Recuerdo Guía de Isora, el querido pueblo del Almácigo, y, de forma especial, a su gente, con una frecuencia fuera de lo normal. Una de las explicaciones puede estar en la compenetración que, como profesor, logré en aquel lugar, con los compañeros, los alumnos, sus madres y padres, y, también, con los amigos que tuve la suerte de forjar. Deduzco que otro motivo se debe a la firme grabación en mi mente de aquellos cinco años, allí intensamente vividos, operando como un dulce rejuvenecer que mantiene la fuerza e ilusión de entonces. Siempre doy gracias por ello. Como muestra de esa gratitud me gustaría seguir publicando historias, anécdotas y cualquier nota de interés sobre tan entrañable lugar con sus moradores y, al mismo tiempo, reivindicar el justo reconocimiento a aquellas personas que lucharon y prestaron un gran servicio al pueblo, especialmente en el campo educativo, como ocurrió con José Manuel Barrios Dorta. Testigo de algunos hechos que no se han publicado con detalle, siento como un deber reflejarlos por escrito, para evitar el fácil olvido al pasar los años, y contribuir al mejor conocimiento que deben tener las nuevas generaciones de su pasado, y del relevante papel jugado por determinadas personas. Conocí pronto la historia local y el papel relevante de la llamada “Academia” en la que había ejercido su labor un destacado catedrático de Matemáticas, José Manuel Barrios Dorta, muy conocido en el ámbito docente canario. Dicho centro de enseñanzas medias estuvo ubicado en la “Casa de la Virgen”, en la parte baja de las Casas Consistoriales, pero luego se trasladó a otro edificio acondicionado, a la salida del pueblo, en la carretera que va a Chío y Playa de San Juan, entrados los años sesenta del pasado siglo. Desarrollé mi ejercicio profesional de 1972 a 1977, con la prudencia y discreción que imponía la época, pero al mismo tiempo con un claro compromiso democrático, en el que estaba implicado también el compañero Federico Roldán Pérez, que luego sería destacado líder sindical. En ese marco local y temporal los dos trabajamos en el fomento de las asociaciones de padres de alumnos y en la lucha reivindicativa de la extensión y mejora de la enseñanza, con el objetivo principal de lograr la creación de un instituto de enseñanzas medias y la construcción del correspondiente edificio. Logramos el compromiso de muchos padres de alumnos como José Barrios González, hombre de gran inteligencia y firmeza, que había sido alcalde del municipio, antes de la dictadura. Él me facilitó el contacto y la amistad con su hijo, José Manuel Barrios Dorta, al que yo apenas conocía personalmente. Desde nuestra primera conversación, la coincidencia en los temas de educación y la preocupación política facilitó la relación que mantuvimos durante años, mostrando un constante apoyo a las actuaciones reivindicativas que crecían cada día. Tuve mucha suerte al poder vivir una época brillante en aquella comarca, junto al gran Mariano López Arias, jefe de Extensión Agraria, y más tarde el polifacético Zenaido Hernández Cabrera, uno de los máximos conocedores de nuestra cultura canaria, que tanto contribuyeron al desarrollo cultural de la zona, con la cooperación de grandes directores y amigos como Secundino Yanes, Amalia González y, luego, Marcos Pascual. Eran los tiempos del bar “Central” como lugar de asueto y tertulia, sito al lado de la plaza principal del pueblo, atendido por la infatigable y diligente doña Juana y su familia. Sin duda alguna la prudencia, el respeto a los alumnos y sus familias, las actuaciones discretas, y las palabras medidas, obviando el partidismo e incidiendo en los valores de libertad y democracia fueron el cauce acertado al final del régimen en una tranquila zona rural. Distante de la cerrada política local, José Manuel Barrios Dorta se comprometió con nuestras reivindicaciones en la enseñanza y con la lucha por el nuevo sistema constitucional que pronto llegaría. Nuestra convicciones, aunadas con el ímpetu propia de la juventud y cierto atrevimiento, hicieron posible que la lucha, discreta al principio, fuera abierta y explosiva al final, de modo que las tranquilas aguas sociales se alteraron con reuniones que llegaron a alcanzar las doscientas personas, tanto en el casco de Guía de Isora, el 15 de febrero de 1976, como en La Cumbrita, en Alcalá, el 7 de marzo del mismo año, con la sentida, vibrante y elocuente intervención de don José Barrios que arrancó el prolongado aplauso general. En solo tres años se había producido un importante cambio reivindicativo, iniciado tímidamente el 22 de marzo de 1973, con el éxito de la reunión de padres, que despejó las dudas y el temor al fracaso, especialmente de Federico Roldán y de mí, como principales promotores, y con la decisión de José Barrios de presentarse a presidente de la asociación, momento que marca también esa relación más intensa con su hijo, José Manuel Barrios Dorta, arriba señalada. El testimonio del periodista José Díaz Herrera que dedicó dos páginas del periódico de “El Día”, el 26 de febrero de 1976, con un artículo bajo el título “La Asociaciones de padres de Alumnos ganaron la batalla”, resume bien aquella lucha que iba más allá de la enseñanza, en la que se inscribía el afán de participación, de libre asociación y opinión con el norte de los principios democráticos que pronto se impondrían con carácter general. El ayuntamiento de aquella época incumplía su obligación de mantener las instalaciones y aportar las dotaciones mínimas del centro docente y el alcalde logró engañarnos casi medio año con buenas palabras y el “mañana eso estará arreglado”, para lo que hacía comparecer a Morocho, el trabajador “todoterreno” del ayuntamiento, al que preguntaba, simulando asombro, —¿cómo es posible que esto no se haya hecho? —y al instante, cuando se iba— ¡Morocho!, busca una solución urgente, no te olvides. Daba lo mismo lo que fuera, palabras que volaban, problemas sin resolver. Vencida la desidia del ayuntamiento, ante el cariz de los acontecimientos y la fuerza popular demostrada, varios concejales se sumaron a la lucha por la Enseñanza Media, colaborando en la cuestación para el solar del centro educativo, dando la mayor bofetada posible a la alcaldía. La idea de recaudar dinero “Pro Instituto” puso en evidencia al ayuntamiento que decía que había cumplido todos los trámites y fue esencial en la agitación popular que se produjo, como prueba el que se lograran más de ochocientas mil pesetas en tan solo un mes, aportadas por más de trescientos ochenta vecinos, que respondieron al llamamiento de la comisión encabezada por los entrañables y respetados amigos, Francisco Rodríguez Martín (Paquito) y José Barrios González, y de la que formaron parte, entre otros, José Manuel Domínguez González, José María Morales Fuentes, Ángel Palmero Borges e Isidoro González Expósito. Hablábamos y hablábamos sobre nuestra realidad inmediata y los problemas del país, conscientes de que vivíamos un periodo singular de la Historia de España. Eran frecuentes los largos almuerzos como los inolvidables de "El Rancho" de Alfred y Rosa María, a la salida de la carretera de Chío hacia Las Cañadas, cuando no bajábamos a Playa de San Juan al bar “Brisas del Mar”, en realidad un restaurante, a Alcalá en “Casa Elvira” o “Casa Juana la Negra”, los dos lugares más célebres para degustar el pescado. Bodegas particulares complementaban tales sitios como espacios de libertad para el intercambio de opiniones y crítica al poder establecido, ¡inolvidable día de Chirche! En la Vera tocamos un día en la casa de don José Morales para visitar su bodega, acompañados del tribunal examinador que había llegado como todos los meses de junio y septiembre desde La Laguna, una vez finalizada la jornada de exámenes, y allí, con el debate y la mezcla de temas, afloraron ciertas divergencias que desembocaron en el punto común, no discutido, del buen vino. En una ocasión fijamos un encuentro en el ayuntamiento con el delegado de educación, Juan Salinero, que se desplazaba con Barrios desde Santa Cruz de Tenerife. El presidente de la asociación de padres de familia, José Barrios González, su padre, el profesor Federico Roldán, secretario del Colegio Libre Adoptado (CLA) Nuestra Señora de la Luz y yo nos incorporaríamos a su llegada. Un retraso en el cargo político, nada raro en los diferentes gobernantes, motivó la anulación de la cita. La comida ya había sido encargada en “El Rancho”, y ellos estaban en ruta. Después de alguna duda sobre el retorno o no, mientras conversábamos por teléfono, decidieron seguir hasta Guía de Isora. Llamamos al restaurante, confirmando el almuerzo, pero rogando que se aplazara una hora. Don José Barrios estaba en la plaza esperando y no fue avisado de la suspensión del encuentro en la alcaldía al darse una confusión entre su hijo y nosotros y olvidarnos de él. Allí esperó largo rato hasta que con fuerte enfadó se marchó a su casa. Nosotros en “El Rancho”, comimos, hablamos y prolongamos la sobremesa. Antes de regresar a Santa Cruz de Tenerife, José Manuel Barrios quiso visitar a su padre en Batanca, lugar donde vivía, a la salida de Guía de Isora por la carretera a Tejina, y presentarle al delegado de educación. Nos desplazamos allí y comprobamos el fuerte enfado de don José Barrios, momento en que nos dimos cuenta del imperdonable fallo. Mi disgusto fue enorme ante tal hecho y las consecuencias que tuvo, pues quiso dimitir como presidente de la asociación y no saber más de nuestro CLA, Colegio Homologado o Academia como se le conocía en el lugar. Pasado el día del disgusto me propuse recobrar la amistad con aquella persona que tanto había contribuido para mover la enseñanza en Guía de Isora. Nunca pagaré la labor realizada por su mujer Julia García a mi favor como también hizo su hijo, logrando lo que parecía imposible. Antes de un mes se restablecieron totalmente nuestra amistad y las relaciones cordiales con su hijo José Manuel Barrios Dorta que se había mantenido en todo momento a nuestro lado, confiado en que las aguas volvieran a su cauce, a pesar del fuerte carácter de su padre. Barrios era entonces director del instituto de enseñanza media masculino de S/C de Tenerife, más tarde denominado instituto de educación secundaria "Andrés Bello", y conocido catedrático de Matemáticas. Había sido profesor de la Universidad Central en Madrid y vicepresidente de la asociación nacional de profesores de Matemáticas y su apoyo tuvo también otras muestras, coordinando con habilidad diversas instancias, como ocurrió en las gestiones para impartir el Curso de Orientación Universitaria (COU), el año académico 1976/77, con la complicidad del director del instituto de Icod de los Vinos, José Manuel de Taoro Martín, el inspector jefe de Canarias, Sebastián Sosa Barroso y del rector de la Universidad de La Laguna, Antonio Bethencourt Massieu. Hoy resulta incomprensible que fuera necesaria la autorización de tan variadas entidades y órganos y que tuviéramos que sortear las rígidas disposiciones, utilizando la vía del Instituto Nacional de Bachillerato a Distancia. Con la mediación de Barrios Dorta, que también era director de la delegación de tal centro en S/C de Tenerife, estas personalidades hicieron posible que, por primera vez se pudiera estudiar el COU en la amplia zona que iba desde Granadilla hasta Icod de Los Vinos. Guía de Isora, claramente, se había convertido en el centro cultural y de enseñanza de tan amplia comarca. El 6 de marzo de 1976, ante las deficientes infraestructuras y la carencia de material escolar, con la firma del acuerdo entre José Manuel Barrios Dorta como director del Instituto Nacional de Bachillerato número 1 de S/C de Tenerife y yo, como director del CLA, por el que se cedía con determinadas condiciones mobiliario y material, con el visto bueno de la inspección de educación, se dio una lección más a la alcaldía cuyas promesas habían dejado de ser creídas hacía tiempo. Barrios se había ido implicando cada vez más desde aquel 22 de marzo de 1973 y su apoyo se había tornado en una de las más importantes basas para la consecución del instituto, que indudablemente caminaba, y ello fue lo más relevante, con el empuje popular. Hombre recio, tajante y claro, profesor muy exigente en los exámenes, con una imagen frecuentemente brusca y distante, antes del trato personal, ofrecía, tras la puerta de entrada, la cordialidad abierta, la palabra espontánea, el carácter alegre y la fidelidad del amigo. La preocupación por su pueblo saltó en la primera conversación que mantuve con él. La enseñanza, en primer lugar. El desarrollo económico fue otro tema de largo debate y, no tengo dudas en afirmar que fue la persona por mí tratada que con mayor claridad en aquella época vio las posibilidades turísticas de Guía de Isora. La inquietud política acompañaba al campo social y económico en sus reflexiones, aumentando nuestra sintonía. Frente al dominio agrícola del poder político y fáctico de los años setenta, en los que los tomates y el plátano marcaban la pauta general, razonaba con firmeza que no se podía perder el tren del desarrollo y entregar el mando total a Adeje y Arona, teniendo una de las costas con más posibilidades de Tenerife y el mejor clima de la isla. No era un visionario, era una persona realista y pragmática, ajeno a las componendas municipales de aquellos momentos. No tardaron muchos años, en los que, con la llegada de la democracia en el ayuntamiento, se experimentó el cambio que favoreció el desarrollo turístico y Playa de San Juan y Alcalá, entre otros lugares, siguiendo el impulso de Playa de la Arena, relanzaron su desarrollo, logrando el alto nivel que afortunadamente se puede comprobar en nuestros días. Hombre más de fondo que de forma, de resultado más que de procedimiento, era un puntal en los encuentros de amigos, poniendo sobre la mesa múltiples anécdotas y vivencias. “El Rancho” fue testigo de ello. Era uno de los lugares preferidos por el equipo docente para los tenderetes o para invitar a la autoridad académica, a nuestros profesores del “instituto madre” de La Laguna, y allí, después de las comidas bien regadas con variados vinos, se trataba de convencer a la superioridad de la necesidad de un instituto, mientras un vaso de güisqui vacío iba y otro lleno venía, y los chistes y las anécdotas olvidadas se repetían, cuando la gracia era grande o la relevancia del hecho lo reclamaba. Una y otra vez salía a relucir la noche que conduciendo por la avenida Tres de Mayo en Santa Cruz de Tenerife, que entonces no tenía túnel, y era de doble circulación, Checa el amigo de Barrios, jefe de la unidad de becas en la delegación de educación, se saltó el semáforo en rojo, en una época en la que con carácter general no se era tan riguroso con el “si bebes no conduzcas”, y se veía normal salir de la bodega y seguir conduciendo. El agente de tráfico ordenó parar el coche e interrogó con cierto enfado: —¿No visteis el semáforo en rojo? —A lo que el hombre de la sonrisa, el chiste rápido y la palabra precisa contestó—: El semáforo, sí lo vimos, al que no vimos fue al policía. La espontánea y sincera respuesta provocó una reacción inesperada en quien se disponía ya a multar, y levantando el brazo dijo: —Venga, venga, largo, “iros” rápido de aquí, —perdonando la sanción. Cada vez que se contaba la anécdota, reíamos y, entre carcajadas, otro trago, y otra copa. La noble causa justificaba el medio alegre que ayudaba a la consecución del objetivo. “El Rancho” debe conservar en sus paredes el eco de numerosos debates y discusiones en la animada y alegre conversa en la que nunca faltaba el báquico elemento. Federico Roldán y yo, y más tarde Jorge Luis Méndez Méndez, que, luego, sería, también, director del instituto, y otros profesores apenas interveníamos, cuando Jorge Coderch Santonja, catedrático, y Melquiades Álvarez, profesores del tribunal examinador, venidos de La Laguna, elevaban el tono. Discreción que imponía nuestra condición de profesores interinos entonces, y el claro objetivo que no era otro que flexibilizar los criterios de corrección de los exámenes a favor de nuestros alumnos, a los que impartíamos clases de bachillerato, durante el curso completo, y que, en dos días, tenían que realizar todos los ejercicios finales ante un tribunal, formado mayoritariamente por profesores del Instituto masculino de La Laguna que decidía su calificación. Algo inconcebible en nuestros días para una enseñanza impartida por funcionarios y personal contratado a lo largo de todo el año académico. Aquellas paredes conservan nuestras comedidas palabras y, en otras ocasiones, las más claras y firmes de José Manuel Barrios Dorta, reivindicando el instituto ante la autoridad, utilizando el substantivo apropiado y el verbo preciso, en el momento oportuno, cuando la nueva copa ablandaba la posición del representante ministerial, logrando el compromiso político que surgía con la naturalidad propia de esos momentos. Casi nunca la comida y la bebida han sido ajenas a los acuerdos, pactos y concesiones. Siguiendo las enseñanzas de los más experimentados, como el catedrático Leoncio Afonso Pérez, que había sido mi profesor de Geografía, y luego compañero de equipo directivo y amigo, presidente varios años del tribunal que se desplazaba a Guía de Isora, pusimos en práctica la eficiente vía diplomática. En el célebre restaurante con el instituto como objetivo, Barrios fue un maestro, y el beneficio se hacía evidente, porque el fruto de la uva, cuando va con paso lento, apoyado en el brazo de la moderación, no solo no hace daño, sino que con sus compuestos fenólicos rejuvenece el organismo y facilita los acuerdos, al tiempo que fortalece la amistad. Como dice, nuestro Eclesiastés, el libro Qohéleth de la Biblia, "nihil novum sub sole", nada nuevo bajo el Sol. Las gestiones hechas por José Manuel Barrios Dorta a favor del logro de un instituto de enseñanza media para el lugar no fue algo accidental ni su preocupación por su gente se limitó al campo de la docencia. Orgulloso de su pueblo, Guía de Isora era como su apellido y casi nadie que conociera a Barrios desconocía que fuera de Guía de Isora. No siempre se asocia el nombre de una persona destacada a su localidad natal, cuando ello se logra en vida, no suele ocurrir de forma gratuita. Es indudable que él ponía delante siempre el nombre de Guía de Isora, antes de entrar en otros detalles, cuando conocía nuevas personas. Esa asociación de nombres le hacen más grande si cabe. José Manuel Barrios Dorta y Guía de Isora, dos nombres inseparables al recordar al destacado Catedrático de Matemáticas, profesor de la Universidad de La Laguna, fundador del partido socialdemócrata canario en 1977, y senador, secretario segundo de la comisión especial de asuntos iberoamericanos, nacido el 6 de junio de 1926 y fallecido el 23 de mayo de 2002. Manuel de Los Reyes Hernández Sánchez, el profesor, a 29 de septiembre de 2020.
2 Comentarios
Juan Miguel Albertos García
5/10/2020 09:59:54 pm
Es un fiel reflejo de la lucha de un pueblo, por algo que consideraban legítimo, un Centro de Enseñanza que permitiera progresar a un municipio y zona. Hay que tener presente, que la Autovía del Sur, no se empezó a construir hasta iniciados los años 70. Y hasta entonces era habitual que la Banda de Música la Candelaria de Arafo llegara a Guía de Isora por barco. Es un relato de anécdotas, que visto desde la perspectiva del 2020, parecen historias de varios siglos atrás. Y la realidad es que las Islas, y en concreto Tenerife, ha dado un cambio radical en los últimos 50 años, y no siempre para bien. Es muy importante recordar y tener memoria histórica de estas realidades, pues las nuevas generaciones no conocen el enorme esfuerzo que en épocas pasadas había que realizar para conseguir un milímetro de progreso o bienestar. Muchas gracias, Don Manuel por no permitir el olvido de estas y otras anécdotas. Un saludo, Juan Miguel Albertos García.
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José Fernández Gonzalez
11/10/2020 03:15:39 pm
La dedicación hecha a José Manuel Barrios es este relato parece apropiada para el reconocimiento de su papel destacado en Guía de Isora, sobre rodó para los que desconocíamos su dedicación por conseguir el instituto para su ciudad natal.
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