Cerca de El Colmenero, y no lejos de Catela, está Lomo del Fraile, paraje siempre visitado por la faya, el brezo y el pino canario, que hacen más bello el sitio con su presencia, pero que no han dejado de despertar los celos de los árboles frutales, allí instalados, desde hace muchos años, temerosos de perder su espacio, con el ánimo de permanencia mantenido, a pesar de la despedida de sus cuidadores, que, en los años cincuenta y sesenta del pasado siglo, decidieron marchar a otras tierras.
Allí la almendra casi nunca ve a la castaña, que no llega hasta noviembre, cuando los tunos tardíos se preparan para ofrecer su mejor sabor, y prefiere la compañía de las más variadas ciruelas, bien sean las agustinas, las blancas, las claudias ovaladas, de color morado, o las pequeñas japonesas salvajes que ganan calidad en los terrenos más altos por la humedad que conserva el suelo. Los caminos y veredas, entonces transitados, separaban a los tagasastes y las tederas para confundirse en las huertas y nateros donde el trigo, la cebada o el centeno hacían acto de presencia, mientras en uno de sus cantos la viña se preparaba para el gran festival de otoño. Las papas no querían abandonar el sitio y se conformaban con algunos celemines que les permitieran atender a su gente y no perder la semilla. No protestan los perales arrinconados y la higuera se conforma con la zona no labrada. Allí un buen día del año 1963 acude Juliana para colaborar en las tareas agrícolas con la familia Candelario Rocha. Pocos eran los vecinos que vivían fijo en la zona, esperando la llegada del verano para verse más acompañados con la gente que subía de la costa, trayendo sus enseres y sus animales. La crónica oral nunca fallaba, pues Sabás daba el más mínimo detalle, y con su prodigiosa memoria registraba las fechas de nacimiento de todos los conocidos y cualquier otro suceso relevante. Aunque la situación económica de las Islas Canarias estaba dando el salto de desarrollo, impulsado por el Plan de Estabilización de 1959, y el incipiente cambio social avanzaba con la llegada de algunos turistas, Garafía en la década de los sesenta del pasado siglo retrocede en casi todos los planos por ese tributo de sangre, en palabras de mi hermano Gonzalo, que pagó a la Isla, especialmente en Los Llanos de Aridane, al Archipiélago, particularmente, en Gran Canaria y Tenerife, y a América, en su casi totalidad en Venezuela. No fue ajena a su decadencia la desacertada política municipal, y el abandono de los gobiernos central e insular que aplicaron la bíblica maldición cainita a los agricultores, con elevadas cuantías en las frecuentes multas, impuestas por cortar un gajo de faya u otra rama o recoger pinillo para los animales, como techo o como lecho, en una desacertada política de protección de los montes que impedía su aprovechamiento agrícola y ganadero, como se venía haciendo desde siglos antes, sin perjuicio alguno para el medio ambiente. Recuerdo oír el lamento y la rabia de los multados y en un caso el razonamiento del campesino afectado con el papel de pago en la mano: “me deberían sancionar por no atender a los animales, no por cortar unas ramas”. A la inexplicable gestión municipal se unió la insensibilidad de las autoridades insulares de la época, con frases como “La isla termina en Barlovento”, “no hay nada más allá”, alterando en los años setenta las prioridades en los planes y programas del Gobierno central y la coordinación de la Mancomunidad Provincial Interinsular de Santa Cruz de Tenerife, en los que se contemplaban las acciones necesarias para la continuidad de la carretera nacional desde Puntagorda hasta Barlovento. Garafía, efectivamente quedó en tierra de nadie. Tocaron a sus puertas por el este y por el oeste, pero los dineros no llegaron a pesar de la protesta del ayuntamiento entonces regido por Manolo Paz. Los intereses económicos de la clase dirigente insular, de la “Suidad y de la Banda”, ajenos a la “Suiza palmera”, se impusieron una vez más, y las Curvas de San Juanito y la Carretera de Argual ganaron la partida, al alterarse el orden de prioridades en las medidas de fomento que el Gobierno del Estado había fijado, con mayor sensibilidad para Garafía que la autoridad local. No dejaba de tener razón el querido profesor, compañero y amigo Leoncio Afonso Pérez cuando me decía: “del amo y el mulo cuanto más lejos más seguro”. Garafía, comarca de acción especial, estaba lejos y más alejada quedó. Unos nos fuimos y otros quedaron, mientras el campo se abandonaba gradualmente. Es en este marco continuador de las tareas agrícolas de antaño, aunque con menor intensidad, en el que Juliana de "Llano Negro" cuidaba su casa y, en ocasiones, trabajaba de peona, ayudando a otra gente, como sucedió en los terrenitos que tenía la familia Candelario en el “Lomo Fraile”. A la sombra de un pino, después de la dura labor, llegaba la hora de yantar o almorzar. No podían faltar el excelente queso de la zona ni el gofio amasado en el zurrón, bien regado con el vino de Catela, con su sabor a tea, marcador del gusto diferenciado de otros vinos, que allí apenas llegaban en esas fechas. Aquellas comidas no eran el mero “entullo”, en ocasiones obligado. La conversa con reflexiones de todo tipo, el relato y el cuento, la noticia y la ocurrencia bailaban en torno a los alimentos, convirtiéndolos en las más sabrosas viandas, ahora degustadas y no solo tragadas. No faltaba el mantel de inexplicable blanco, bien colocado en el suelo, sujeto con una piedra en cada esquina y una camadita de pinillo debajo. Múltiples son las anécdotas de Juliana que destacaba por su sencillez y espontaneidad, de ahí que surgieran las preguntas para averiguar la vida propia y ajena con la gracia de unas respuestas elementales y cortas que no dejaban de ser el retrato de quienes apenas fueron a la escuela y de los que no consideraban necesario ampliar el campo del conocimiento. Es difícil que la mujer campesina canaria interrogue algo sin saber la respuesta o parte de ella. Muchas veces más que la pregunta para averiguar lo que no conoce, trata de adverar el dato que tiene o de confirmar lo que ya sabe. Con nuestros campesinos debemos ser muy prudentes, porque ellos lo son, si su pregunta es meditada, nuestra respuesta debe serlo también, ellos así lo hacen. Parece que no te van a contestar y cuando empiezan la frase dan tiempo a las palabras para que salgan en el orden debido, cada una con su carga, de modo que nunca lo dicho se le volviera en contra, porque las palabras, en la castigada vida del agricultor, pronto perdieron su inocencia. En medio de la comida y de la conversa animada, allí en “Lomo Fraile”, Candelaria, sabiendo que el hijo de Juliana estaba realizando el servicio militar, se dirigió a ella y le dijo: “¿Y pa dónde tienes el chico?”, a lo que le respondió: “Pa Barcilona”. Y aquí viene ese conocimiento previo de quien pregunta. Candelaria Candelario le dice entonces: “¿pues no estaba pa Fuerteventura?”, a lo que Juliana contestó sin dudar: “jiji, JiJiJi, ni que no fuera lo mismo”. Ya quedaban pocas personas en esa fecha, para las que, más allá del muelle de Santa Cruz de La Palma, había otra tierra, con municipios localidades o barrios diferentes, o con cantos o lugares, calles o caminos distintos, todo en un mismo territorio, en el que unos estarían un poco más arriba y otros un poco más abajo, pero no era extraño que alguna mujer o algún hombre hubiese compartido, años antes, esa ingenua confusión. Barcelona y Fuerteventura eran ubicados en el mismo sitio en la cabeza de Juliana, a dos pasos la una de la otra. En estos tiempos, algunos jóvenes que sí han ido a la escuela, a diferencia de Juliana de Llano del Negro, y que han tenido una vida “regalada”, frente a la dura vida de aquellos tiempos, operan con el mismo esquema. Serán unos pocos, pero me parecen muchos para la inversión pública habida en una educación, mantenida con los impuestos de los contribuyentes. En estos tiempos de pandemia los comportamientos juveniles incívicos no son tan excepcionales, muestras de una ignorancia muy grave y lo peor de todo, no es que no sepan, es que les da lo mismo. Probablemente ninguno de ellos leerá estas líneas. Yo me contento con escribirlas y recordar el duro trabajo de mucha gente, del campesino agudo con su profundo saber y, también, del que, menos dotado por la naturaleza, con un esquema simple y elemental no dejaba de trabajar. Es imprescindible que en nuestra sociedad se imponga el protagonismo de la juventud que estudia, de los que se esfuerzan en las aulas o en el trabajo, para que cada vez sean menos los que operan con el simple esquema y con un vocabulario de poco más que las palabras cama y playa, en medio del desconocimiento de la más elemental Geografía, confundiendo la Historia con un cuento y la Lógica con una hamburguesa, y que actúan con una mente que les impide buscar la explicación de cualquier diferencia, porque les da igual todo. Estaremos en el buen camino si la jocosa anécdota de Juliana vale para explicar aquellos tiempos en los que la enseñanza no alcanzaba a toda la población, pero nuestro andar no será correcto si, con diez años de escolarización obligatoria en nuestro país, persiste en algunos la mental confusión geográfica sin ánimo de esclarecimiento, y sería mucho más grave oír respuestas similares a la frase comentada, “Ni que no fuera lo mismo”. Gracias al amigo Gilberto Candelario Rocha, testigo de los hechos narrados. Manuel de los Reyes Hernández Sánchez, a 10 de agosto de 2020, año de la pandemia.
3 Comentarios
Carmen Bayo9
14/8/2020 08:11:32 pm
Me encantan, no ya la anécdota en sí y su moraleja, sino la descripción inicial del paisaje y su vegetación tan pormenorizada....es como si estuvieras allí viéndolo....
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José Fernández Gonzalez
19/8/2020 05:21:52 pm
En esta narración "como si no fuera lo mismo" de Juliana, se vierte una narrativa del ambiente campesino de la época; en especial de las zonas abandonadas como el terruño garafiano.
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Aníbal
10/7/2021 04:55:28 pm
Me encanta el artículo, conocí a Juliana y a sus hijos, a parte de su ignorancia geográfica también entiendo que para ella era lo mismo que estuviera en Barcelona como en Fuerteventura ya que al fin y al cabo su hijo Florencio no estaba con ella en Garafía. Un saludo y encantado de leer sus líneas
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