del Conservatorio, y a cuyas instalaciones yo acudía algunos sábados, pudiera ser restaurado y tuviera la actual relevante significación política.
En ocasiones visité, también, la llamada "Casa Pisaca", en S/C de Tenerife, tratando de conseguir algún material deportivo que nos facilitara la delegación de la Juventud de donde me fui varias veces muy contento con el maletín lleno de palabras, pero sin ningún balón, soga para la comba, pito o cronometro, que yo llevaba bien grabados en la memoria para no olvidarme del material deportivo que necesitábamos con urgencia.
Varios lunes llegué a Guía de Isora, tratando de persuadir al profesor de educación física Santiago Afonso, Santiaguito, que era por entonces entrenador del Unión Isora, de que el material deportivo estaría en breve. El edificio del centro no reunía condiciones ni siquiera para realizar una tabla de gimnasia, ya que el patio trasero estaba lleno de pedruscos y, aunque se perdía bastante tiempo en el desplazamiento, acordamos realizar algunos días actividades en el campo de fútbol que estaba y está a la salida de la Vera, al lado derecho de la carretera que va para Tejina, junto al cementerio. Allí o jugábamos con un balón prestado o a correr se ha dicho, cuando no había balón. Esa era la gimnasia de entonces o la Educación Física de ahora, término que me costó aprender para enfado de los compañeros especialistas en la materia que querían dignificar una de las tres “Marías": Religión, Gimnasia y Política; el nombre noble de esta úlima era Formación del Espíritu Nacional. Testigos de todo este relato fueron los alumnos, especialmente del curso de sexto de bachillerato, que se despedían del centro en 1973, al finalizar el curso y superar la Reválida Superior de acuerdo con el Plan de Estudios de 1957. Aquellos alumnos inolvidables, por su aplicación y sus valores, que encerraban en sus nombres el de todos los demás, permanecen incluso con sus apellidos en mi memoria. Pedro, Paco Morín, Lourdes, Conchita Paulina, Flora, Joaquín, Raúl Muñiz, Mercedes y Marisol, siendo grandes alumnos eran conscientes de que entre ellos contaban con alguien especialmente capacitado, Sabas Vidal Álvarez Rivero, uno de mis tres mejores alumnos en la larga carrera profesional que desarrollé durante más de cuarenta años. Sabas pronto demostraría su gran competencia académica al ser el Catedrático Nacional de Bachillerato más joven de Canarias, nombrado tras superar la dura oposición de entonces.
El ayuntamiento estaba obligado a mantener las instalaciones y aportar las dotaciones mínimas. Una y otra vez visitamos a don Antonio Afonso, el alcalde, siempre educado, sencillo y atento, y ahí quedaba todo. Se mostraba sorprendido cuando le planteaba cualquier deficiencia, y así ocurrió con un tan elemental problema, como la carencia de luz eléctrica. Entonces como quien no sabía las necesidades y quería resolver el problema sobre la marcha, gritaba desde su despacho en el ayuntamiento: Morocho, Morocho, prolongando la segunda sílaba de forma llamativa. Allí aparecía Morocho, un empleado todo terreno del ayuntamiento, que con la lección bien aprendida se mostraba afable y dispuesto a arreglar lo que llevaba meses y años pendiente. En cada entrevista quedábamos para “mañana”. Atentos el día siguiente, siempre surgía algún imprevisto y así pasaban las semanas y los meses. Incansable, me personaba de nuevo en el ayuntamiento y otra vez escuchaba la sonora voz de Morocho, cuyo eco me parece estar oyendo todavía. Cuando consideré que las palabras recibidas estaban gastadas, en el pueblo y en la capital, es decir, tanto aquende como allende los mares del olvido de la Enseñanza Media en Guía de Isora, y al haber pasado todo un año, convencido de que no llegaría ningún material, y que, al mismo tiempo, era necesario hacer realidad el deseo de lograr mejoras en el ilusionante nuevo curso 1973/4, llegó el momento de la inventiva y de la imaginación para con ellas solucionar el problema del material, en general, y del balón, en particular. Aplicando el innovador y eficiente método del sentido común, se compró un pito, alguien regaló la comba y limpiando el mínimo material existente, apareció un cronómetro en la oval dependencia que en el extremo opuesto a la dirección pasaba por ser pequeño depósito, trastero o cuartito, aunque se le diera, con el mayor atrevimiento conocido, la denominación oficial de laboratorio de Física y Química, en los documentos que se remitían, año tras año, a la superioridad. Faltaba el balón de reglamento que tenía un coste más elevado para no depender de préstamo alguno.
Decididos a solucionar el asunto, acordamos comprarlo entre los profesores. Federico puso 25 pesetas y las 25 que correspondían a Marcial, que no tenía efectivo en ese momento, con la promesa de devolvérselas al día siguiente. Marcial Ravelo era profesor Licenciado en Ciencias Químicas y había llegado después que nosotros. Colaborador y de buena voluntad en la rama de Ciencias era, también, un todo terreno. Había sido alumno de don Jesús Maynar Duplá, rector de la Universidad de La Laguna los años 1935 y 1936, que sabio e ingenuo, a punto estuvo de perder la vida los primeros días del llamado Alzamiento Nacional, en terminología de la época. Don Jesús vivía en Guía de Isora y era también dentista, muy atento y solidario, salvo con los fumadores a quienes reprendía por su mal hábito y a quienes aplicaba los máximos honorarios. Con él inicié mis primeros pasos de esperanto y asistí a varias clases años después con el compañero Zenaido Hernández Cabrera, Agente de Extensión Agraria, que llegaría más tarde y que realizó una importante labor cultural junto al gran Mariano López Arias, al que había que agradecerle, entre numerosas e importantes actuaciones, su constante colaboración con la “Academia” y, particularmente, con los continuos prestamos del proyector, sin el cual no podíamos ver los documentales y, en algún sábado, las películas en el marco de actividades extraescolares. Pocas personas tienen tanta información y formación de temas canarios como Zenaido y fue una enorme suerte que coincidiéramos en Guía de Isora.
No se puede olvidar a otro significado agente de extensión agraria, el compañero y amigo, José Hernández Cruz, clave junto al premiado Mariano López Arias en la creación del centro Formación Profesional Agraria en Chío donde llegué a impartir Formación Humanística. Con Pepe compartí vivienda junto a Federico y Rosa -tema de convivencia mixta no baladí en la época- en la casa que era de un alemán, amigo de Alfred y la entrañable y siempre sonriente Rosa María, mujer rompedora, y adelantada a su tiempo. Ambos eran propietarios del restaurante “El Rancho”, lugar de asueto, de inolvidables tenderetes y, también, de importantes encuentros en la lucha por la creación del instituto de Enseñanza Media, objetivo perseguido desde los primeros momentos. La casa estaba y está ubicada debajo de “El Rancho”, al otro lado de la carreta que va de Chío a Las Cañadas. Pepe se asentaría en la zona donde contrajo matrimonio con una de mis queridas alumnas, Milagros Mederos. A Rosa le sustituiría otro entrañable compañero y amigo Jorge Luis Méndez Méndez que, años después, me sucedería en la dirección, curso 1977/78, y se convertiría en un significado protagonista en la movilización ciudadana para la construcción del edificio del instituto de bachillerato en Guía de Isora, continuando aquella lucha e impulsando la gran manifestación para lograr que se construyera de una vez el deseado edificio del instituto, en un amplio marco, también, del fortaleciendo del sentir democrático que se extendía ya por todo el país. “El Día de la Piedra” constará en la Historia local como un importante acontecimiento, no solo por la repercusión que tuvo en toda la comarca, sino también por la proyección exterior que se logró: prensa regional, televisión, diario “El País, etc. Arrancando de Tamaimo, alumnas y alumnos con las piedras en la mano, caminaban y corrían para llegar a Chío, confundidos con las madres y los padres que con los entregados profesores contagiaban al vecindario para avanzar por la carretera hasta el propio dentro de Guía de Isora y colocar en el solar la piedra angular que ahora sí despertaría la dormida autoridad para convertirse definitivamente en la piedra principal. Allí está el tan esperado Instituto. También Jorge descubrió el encanto de este pueblo, contrayendo matrimonio con otra isorana, Olga Alonso. Seguimos viéndonos con frecuencia, hablando de todo un poco, porque las Moiras quisieron que después de Guía de Isora nos encontramos en la Inspección de Educación, en puestos de responsabilidades con el consejero José Antonio García Déniz, él como Director Territorial de Educación de S/C de Tenerife y yo como Inspector General, y más tarde, los dos como inspectores de nuevo en Guía de Isora. Busquen una explicación a tanta casualidad o pregúntele a Cloto, Láquesis o Átropos.
A las 50 pesetas de Federico y Marcial se sumaron las 25 pesetas de la profesora de Lengua española, que ahora para no ofender, se dice Lengua castellana, Rosa, Rosalía Pérez Hernández, que después de su corta estancia y buen recuerdo, se trasladó a S/C de La Palma. En dicha isla sería la primera mujer delegada del Gobierno. Tristemente falleció en 2018 y yo pude, al menos, acompañar a su familia en la misa funeral que se le celebró en la parroquia de “Santo Domingo”, en S/C de Tenerife.
Con las 25 pesetas que me correspondía a mí, se alcanzó la suma de 100 pesetas, pero seguía faltando dinero, por lo que se sumaron a tan generosa iniciativa las profesoras Rosa y Paca, queridas y respetadas por sus alumnos, como dicen las ordenanzas, mutatis mutandis. Rosa María y Francisca Morín Rodríguez eran hijas de don Francisco Morín uno de los propietarios de la empresa de guaguas que tenían adjudicada la línea de Guía de Isora a Icod de Los Vinos, junto con su hermano Manuel, con quienes tuve la suerte de conversar varias veces en los tiempos que había tiempo para todo. La comunicación regular y la mayor relación con la capital de la isla era todavía por el Norte a través de Icod de los Vinos, aunque había una gran permisividad con los taxis piratas que hacían la ruta por el Sur. En la misma línea docente estaba Macame, María del Carmen Reyes Trujillo, cuyo hermano Pedro también sería profesor en el instituto de Formación Profesional que se creará, años después, y luego alcalde del municipio, Dulce González Afonso, y don Máximo el profesor de Música, que lo era por ser el director de la banda municipal y, claro está, proceder del hermanado pueblo de Arafo, que se incorporarían más tarde al cuadro de profesores. Eran aquellos tiempos algo diferentes a los actuales y en ese marco el tratamiento de don o doña en el lenguaje ordinario venía marcado particularmente por la edad, de modo que a una compañera o compañero de la mayor categoría académica se le tuteaba, a diferencia del mayor de edad. Todo el profesorado completaba el equipo docente con el balón de la convivencia en juego y es merecedor de un reconocimiento general de un pueblo al que yo debo tanto, pues nunca les pagaré aquel título que espontáneamente me concedieron, el de profesor. Llevo con orgullo, aún hoy, el que cuando aparezco por aquellos lares o llamo por teléfono, para identificarme con los más viejos del lugar, no tenga, sino que añadir al nombre de pila, el de “Profesor”.
En todo este largo recorrido no he dejado de recordar la gracia que me causo Marcial cuando se disponía a devolver el préstamo de 25 pesetas que le había hecho Federico y solo tenía en el bolsillo 20 pesetas. A decirle: bueno, es lo mismo, Federico le respondió: no, me quedas debiendo 5 pesetas. Me quedé un poco apurado, no por lo dicho por Marcial, sino por la forma en que contestó Federico, con ese lenguaje directo y tajante que suelen emplear los peninsulares frente a las formas más dulces y dubitativas de los canarios, pero el tiempo se encargó de transformar la conversación en una recurrida broma cada vez que se mentara la cantidad de 5 pesetas. La amistad y el afecto mutuo presidió siempre la relación con encaje perfecto de la anécdota.
Ya casi estaba el dinero y pronto el balón empezaría a rodar no sin antes recordar a las profesoras auxiliares, Lala, de Francés, y Catherine, de Inglés. Catherine de Cabrera como a ella le gustaba que le dijeran, en lugar de Catherine Clewetts rompió todos los moldes de lo que considerábamos una inglesa, una extranjera, cuando llegó a Guía de Isora. Su fidelidad y trabajo en el hogar como madre ejemplar de numerosos hijos, compatibilizando dicha dedicación con la impartición de clases de Inglés merecen un reconocimiento general del noble pueblo del Almácigo. Con nuestros prejuicios, muchos entendíamos que una mujer extranjera no podría ser madre de familia numerosa, amante del hogar, trabajadora ejemplar y que venida de Inglaterra no sería capaz de adaptarse a Guía de Isora, pero lo cierto es que pronto se integró totalmente en el pueblo, y todos dijimos entonces que nuestro entrañable amigo Cabrerita, su esposo, un hombre amante de la vida, se había sacado la lotería en la pérfida Albión. ¡Cómo olvidar a Cabrerita y a Felipe el mecánico y las idas y venidas a Los Gigantes, así como el mes de septiembre con las fiestas patronales mejor organizadas de La Virgen de La Luz el año en que ellos estaban en la comisión!, ¡cómo no recordar la Guía de Isora de la movilización popular con las asociaciones, y la recaudación de dinero para la adquisición del solar que permitiera la construcción del edificio del deseado instituto de bachillerato, frente a la desidia del ayuntamiento de entonces!, ¡cómo dejar de tener presente los inolvidables encuentros, reuniones, asambleas, entrevistas, y gestiones en las que participé tan activamente!
Los nombres aquí citados y muchos otros fueron protagonistas, y como tales, testigos de lo que empezó, casi como una aventura sin balón, en 1972, para dar paso a la creación de tres centros de Enseñanza Media en una Guía de Isora que se convirtió en foco docente y cultural desde Erjos a Los Cristianos, hasta entrados los años ochenta del pasado siglo.
Ya el balón casi está, a la vuelta de este largo recorrido, pero falta mencionar al profesor de Religión, don Sebastián Afonso, párroco de Nuestra Señora de La Luz en Guía de Isora y arcipreste de gran autoridad en toda la zona, "con la Iglesia hemos topado".
Llegamos así al final de este relato, de esta historia y de un tiempo entrañable, con el recuerdo un tanto borroso respecto a si el balón comprado, fue bendecido o no bendecido por don Sebastián, el profesor de Religión, pero con la mente clara para afirmar, con toda seguridad, que allí rodó el bendito balón.
Un Viernes Santo, con más tiempo que nunca para recordar y escribir, en este dramático 2020, Manuel de Los Reyes Hernández Sánchez, "el profesor".
La Guía de Isora de entonces, sin molestar a los términos municipales limítrofes, era más que Guía de Isora, era el centro de la comarca y desde Alcalá saltaba a Puerto Santiago para subir a Tamaimo, y extenderse a Santiago del Teide, para volver por Arguayo y llegar a Chío. Por el otro extremo desde Tejina fue más difícil extender la influencia al principio, por no existir carretera ni puente que salvara el barranco de Erques, pero años después, una vez lograda la comunicación, su influjo docente llegaría hasta Los Cristianos. Los nombres citados junto a Aripe, Chirche, Chiguergue y otros más, por medio de los alumnos, procedentes de los mismos, lograron formar parte de nuestro aislado, pero idílico mundo de la docencia.
Federico y yo teníamos que impartir las más variadas asignaturas, cada uno en su rama, lo cual requería muchas horas de preparación de clase, si bien algo ayudaba la amplia formación recibida con cursos comunes los primeros años de las carreras universitarias, sin las especialidades que vendrían después con asignaturas específicas del primer al último curso. Federico contaba con una formación más amplia, tanto por su mayor experiencia, como por sus variados estudios, incluidos los de Letras. A él le debo mi iniciación en la lectura diaria de los boletines oficiales, especialmente el BOE, y mi interés por la legislación escolar, pues todas las tardes le veía con el boletín en la mano, analizando la normativa. Allí empezó el camino que me llevaría al Derecho, en aquellas tardes libres, pues las clases se daban por la mañana. Eran tardes que daban tiempo para todo: lectura, estudio, preparación de clases, tertulia, visita a la biblioteca, en la parte baja del edificio del ayuntamiento, antes llamada “Casa de la Virgen” y sede y aula de la academia hasta que se efectuó el traslado al que sería nuestro edificio, a la salida del pueblo en la carretera que va a Chío y Playa de San Juan, entrados los años sesenta del pasado siglo. Al acercarse la noche procedía la cerveza en el bar que nosotros llamábamos “Julianito”, es decir, el bar “Central”, sito al lado la plaza principal del pueblo y regentado por él y su infatigable y atenta madre, doña Juana, y más tarde por su hermano Meme, ¡qué gratos recuerdos!
Federico Roldán Pérez después de una gran labor en Guía de Isora y tras cuatro años de servicio se trasladaría al IES “Teobaldo Power” en Santa Cruz de Tenerife, en una especie de “permuta interna” con la joven profesora Josefa Serrano de la Nuez, un invento apropiado cuando se quieren resolver las cosas. Pepi con su carácter amable supuso un revulsivo en el alumnado que llega hasta nuestros días. Federico y yo nos repartimos los papeles en lo que entendíamos una función educativa en su sentido más amplio de lucha, en una lucha por los principios democráticos, con mucha prudencia y gran respeto a los alumnos y su familia, de modo que nunca caímos en partidismo alguno. Aunque para algunos la dictadura tocaba a su fin, esta no era la sensación en los pueblos y no resultaba fácil llevar a la práctica nuestra inquietud por el establecimiento de la democracia. Precavidos y discretos actuamos, aprovechando algunos espacios del sistema, conscientes del peligro que implicaba ir más allá de la ley vigente en un medio rural. Él se fue del querido pueblo un año antes que yo lo hiciera a La Laguna, y en la zona capitalina destacaría como líder sindical, dados sus dotes de comunicación, su compromiso político y su rigurosa preparación, jugando un relevante papel en el movimiento de los profesores interinos.
Federico se ocupó en Guía de Isora más de los asuntos internos y yo más de las relaciones exteriores, él como secretario y yo como director y ese era todo el equipo directivo. Fuimos pioneros en el movimiento asociativo de padres y madres de familia, más tarde, de padres y madres de alumnos y pronto logramos contar con un gran presidente, nuestro admirado, diligente y decidido don José Barrios González, padre del Catedrático José Manuel Barrios Dorta que se implicaría en alto grado en la lucha por la creación del instituto de Enseñanzas Medias, haciéndose merecedor de un reconocimiento aún pendiente al día de hoy.
Salvo en los documentos oficiales nadie utilizaba el término de Colegio Libre Adoptado, y casi todo el mundo se referida al centro educativo con la palabra academia, probablemente por conservar tal denominación del centro "Nuestra Señora de La Luz", dirigido, en su día, por el párroco don Sebastián Afonso, antes de dar paso al Colegio Libre Adoptado, creado en 1967, por iniciativa del inquieto alcalde de punto en blanco, don Pepe Martín, por todos conocidos como "El Caudillo".
La juventud, por un lado, y los ideales de progreso marcados en la Universidad, que casi constituía una isla del sentir democrático en aquella época, por otro, influyeron en la transformación del centro con iniciativas pedagógicas y la búsqueda de soluciones a los problemas del mismo, tales como el número reducido de alumnos, el abandono de las instalaciones y la señalada carencia de medios al tiempo que se realizaban actuaciones que favorecieran el cambio político. Nombrar a Secundino Yanes con su importante labor en Playa de San Juan en este marco es imprescindible. Secundino, que fue teniente alcalde del ayuntamiento de Guía de Isora en plena democracia, sigue siendo un entrañable amigo y, aunque no nos vemos con frecuencia, solemos recordar aquellos tiempos, cuando nos encontramos y hablamos de la política local antes de 1975, sobre lo que se podía hacer y lo que se hacía, y lo que no se podía decir que se hacía.
Federico y yo residíamos en el llamado "Hotel Las Nieves", en la entonces calle "Héroes del Alcázar", regentado por don Evaristo y su esposa doña Nieves, dos encantadoras personas, aunque era ella quien realmente llevaba el peso del atendimiento a los huéspedes, pues él era más amante del mundo labriego y no había quien le quitara de la cabeza su “Montiel”, aprovechando cualquier excusa para plantarse en Vera de Erques.
Uno de cada dos fines de semana, como director, me trasladaba a Santa Cruz de Tenerife y aprovechaba el sábado -era impensable faltar al trabajo de lunes a viernes-, para alguna gestión burocrática y, también, para ir a la delegación o la Casa de Cultura donde prestaban filminas, documentales de arte, películas como "La condesa descalza", cuya sede estaba en el edificio principal del Parlamento de Canarias, bastante abandonado y muy apreciado por el polvo. Hoy es afortunadamente un Bien de Interés Cultural y luce como corresponde a un centro que obedece al proyecto del afamado arquitecto Manuel de Oraá y Arcocha, de 1883, de fachada neoclásica e interior de estilo menos definido con elementos del clasicismo y del romanticismo. No era fácil imaginar entonces que aquel edificio cuyo interior en ocasiones era visitado por las palomas sin mensajes, que solían dejar sus señas de identidad muchas veces, y que había sido sede de la Sociedad Musical Santa Cecilia y también del Conservatorio, y a cuyas instalaciones yo acudía algunos sábados, pudiera ser restaurado y tuviera la actual relevante significación política.
En ocasiones visité, también, la llamada "Casa Pisaca", en S/C de Tenerife, tratando de conseguir algún material deportivo que nos facilitara la delegación de la Juventud de donde me fui varias veces muy contento con el maletín lleno de palabras, pero sin ningún balón, soga para la comba, pito o cronometro, que yo llevaba bien grabados en la memoria para no olvidarme del material deportivo que necesitábamos con urgencia.
Varios lunes llegué a Guía de Isora, tratando de persuadir al profesor de educación física Santiago Afonso, Santiaguito, que era por entonces entrenador del Unión Isora, de que el material deportivo estaría en breve. El edificio del centro no reunía condiciones ni siquiera para realizar una tabla de gimnasia, ya que el patio trasero estaba lleno de pedruscos y, aunque se perdía bastante tiempo en el desplazamiento, acordamos realizar algunos días actividades en el campo de fútbol que estaba y está a la salida de la Vera, al lado derecho de la carretera que va para Tejina, junto al cementerio. Allí o jugábamos con un balón prestado o a correr se ha dicho, cuando no había balón. Esa era la gimnasia de entonces o la Educación Física de ahora, término que me costó aprender para enfado de los compañeros especialistas en la materia que querían dignificar una de las tres “Marías": Religión, Gimnasia y Política; el nombre noble de esta úlima era Formación del Espíritu Nacional. Testigos de todo este relato fueron los alumnos, especialmente del curso de sexto de bachillerato, que se despedían del centro en 1973, al finalizar el curso y superar la Reválida Superior de acuerdo con el Plan de Estudios de 1957. Aquellos alumnos inolvidables, por su aplicación y sus valores, que encerraban en sus nombres el de todos los demás, permanecen incluso con sus apellidos en mi memoria. Pedro, Paco Morín, Lourdes, Conchita Paulina, Flora, Joaquín, Raúl Muñiz, Mercedes y Marisol, siendo grandes alumnos eran conscientes de que entre ellos contaban con alguien especialmente capacitado, Sabas Vidal Álvarez Rivero, uno de mis tres mejores alumnos en la larga carrera profesional que desarrollé durante más de cuarenta años. Sabas pronto demostraría su gran competencia académica al ser el Catedrático Nacional de Bachillerato más joven de Canarias, nombrado tras superar la dura oposición de entonces.
El ayuntamiento estaba obligado a mantener las instalaciones y aportar las dotaciones mínimas. Una y otra vez visitamos a don Antonio Afonso, el alcalde, siempre educado, sencillo y atento, y ahí quedaba todo. Se mostraba sorprendido cuando le planteaba cualquier deficiencia, y así ocurrió con un tan elemental problema, como la carencia de luz eléctrica. Entonces como quien no sabía las necesidades y quería resolver el problema sobre la marcha, gritaba desde su despacho en el ayuntamiento: Morocho, Morocho, prolongando la segunda sílaba de forma llamativa. Allí aparecía Morocho, un empleado todo terreno del ayuntamiento, que con la lección bien aprendida se mostraba afable y dispuesto a arreglar lo que llevaba meses y años pendiente. En cada entrevista quedábamos para “mañana”. Atentos el día siguiente, siempre surgía algún imprevisto y así pasaban las semanas y los meses. Incansable, me personaba de nuevo en el ayuntamiento y otra vez escuchaba la sonora voz de Morocho, cuyo eco me parece estar oyendo todavía. Cuando consideré que las palabras recibidas estaban gastadas, en el pueblo y en la capital, es decir, tanto aquende como allende los mares del olvido de la Enseñanza Media en Guía de Isora, y al haber pasado todo un año, convencido de que no llegaría ningún material, y que, al mismo tiempo, era necesario hacer realidad el deseo de lograr mejoras en el ilusionante nuevo curso 1973/4, llegó el momento de la inventiva y de la imaginación para con ellas solucionar el problema del material, en general, y del balón, en particular. Aplicando el innovador y eficiente método del sentido común, se compró un pito, alguien regaló la comba y limpiando el mínimo material existente, apareció un cronómetro en la oval dependencia que en el extremo opuesto a la dirección pasaba por ser pequeño depósito, trastero o cuartito, aunque se le diera, con el mayor atrevimiento conocido, la denominación oficial de laboratorio de Física y Química, en los documentos que se remitían, año tras año, a la superioridad. Faltaba el balón de reglamento que tenía un coste más elevado para no depender de préstamo alguno.
Decididos a solucionar el asunto, acordamos comprarlo entre los profesores. Federico puso 25 pesetas y las 25 que correspondían a Marcial, que no tenía efectivo en ese momento, con la promesa de devolvérselas al día siguiente. Marcial Ravelo era profesor Licenciado en Ciencias Químicas y había llegado después que nosotros. Colaborador y de buena voluntad en la rama de Ciencias era, también, un todo terreno. Había sido alumno de don Jesús Maynar Duplá, rector de la Universidad de La Laguna los años 1935 y 1936, que sabio e ingenuo, a punto estuvo de perder la vida los primeros días del llamado Alzamiento Nacional, en terminología de la época. Don Jesús vivía en Guía de Isora y era también dentista, muy atento y solidario, salvo con los fumadores a quienes reprendía por su mal hábito y a quienes aplicaba los máximos honorarios. Con él inicié mis primeros pasos de esperanto y asistí a varias clases años después con el compañero Zenaido Hernández Cabrera, Agente de Extensión Agraria, que llegaría más tarde y que realizó una importante labor cultural junto al gran Mariano López Arias, al que había que agradecerle, entre numerosas e importantes actuaciones, su constante colaboración con la “Academia” y, particularmente, con los continuos prestamos del proyector, sin el cual no podíamos ver los documentales y, en algún sábado, las películas en el marco de actividades extraescolares. Pocas personas tienen tanta información y formación de temas canarios como Zenaido y fue una enorme suerte que coincidiéramos en Guía de Isora.
No se puede olvidar a otro significado agente de extensión agraria, el compañero y amigo, José Hernández Cruz, clave junto al premiado Mariano López Arias en la creación del centro Formación Profesional Agraria en Chío donde llegué a impartir Formación Humanística. Con Pepe compartí vivienda junto a Federico y Rosa -tema de convivencia mixta no baladí en la época- en la casa que era de un alemán, amigo de Alfred y la entrañable y siempre sonriente Rosa María, mujer rompedora, y adelantada a su tiempo. Ambos eran propietarios del restaurante “El Rancho”, lugar de asueto, de inolvidables tenderetes y, también, de importantes encuentros en la lucha por la creación del instituto de Enseñanza Media, objetivo perseguido desde los primeros momentos. La casa estaba y está ubicada debajo de “El Rancho”, al otro lado de la carreta que va de Chío a Las Cañadas. Pepe se asentaría en la zona donde contrajo matrimonio con una de mis queridas alumnas, Milagros Mederos. A Rosa le sustituiría otro entrañable compañero y amigo Jorge Luis Méndez Méndez que, años después, me sucedería en la dirección, curso 1977/78, y se convertiría en un significado protagonista en la movilización ciudadana para la construcción del edificio del instituto de bachillerato en Guía de Isora, continuando aquella lucha e impulsando la gran manifestación para lograr que se construyera de una vez el deseado edificio del instituto, en un amplio marco, también, del fortaleciendo del sentir democrático que se extendía ya por todo el país. “El Día de la Piedra” constará en la Historia local como un importante acontecimiento, no solo por la repercusión que tuvo en toda la comarca, sino también por la proyección exterior que se logró: prensa regional, televisión, diario “El País, etc. Arrancando de Tamaimo, alumnas y alumnos con las piedras en la mano, caminaban y corrían para llegar a Chío, confundidos con las madres y los padres que con los entregados profesores contagiaban al vecindario para avanzar por la carretera hasta el propio dentro de Guía de Isora y colocar en el solar la piedra angular que ahora sí despertaría la dormida autoridad para convertirse definitivamente en la piedra principal. Allí está el tan esperado Instituto. También Jorge descubrió el encanto de este pueblo, contrayendo matrimonio con otra isorana, Olga Alonso. Seguimos viéndonos con frecuencia, hablando de todo un poco, porque las Moiras quisieron que después de Guía de Isora nos encontramos en la Inspección de Educación, en puestos de responsabilidades con el consejero José Antonio García Déniz, él como Director Territorial de Educación de S/C de Tenerife y yo como Inspector General, y más tarde, los dos como inspectores de nuevo en Guía de Isora. Busquen una explicación a tanta casualidad o pregúntele a Cloto, Láquesis o Átropos.
A las 50 pesetas de Federico y Marcial se sumaron las 25 pesetas de la profesora de Lengua española, que ahora para no ofender, se dice Lengua castellana, Rosa, Rosalía Pérez Hernández, que después de su corta estancia y buen recuerdo, se trasladó a S/C de La Palma. En dicha isla sería la primera mujer delegada del Gobierno. Tristemente falleció en 2018 y yo pude, al menos, acompañar a su familia en la misa funeral que se le celebró en la parroquia de “Santo Domingo”, en S/C de Tenerife.
Con las 25 pesetas que me correspondía a mí, se alcanzó la suma de 100 pesetas, pero seguía faltando dinero, por lo que se sumaron a tan generosa iniciativa las profesoras Rosa y Paca, queridas y respetadas por sus alumnos, como dicen las ordenanzas, mutatis mutandis. Rosa María y Francisca Morín Rodríguez eran hijas de don Francisco Morín uno de los propietarios de la empresa de guaguas que tenían adjudicada la línea de Guía de Isora a Icod de Los Vinos, junto con su hermano Manuel, con quienes tuve la suerte de conversar varias veces en los tiempos que había tiempo para todo. La comunicación regular y la mayor relación con la capital de la isla era todavía por el Norte a través de Icod de los Vinos, aunque había una gran permisividad con los taxis piratas que hacían la ruta por el Sur. En la misma línea docente estaba Macame, María del Carmen Reyes Trujillo, cuyo hermano Pedro también sería profesor en el instituto de Formación Profesional que se creará, años después, y luego alcalde del municipio, Dulce González Afonso, y don Máximo el profesor de Música, que lo era por ser el director de la banda municipal y, claro está, proceder del hermanado pueblo de Arafo, que se incorporarían más tarde al cuadro de profesores. Eran aquellos tiempos algo diferentes a los actuales y en ese marco el tratamiento de don o doña en el lenguaje ordinario venía marcado particularmente por la edad, de modo que a una compañera o compañero de la mayor categoría académica se le tuteaba, a diferencia del mayor de edad. Todo el profesorado completaba el equipo docente con el balón de la convivencia en juego y es merecedor de un reconocimiento general de un pueblo al que yo debo tanto, pues nunca les pagaré aquel título que espontáneamente me concedieron, el de profesor. Llevo con orgullo, aún hoy, el que cuando aparezco por aquellos lares o llamo por teléfono, para identificarme con los más viejos del lugar, no tenga, sino que añadir al nombre de pila, el de “Profesor”.
En todo este largo recorrido no he dejado de recordar la gracia que me causo Marcial cuando se disponía a devolver el préstamo de 25 pesetas que le había hecho Federico y solo tenía en el bolsillo 20 pesetas. A decirle: bueno, es lo mismo, Federico le respondió: no, me quedas debiendo 5 pesetas. Me quedé un poco apurado, no por lo dicho por Marcial, sino por la forma en que contestó Federico, con ese lenguaje directo y tajante que suelen emplear los peninsulares frente a las formas más dulces y dubitativas de los canarios, pero el tiempo se encargó de transformar la conversación en una recurrida broma cada vez que se mentara la cantidad de 5 pesetas. La amistad y el afecto mutuo presidió siempre la relación con encaje perfecto de la anécdota.
Ya casi estaba el dinero y pronto el balón empezaría a rodar no sin antes recordar a las profesoras auxiliares, Lala, de Francés, y Catherine, de Inglés. Catherine de Cabrera como a ella le gustaba que le dijeran, en lugar de Catherine Clewetts rompió todos los moldes de lo que considerábamos una inglesa, una extranjera, cuando llegó a Guía de Isora. Su fidelidad y trabajo en el hogar como madre ejemplar de numerosos hijos, compatibilizando dicha dedicación con la impartición de clases de Inglés merecen un reconocimiento general del noble pueblo del Almácigo. Con nuestros prejuicios, muchos entendíamos que una mujer extranjera no podría ser madre de familia numerosa, amante del hogar, trabajadora ejemplar y que venida de Inglaterra no sería capaz de adaptarse a Guía de Isora, pero lo cierto es que pronto se integró totalmente en el pueblo, y todos dijimos entonces que nuestro entrañable amigo Cabrerita, su esposo, un hombre amante de la vida, se había sacado la lotería en la pérfida Albión. ¡Cómo olvidar a Cabrerita y a Felipe el mecánico y las idas y venidas a Los Gigantes, así como el mes de septiembre con las fiestas patronales mejor organizadas de La Virgen de La Luz el año en que ellos estaban en la comisión!, ¡cómo no recordar la Guía de Isora de la movilización popular con las asociaciones, y la recaudación de dinero para la adquisición del solar que permitiera la construcción del edificio del deseado instituto de bachillerato, frente a la desidia del ayuntamiento de entonces!, ¡cómo dejar de tener presente los inolvidables encuentros, reuniones, asambleas, entrevistas, y gestiones en las que participé tan activamente!
Los nombres aquí citados y muchos otros fueron protagonistas, y como tales, testigos de lo que empezó, casi como una aventura sin balón, en 1972, para dar paso a la creación de tres centros de Enseñanza Media en una Guía de Isora que se convirtió en foco docente y cultural desde Erjos a Los Cristianos, hasta entrados los años ochenta del pasado siglo.
Ya el balón casi está, a la vuelta de este largo recorrido, pero falta mencionar al profesor de Religión, don Sebastián Afonso, párroco de Nuestra Señora de La Luz en Guía de Isora y arcipreste de gran autoridad en toda la zona, "con la Iglesia hemos topado".
Llegamos así al final de este relato, de esta historia y de un tiempo entrañable, con el recuerdo un tanto borroso respecto a si el balón comprado, fue bendecido o no bendecido por don Sebastián, el profesor de Religión, pero con la mente clara para afirmar, con toda seguridad, que allí rodó el bendito balón.
Un Viernes Santo, con más tiempo que nunca para recordar y escribir, en este dramático 2020, Manuel de Los Reyes Hernández Sánchez, "el profesor".